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Historias de lectores

De un escritor novel, a otro/a

De un escritor novel, a otro/a

Muchas personas se han planteado alguna vez empezar a escribir, aunque sea pequeños relatos o historias, pero no saben por dónde empezar. Con fin de ayudar a esos nóveles escritores/as, en este post intenté dar algunos pequeños consejos basándome en mi experiencia personal, de un escritor novel a otro/a.

Para responder a esta pregunta sobre cómo empezar a escribir nuestra propia historia, me gustaría que se tuviese en cuenta que no existe un único método para empezar a escribir, al igual que no todas las personas son iguales, pero una buena idea para comenzar a es hacer un esquema inicial de las ideas principales de desarrollo de los primeros capítulos de la historia y desarrollarlo de manera que nuestro esquema consiga tener una continuidad.

El segundo paso, a modo de recomendación personal, sería realizar un pequeño desarrollo de personalidad de los personajes que queremos incluir en la obra centrando la trama de la obra sobre la personalidad de los personajes y su evolución durante el transcurso de la historia, modificando la hoja de personalidades si fuese necesario por sucesos de la historia que estamos escribiendo.

El tercer paso, una vez escritas las primeras páginas, sería repartir a la gente de nuestro alrededor, personas de nuestra confianza, lo avanzado hasta el momento, para que nos den su opinión al respecto y nos aporten ideas y críticas constructivas ayudándonos a mejorar nuestra redacción, pues los lectores/as son el centro, el escritor/a no es nadie sin sus lectores/as y su feedback. No hay que olvidar que al ser personas externas a la obra que se está escribiendo, nos pueden proporcionar un punto de vista externo e ideas para mejorarla hacia una mejor redacción.

El cuarto paso a seguir, aunque es de los más complejos, es muy importante para poder realizar una buena historia, pues al igual que las personas cambian a lo largo de su vida, los personajes de nuestra redacción han de evolucionar durante el desarrollo para hacer que se sientan reales y no sólo un producto de la imaginación del autor/a, es decir hay que darles sentimientos que sean acordes a la escena y no dejar un personaje plano con el mismo tipo de reacciones. Para ello, los autores/as noveles normalmente acudimos a las personas de nuestro círculo más cercano para buscar consejo; nadie está solo y nadie sabe todo, por eso buscar apoyos es siempre una buena opción.

Además, hay que tener en cuenta que siempre que se empieza a escribir una obra con un primer boceto no siempre se avanza como quisiéramos o como teníamos pensado en un principio, por lo que no se tiene que tener miedo a equivocarse, hasta los autores/as de más renombre tienen momentos de dificultad para continuar con la escritura de la obra e incluso se equivocan y se ven obligados/as a redactar nuevamente parte de la obra.

Para finalizar, un escritor/a novel debe conocer sus límites y no sobre excederse o quemarse en el proceso de escritura, ya que aunque parezca sencillo, nuestro cerebro está en continuo funcionamiento, buscando la manera de seguir con la redacción, con lo que debemos descansar para no escribir cualquier idea que nos venga a la mente y reflexionar sobre qué es más beneficioso para la continuidad y el sentido de la obra. Siguiendo todos estos pasos, seguro que tú también puedes escribir tu propia obra.

Rodrigo Díez Callejas

Puertas con sentimiento

Puertas con sentimiento

Un viaje, un camino intacto,

el tiempo.

Una escapatoria,

una puerta sin llave,

un cerco.

Un mundo paralelo,

un amor, una muerte, un sueño.

Un llanto, una risa, un grito,

un sentimiento.

Un te quiero, un ven,

un frena, un vuelve,

un se fue.

Un poema, un verso,

un párrafo, un texto.

Una vida, un universo.

Una prosa o una rosa,

una lluvia y un viento.

Con él vibro, me desequilibro

y vuelvo al ruido.

Simplemente, un libro.

 

Marta Montoya Sanmiguel

El legado de los libros

El legado de los libros

María era una niña curiosa y soñadora que pasaba horas y horas leyendo todo tipo de libros. Desde que aprendió a leer, se enamoró de las historias y los mundos que se abrían ante ella en cada página. Cada noche, se acurrucaba en su cama con un libro en las manos, dejando que las letras la transportaran a lugares mágicos y aventuras emocionantes.

Un día, mientras caminaba por la calle, vio una pequeña librería en la acera de enfrente Se acercó con curiosidad y encontró una nota pegada en la puerta que decía “Toma un libro, deja un libro”. María sonrió y entró en la biblioteca, donde descubrió una gran variedad de libros de todo tipo y género. Se quedó maravillada al ver tantos libros aguardando su lectura.

Desde ese día, María visitaba la biblioteca cada vez que podía, intercambiando libros y descubriendo nuevas historias que la hacían soñar despierta. A medida que crecía, su amor por los libros y la lectura crecía con ella. Los libros la habían llevado a mundos que nunca hubiera imaginado y a conocer personas que no pudiera haber conocido en el mundo real, y estaba agradecida por cada palabra que había visto en sus ojos.

Con el tiempo, María decidió que quería compartir su amor por los libros con otros. Abrió una pequeña librería en su ciudad natal, donde los amantes de la lectura podían reunirse y explorar nuevos títulos. Ahora, María se sentía más feliz que nunca, sabiendo que había encontrado su verdadera pasión gracias a esos libros.

Un día, decidió colgar en el escaparate de su librería un cartel como el que había visto cuando pequeña, hacía tanto tiempo. Al poco, un pequeño niño entró en el establecimiento con un libro en la mano y lo depositó en el mostrador sonriendo. María se preguntó si aquella sonrisa sería la misma que vieron en su propio rostro en aquella librería años atrás.

Jorge Navidad Espliego

Escritura sobre lectura

Escritura sobre lectura

Leo mis emociones.
Leo habitaciones.
Leo desilusiones.
Te leo leyéndome.
A veces me canso de leer, de no encontrar mi libro.
A veces no leo, me pongo a correr.
A veces me pierdo de página.
A veces me cuesta volver.


Leo todos los días.
Pero no leo “todos los días”.
También leo ingredientes o libros de texto.
Leo y me encuentro.
Leo y me pierdo.
¿Dónde estoy? No sé, no lo recuerdo.


Leo y pasa el rato.
Leo y se detiene el tiempo.
Leo lo que escribo.
Escribo, y leo a la vez.
Leo mares de pena.
Lloro mares de pena.
Leo desde la ignorancia.
Leo sin concordancia.
Leo hasta la hora de cenar.
Entonces, me pongo a bailar.
No siempre que quiero leo.
Y, a veces, leo cuando no quiero.
Muchas veces me olvido de lo que leo.
Otras veces dibujo lo que leo.
También leo dibujos.
Los colores, los leo.
Las formas, las veo.
Leo pentagramas con notas y silencios. Leo silencios. Leo silenciosamente.


A veces leer me hace reír.
Leer, otras veces, me duele.
Pero rara vez me suelo arrepentir de leer.
Lo escrito es siempre más paciente que el que lee.
Nunca la página de un libro se ha enfadado conmigo.
Y lo agradezco. Se lo agradezco. Te lo agradezco.
El tiempo, ahora, también lo leo.
La lluvia borra lo que escribo.
El sol, en cambio, lo fija, aunque no tenga sentido.

A veces, echo de menos leer, como echo de menos al que quiero.
Leo lo que piensas mientras lees esto. Y no sé si lo estás leyendo. No lo doy por supuesto.

 

Elisa Mercedes López Canalejo

“El Principito”. Vida interior

“El Principito”. Vida interior

El pasado 6 de abril el libro El Principito celebro su 80 aniversario. Este libro fue publicado por primera vez en 1943 y desde entonces se ha convertido en uno de los libros más leídos y queridos en todo el mundo. Es un libro capaz de inspirar a personas de todo tipo de culturas y edades. 

El Principito es una obra que ha sido traducida a más de 300 idiomas y dialectos diferentes, y ha vendido más de 140 millones de copias en todo el mundo. La historia sigue las aventuras de un joven príncipe que viaja de un planeta a otro, encontrando personajes extraños y maravillosos a lo largo del camino. A través de sus viajes, el príncipe aprende lecciones valiosas sobre la vida, el amor y la amistad.

Este libro ha sido un éxito tan duradero debido a su estilo poético y filosófico, así como a sus mensajes universales sobre la naturaleza humana y el sentido de la vida. 

Uno de mis capítulos favoritos de este libro es el XXI. En este capítulo, el Principito conoce al Zorro, tienen una gran conversación sobre la amistad y el amor. Es un reflejo de una amistad entre dos buenos amigos, dónde se hace latente la sencillez de preguntar las cosas cuando uno no sabe. Siempre conecto este capítulo con una idea: los seres humanos tenemos un mundo interior que son nuestros pensamientos, nuestros proyectos, las cosas que nos vamos diciendo en el día a nosotros mismos. Si ese mundo interior lo compartes con alguien, se convierte automáticamente en vida interior, compartes tu intimidad con alguien. Eso es lo que hace el Principito, comparte lo piensa y lo que siente con el zorro. Las personas que dicen lo que piensan, que comparten su interior con la gente que les rodea, las que son capaces de expresar lo que sienten con palabras, son personas muy ricas a nivel interior. Un buen amigo es aquel que te anima a fomentar esta vida interior, que te pregunta cómo te sientes, qué piensas u opinas, el que te anima a exteriorizar lo que llevas dentro, el que te anima a mostrar ese mundo interior para que se convierta en vida interior.

Fue entonces que apareció el zorro:

– Buen día – dijo el zorro.

– Buen día – respondió cortésmente el principito, que se dio la vuelta, pero no vio a nadie.

– Estoy aquí – dijo la voz –, bajo el manzano...

– ¿Quién eres? – dijo el Principito –. Eres muy bonito...

– Soy un zorro – dijo el zorro.

– Ven a jugar conmigo – le propuso el Principito –. Estoy tan triste...

– No puedo jugar contigo – dijo el zorro –. No estoy domesticado.

– ¡Ah! Perdón – dijo el Principito.

Pero, después de reflexionar, agregó:

– ¿Qué significa “domesticar”?

– No eres de aquí – dijo el zorro –, ¿qué buscas?

– Busco a los hombres – dijo el Principito –. ¿Qué significa “domesticar”?

– Los hombres – dijo el zorro – tienen fusiles y cazan. ¡Es bien molesto! También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?

– No – dijo el Principito –. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”?

– Es algo demasiado olvidado – dijo el zorro –. Significa “crear lazos...”

– ¿Crear lazos?

– Claro – dijo el zorro –. Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo...

– Comienzo a entender – dijo el Principito –. Hay una flor... creo que me ha domesticado...

– Es posible – dijo el zorro –. En la Tierra se ven todo tipo de cosas...

– ¡Oh! No es en la Tierra – dijo el Principito.

El zorro pareció muy intrigado:

– ¿En otro planeta?

– Sí.

– ¿Hay cazadores en aquel planeta?

– No.

– ¡Eso es interesante! ¿Y gallinas?

– No.

– Nada es perfecto – suspiró el zorro.

Pero el zorro volvió a su idea:

– Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música. Y, además, ¡mira! ¿Ves, allá lejos, los campos de trigo? Yo no como pan. El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Y eso es triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. ¡Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y me agradará el ruido del viento en el trigo...

El zorro se calló y miró largamente al Principito:

– Por favor... ¡domestícame! – dijo.

– Me parece bien – respondió el Principito –, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.

– Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro –. Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!

– ¿Qué hay que hacer? – dijo el Principito.

– Hay que ser muy paciente – respondió el zorro –. Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

Al día siguiente el Principito regresó.

– Hubiese sido mejor regresar a la misma hora – dijo el zorro –. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Es bueno que haya ritos.

– ¿Qué es un rito? – dijo el Principito.

– Es algo también demasiado olvidado – dijo el zorro –. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito. El jueves bailan con las jóvenes del pueblo. ¡Entonces el jueves es un día maravilloso! Me voy a pasear hasta la viña. Si los cazadores bailarán en cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

Así, el Principito domesticó al zorro. Y cuando se aproximó la hora de la partida:

– ¡Ah! – dijo el zorro... – Voy a llorar.

– Es tu culpa – dijo el Principito –, yo no te deseaba ningún mal, pero tú quisiste que te domesticara.

– Claro – dijo el zorro.

– ¡Pero vas a llorar! – dijo el Principito.

– Claro – dijo el zorro.

– ¡Entonces no ganas nada!

– Sí gano –dijo el zorro – a causa del color del trigo.

Luego agregó:

– Ve y visita nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Y cuando regreses a decirme adiós, te regalaré un secreto.

El Principito fue a ver nuevamente a las rosas:

– Ustedes no son de ningún modo parecidas a mi rosa, ustedes no son nada aún – les dijo –. Nadie las ha domesticado y ustedes no han domesticado a nadie. Ustedes son como era mi zorro. No era más que un zorro parecido a cien mil otros. Pero me hice amigo de él, y ahora es único en el mundo.

Y las rosas estaban muy incómodas.

– Ustedes son bellas, pero están vacías – agregó –. No se puede morir por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien he regado. Puesto que es ella a quien abrigué bajo el globo. Puesto que es ella a quien protegí con la pantalla. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres para las mariposas). Puesto que es ella a quien escuché quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa.

Y volvió con el zorro:

– Adiós – dijo...

– Adiós – dijo el zorro –. Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

– Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el Principito a fin de recordarlo.

– Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante.

– Es el tiempo que he perdido en mi rosa... – dijo el Principito a fin de recordarlo.

– Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro –. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...

– Soy responsable de mi rosa... – repitió el Principito a fin de recordarlo.

Ana Torres Capapé

Los libros a través de la poesía

Los libros a través de la poesía

Tú, querido lector,

que como Romeo y Julieta

buscas una historia de amor,

que has encontrado en sus ojos

el tesoro de El alquimista.

 

¿Qué te causa tanto dolor?

Es La historia interminable

de un Principito solitario,

tratando de no ser Invisible,

tratando de no ser secundario.

 

Pero Nadie en esta Tierra te entiende,

eres El extranjero de la ciudad,

eres el Olvidado rey Gudú

y es tu Crimen y castigo

pasar Cien años de soledad,

aunque Nadie es mas de aquí que tú.

 

Así que, querido lector,

cuando sientas que Todo se desmorona

da Un grito de amor desde el centro del mundo,

haz Todo eso que tanto nos gusta,

valdrá la pena cada segundo.

 

Alicia Herrera Ángeles

 

Porque quien sabe leer, lee como le da la gana

Porque quien sabe leer, lee como le da la gana

Juan Carlos Onetti se hallaba leyendo un libro en la terraza de su casa. Fue ahí cuando su entonces cuidadora, Mirtha Zokalski, entró y le vio con su libro. 

Ella empezó a reírse e hizo un ademán de sacar su cámara:

- Deja, te saco una foto.

Onetti aceptó. Se mostraba animado. Pero, antes de que Mirtha la sacase la foto, él procedió a dar la vuelta al libro: ahora estaba leyendo la portada en vez el interior del libro. Mirtha no protestó e inmortalizó aquel momento. Una vez tomada la fotografía, se acercó a él y le dijo:

- Oye, y, ¿por qué hiciste eso?

Onetti replicó con total seguridad:

- Porque quien sabe leer, lee como le da la gana.

Mirtha, a quien Onetti llamaba cariñosamente “Bijou”, estuvo hace no mucho tiempo en mi casa y me contó esta anécdota. Me hizo reflexionar en todas las veces que descarté la lectura de un libro por ser muy pesado, por no aguantarlo. ¿Y si hubiera saltado al siguiente capítulo? ¿Hubiera podido llegar al final? Eso es algo que solo yo sabré si sigo la filosofía de Onetti y aprendo a leer.

Irene Poza Galán

Diario de un lector humanista del siglo XVI

Diario de un lector humanista del siglo XVI

Se presenta a continuación uno de los pases encontrados en un diario perteneciente a un lector humanista de finales del siglo XVI. El texto, que ha sido traducido para favorecer su comprensión, expone lo siguiente:

  

Vigésimo tercero de abril, año 1590

Hoy he tenido una visión de lo más abrumadora.

Había aparecido en una calle desconocida, rodeado por una multitud que apenas percataba mi presencia. Pueden suponer la sorpresa que esto provocó en mí. Y no sólo este hecho, si no la observación de la vestimenta tan extraña que portaban, así como su forma de hablar. Apenas reconocía su lengua.

No obstante, no era lugar ajeno en su totalidad. En uno de los edificios de aquella calle observé una gran pared de cristal sobre la que descansaban varios libros al otro lado. No pude resistir la necesidad de acceder a aquel enclave.

Dentro, el espacio estaba inundado de personas, y ninguna parecía tener un aspecto que indicara semejanza con mi profesión, más bien todo lo contrario. Encontraba hombres y mujeres de las más diversas edades y orígenes, todos ellos con ejemplares en sus manos. Leían en silencio, algunos incluso juntos, observando las obras. Era algo verdaderamente insólito.

Descubrí entonces, en una esquina delimitada por varias estanterías, a un hombre en tiempo similar al mío, por lo que decidí aproximarme con el fin de obtener información alguna que pudiera guiarme a asimilar tan particular situación.

Cuando cuestioné qué sitio pudiera ser aquel en el que me hallaba, el hombre pareció no comprender mis palabras, no obstante, ofreció compartir su ejemplar conmigo, así como el sitio que ocupaba.

Decidí aceptar su invitación. Me senté e inspeccioné la obra, el relato de una guerra que desconocía. Advertí en ese momento cómo, cercano a aquel ejemplar, el hombre tenía abierta una libreta de lectura, de unas características semejantes a la mía. El cuaderno estaba anotado, marcado, sus hojas mantenían el estado de aquellas que han sido leídas en incontables ocasiones.

Devolví su libro, y al despedirme, le expresé mis agradecimientos. El hombre, que parecía seguir sin comprender mi lenguaje, prosiguió su lectura.

Miré entonces de nuevo a mi alrededor. Todas aquellas personas, todos aquellos libros, aquel edificio tan singular. Era una realidad sobrecogedora, ¡cual paraíso descrito en las Sagradas Escrituras pudiera quedar a su altura!, era el destino de cualquier persona que hágase llamar lector.

Si bien, los sentimientos de incomprensión, de extranjería y de nostalgia me embriagaban. Aquella no era mi tierra. Por fascinantes que fueran sus métodos, aquel no era mi lugar. Parecía estar contemplando una realidad brillante en la lectura, sin embargo, echaba de menos mi rueda.

María Rodríguez Pérez

Mi odisea literaria

Mi odisea literaria

Desde pequeña he sido una seguidora de la literatura, siempre leyendo libros infantiles y pidiéndoles a mis abuelos que me leyeran cuentos antes de dormir. Cuando fui creciendo, seguía leyendo otros tipos de libros, hasta ahora que leo literatura más complicada, libros sobre psicología, filosofía. Cuando era adolescente se me ocurrió la gran o terrible idea de empezar a escribir un libro. Divagaba en clase y en casa metiéndome en un mundo vacío listo para ser creado, imaginé a mis personajes y al desarrollo de la historia, divague tanto e invente tantos personajes e historias que creé un libro imposible de escribir.

Pasaba tantas horas intentando que todo cuadrara a la perfección que acabé creando doce personajes, de un libro pasé a una trilogía y de sola una generación se hicieron tres. A los dieciséis años escribí tres capítulos de una sentada y después vino el vacío. Estuve como seis meses sin poder escribir ni una sola palabra, el llamado “bloqueo del escritor”. Nada me inspiraba, nada me daba ganas de escribir y eso coincidió con una mala temporada de mi vida, así que no podía concentrarme en nada que me gustaba y mucho menos en el libro que había estado desarrollando en mi mente desde los catorce años y al que le había dedicado horas y mucho amor.

Después de un tiempo, mi bloqueo “desapareció” y al fin pude escribir un capítulo más, el más horrible de todos. Es un proyecto muy importante para mí, pues pesar de que no lo vaya a publicar nunca, ni me atreva a dárselo a alguien para que lo lea, he ido poniendo mucho cariño en él y la historia me cautivó al igual que sus personajes. Me gusta la fantasía y el romance, así que metí los dos géneros en un mundo actual, creé un segundo mundo que tenía portales que llevaba a la tierra, pero empecé a tener dudas de si tenía sentido, si lo que estaba escribiendo concordaba, y aunque mis amigas me dijesen que sí cuando se lo contaba, seguía dudando de como lo escribí. Más tarde me di cuenta de que algo faltaba, un nombre para el libro, pero no quería ponerle un nombre ya usado por otros, así que se me ocurrió Entre dos mundos, pero hace poco me he visto obligada a descartarlo de nuevo porque recientemente han publicado un libro con ese nombre.

He intentado volver a escribir mucho tiempo, buscando alguna epifanía literaria, pero desde aquella vez que escribí el cuarto capítulo y lo dividí en dos no volví a escribir. Ahora, con diecinueve años, casi veinte, solo llevo escritos cinco capítulos, pero yo ya he leído en mi mente más de quinientas veces el libro al que tanto amor y dedicación le he puesto.

María del Val Georgina Rusu

Teatro para minutos: Víctor

Teatro para minutos: Víctor

(Se abre el telón. Julio está sentado en silencio en la mesa del salón, leyendo un libro atentamente. Pasa algunas páginas con delicadeza hasta que unos pasos progresivamente fuertes se acercan a la puerta. Ésta se abre por la patada furiosa de Abril, quien entra hecha un basilisco. Julio se sobresalta, cierra el libro, se lo coloca en la espalda y rápidamente se levanta de la silla. Abril lo mira con rabia.)

- Abril: ¿Que has hecho? ¡Julio! ¡Contéstame de inmediato porque no es normal la que te podría liar!

- Julio (Alejándose lentamente y con una risa nerviosa): ¡Nada! Nada, ¿por qué? ¿de qué hablas? ¿qué... qué te sucede?

- Abril (Acercándose a Julio): Julio no te hagas el tonto que si te lo tengo que enseñar yo va a ser peor.

- Julio: De-de verdad que no sé a qué viene este jaleo y esa manera entrar por ca… ¡Abril, no!

- Abril (Abalanzándose sobre Julio): ¡AAAAHHHH!

(Abril lo persigue por el salón hasta que se detienen después de rodear el sofá unas cuantas veces)

- Julio (Con las manos levantadas y el libro en una de ellas): ¡Vale, vale, te lo explicaré! Pero deja de acecharme, por favor, o no te contaré nada.

(Abril se conforma a regañadientes y con la respiración aún agitada se sientan en el sofá. Julio pone el libro sobre sus rodillas y lo sujeta con fuerza entre las manos. Lo mira fijamente. Pasan un momento en silencio. Abril se echa a llorar)

- Abril: ¿De dónde lo has sacado Julio?

- Julio: Tengo derecho a quedármelo. Era nuestro, lo hicimos juntos. No me queda nada más. No tenía otra opción.

- Abril: Mírate las manos, por dios. ¿Cómo has podido? ¿De verdad pensabas que no me daría cuenta, que no adivinaría que has sido tú? ¡Después de todas las que os traíais cada vez que os juntabais! ¡Hemos salido del mismo vientre, Julio! ¡No me lo puedes ocultar!

- Julio: Tú no lo entiendes.

- Abril: Has profanado su tumba. Has revuelto las tierras bajo las que descansa. ¡Has abierto su ataúd! Julio, ¡por favor! ¿No te das cuenta de lo macabro que es?

- Julio (Llorando): ¡Era mi mejor amigo! ¡No hay derecho! ¡Miles y millones de personas horribles enferman y se curan cada día! Pero él... Yo debí... ¡Joder!

(Julio llora mientras Abril guarda silencio)

- Julio: ¿Sabes qué es este libro?

(Silencio. Abril niega despacio con la cabeza)

- Julio: Cuando teníamos ocho años empezamos a escribirlo después de la que armamos en la granja del tío Emilio, ¿te acuerdas? Nos castigaron tan fuerte que ésta era la única salida que teníamos para divertirnos. A partir de ese día escribimos todo lo que hacíamos juntos aquí. A veces incluso nos inventábamos las cosas para hacernos los héroes o por reírnos un rato. ¿Lo ves? ¡Es nuestra letra! Su letra...

- Abril: Julio, yo...

- Julio: Lo sé. Sé que deseó guardarlo consigo para siempre... Pero sé que él me entendería. Para nosotros era... Es mucho más que eso... Ya sabes... Un libro. De verdad que lo necesito, Abril, no puedo dejarlo ir. ¿Y si lo olvido todo? ¿Y si le olvido? No podría perdonármelo nunca.

(Julio coge las manos de Abril, que se ablanda por el discurso de su hermano)

- Julio: Entiéndeme, por favor, hermana. Sé que después de él solo tú puedes.

(Abril mira a Julio con seriedad):

- Abril: Tienes exactamente cuatro días. Copia todo lo que quieras, o lo que puedas. Pero si el domingo a las cinco de la tarde ese libro no está con quién lo reclamó, yo misma te lo arrancaré de las manos.

(Abril se levanta, se acerca a la puerta, mira a Julio una vez más antes de salir de la casa. Se cierra el telón).

Esther González Herrera

Historias de lectores

Historias de lectores

Recuerdo bien el día que me sacaron de la caja y me pusieron, por primera vez, en una estantería. Era un 25 de noviembre del 80 y algo, había mucha luz, mucha más que en aquella oscura caja. Una señora mayor con una cara entrañable me colocó en una estantería junto a un libro mucho más gordo que yo.

Un día como otro cualquiera una joven entró, tenía el pelo largo y las manos suaves. Ojeaba todos los libros, los cogía, los leía y los volvía a dejar. Al llegar a mí, como a los demás, leyó mi parte de atrás. Creo que le llamé la atención porque me abrió por la primera página y empezó a leerme. Me cerró, sentí desilusión en ese momento, pero al contrario de lo que esperaba, no me dejó en la estantería.

Una vez en su casa se tumbó en la cama y comenzó a descubrir mi historia. Nunca olvidaré las expresiones que iba haciendo a medida que leía. Leía día sí y día también. Leía en el bus, en casa, en la cafetería, en clase, en todos lados y yo estaba realmente orgulloso. Cada noche, antes de acostarse, me dejaba en su mesilla donde esperaba con ganas el día siguiente.

Recuerdo aquel día en el que apenas le quedaban páginas a mi historia, aquel día en el que la joven no pudo contener el llanto. Recuerdo comenzar a arrugarme al sentir sus lágrimas, no tardé mucho en secarme, pero esas marcas se han quedado conmigo, y permanecerán para siempre.

Tras acabarme, me dejó en una estantería blanca junto a otros libros. Allí pasé mucho tiempo, recuerdo verla leer otros libros, disfrutarlos, llorarlos, sonreírlos…, ¡qué envidia sentía a veces! Pero un día, uno realmente frío, me volvió a coger. Me releyó, volví a estar unos días en aquella mesilla de noche, volví a sentir cómo sus suaves manos pasaban mis páginas, pero al final volví a la estantería blanca.

Pasaron varios años, años en los que volvió a cogerme, a leerme capítulos sueltos, a llevarme a distintos sitios, hasta que finalmente me llevó a una nueva habitación, una más grande, con una cama más grande, con una estantería nueva y con una persona más.

Rondaría el año 2000 y pico cuando una criaturita, con las mismas suaves manos que mi joven, se atrevió a cogerme. Miró mi portada, miró mi reverso y me ojeó. Entró la joven, aunque tal vez ahora ya no fuera tan joven, y sonrío.

La criaturita me llevó a su habitación y me colocó en su mesilla. Yo estaba tan feliz de volver a una mesilla... Pasé un tiempo allí sin ser leído, hasta que se atrevió a empezar mi historia. Al igual que con su predecesora, pude apreciar sus distintas expresiones a medida que pasaba las páginas.

Al llegar al final, vi sus ojos llorosos, pero mi pequeña criatura no marcó mis páginas como hizo la joven. En cambio, cogió un boli y subrayó una de mis frases. Volví a sentir la satisfacción de tener un recuerdo permanente de un lector.

Volví a una estantería, esta era algo más animada, tenía alguna planta, pero no era más que otra sala de eterna espera. Pasó un año, y otro, y otro. Yo iba acumulando polvo, nadie me releía, ni me cogía, ni siquiera me ojeaban, me iba a convertir en un olvidado.

La criaturita creció -¡y tanto que creció!-, al principio me costó reconocerla, ya era todo un adulto, pero uno mayor, de los que consideran sabios. Me cogió y me llevó a un hospital. Noté una mano suave, familiar, vieja. Era mi joven de pelo largo y manos sueves. Me leyó por última vez. La criaturita me cogió y me llevó a una tienda, una llena de libros. Me recordó al lugar del que salí.

Allí, en otra sala de espera, pasé unos meses. Finalmente, una señora de flores me llevó consigo. Me leyó en un abrir y cerrar de ojos, y, al igual que mis lectores anteriores, me marcó, ella dejó un pétalo entre mis páginas, perfumándolas.

Para mi sorpresa no volví a ninguna estantería, sino que me vi envuelto en un papel rojo. Cuando por fin salí de esa jaula, un chico de ojos grandes me abrió. Pasé una larga temporada en mi lugar favorito junto a la cama. Me leía despacio, con atención. Cada vez que una página le gustaba dejaba un adhesivo, llenándome así de marcas.

Volví a una estantería, una diferente a las demás, una igual que todas, una en la que aún sigo, ya no triste, sino expectante para mi siguiente lector.

Sara Noriega Garcés

La dama incomprendida

La dama incomprendida

Nos encontramos en el siglo XIX, en plena revolución industrial. Soy una mujer trabajadora de España, de un pequeño pueblo manchego. Me he tenido que mudar a la ciudad para poder tener alguna oportunidad y ayudar a mi familia, aunque sea desde muy lejos.

Un buen día, llegó a mis oídos que en Estados Unidos había tenido lugar una manifestación, para poder reclamar una justa igualdad de condiciones. Apenas sabía leer, por lo que tuve que esforzarme por aprender y poder leerles el artículo a mis padres cuando les viera. Era algo complicado, pues apenas me alcanzaba para sobrevivir, pero comprar los periódicos merecía la pena, aunque fuera sólo para ver la incredulidad de mis padres al descubrir que sí era posible luchar, aunque nos costase la vida.

Al fin lo logré, aprendí a leer en voz alta, haciendo realidad mi sueño de leer para mis padres y mostrarles que aún había esperanza. He de decir que este artículo me cambió la vida. El aprender a leer, entender lo que las palabras describen... todo ello me ayudó a entender que aquella era una forma más de lucha, una forma más de difusión de nuestras ideas.

Como es común en esta época, me casé joven, y tuve suerte, pues mi marido sí considera que las mujeres somos personas. Él estaba al tanto de los sucesos, y me vio haciendo esfuerzos por aprender a leer. No me enseñó, me dejó aprender sola, sabía que podía. Visto esto, hablé con él y le propuse que hiciera alguna publicación en un periódico, ya que a él sí le iban a escuchar por ser hombre.

Al principio vaciló pero, al poco, aceptó. Como hombre en un mundo de hombres, creyó que él iba a tener más influencia, pero que yo la tenía entre las mujeres y me animó a enseñar a leer a otras mujeres en mi misma situación, para que pudieran informarse y tener pensamiento propio. Sólo me puso una condición, que todo esto pasaría cuando yo aprendiera a leer en voz baja, como es habitual en esta época. No me enseñó, pero me dio una pista: leer en voz baja es como pensar las palabras que vemos.

Aprendí con el paso del tiempo, me llevó unas semanas aprender a leer en silencio. Ahora, mi marido hace publicaciones en los periódicos a favor de los derechos de las mujeres y yo hablo con mis compañeras. Ellas, sin embargo, me dicen que es algo utópico, que es bueno que podamos aprender a leer, pero que no vamos a cambiar nada con eso, no lo entendían...

Sucedió una nueva revuelta, esta vez en Europa, haciendo que la historia cambiara por completo con un solo acto y para siempre. Primero se leyó un documento en público. El mensaje llegó a hombres y mujeres, que se atrevieron a juntarse en contra de su opresor, todos juntos. Desde entonces todo fue en cadena, el movimiento feminista iba tomando forma. Aprender a leer nos permitió comprender mejor el feminismo, con la Vindicación de los derechos de las mujeres, escrita el siglo anterior por Mary Wolstonecraft. Este escrito fue nuestro referente para pedir igualdad desde pequeñas y quisimos que nuestras hijas leyeran también para tener la oportunidad de luchar por ello.

A día de hoy, tengo una joven hija luchadora, un hijo que lucha junto a su padre por los derechos de las mujeres y un marido influyente por sus polémicas publicaciones feministas en el periódico; y todo esto, gracias a haber aprendido a leer.

Reyes Martínez de la Hermosa

Palabras solidarias

Palabras solidarias

Madrid, 7 de febrero de 2023

Querido Javi:

Me animo a escribirte esta carta porque tu libro me ha (con)movido y me ha hecho (re)conocer el mundo de manera distinta. Lo primero, porque me ha ayudado a concienciarme de lo importante que es tomar iniciativas. Lo segundo, porque tus reflexiones, por muy sencillas que parezcan, inspiran.

Escribir es fácil, es lo más sencillo del mundo. Se encadenan unas letras a otras sobre el papel para formar palabras, que se unen en frases con significado. Escribir es fácil, sí, pero transmitir ya es más complicado. Tú, a través de tu experiencia de vida, transmites.

Un poeta cubano insinuó una vez que toda persona debería hacer tres cosas en la vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. A menudo se relega esta última a un segundo plano (la gente está demasiado atareada como para leer, ni qué decir tiene para ponerse a escribir), como si careciera de importancia, cuando en realidad la escritura habla de la realidad en la que vivimos y transmite valores; tantos como los que el creador quiera compartir. Y es que, en efecto, todo escritor tiene algo que contar.

Tú presentas tres puntos fundamentales en tu narración: quién eres, lo que quieres y quién quieres llegar a ser (sin caer, además, en el pretencioso estereotipo de crear un manual de autoayuda a partir de un testimonio personal, que ya de por sí tiene mérito). Esto me lleva a pensar que, si realizáramos un experimento para comprobar cuántas personas se plantean en algún momento alguna de estas preguntas con un mínimo de seriedad, estoy convencida de que los resultados serían decepcionantes. No quiero profundizar en el por qué de este presentimiento (y ojalá esté equivocada), pero, sinceramente, me sorprende la falta de interés y curiosidad que veo en quienes me rodean; un conformismo que se ha arraigado y generalizado en nuestra sociedad por motivos que desconozco y me desconciertan. Soy de la opinión de que leer te abstrae de esta rutina tóxica y recalcitrante: despierta la imaginación, potencia el ingenio y alimenta el alma. Podrías haber compartido tu historia de forma oral (de hecho, seguro que lo has hecho en más de una ocasión, rodeado de las más diversas audiencias), pero, por ejemplo, es poco probable que hubiera llegado a mí. La escritura además perdura en el tiempo; esta obra es ahora tu legado.

Lo que más me atrae de lo que cuentas es el impulso que le das a lo cotidiano. Tú lo defines como “un libro de muchas preguntas y muy pocas respuestas. Quizás demasiado pocas”, yo lo identifico como una narración que se remonta a los orígenes. No de tu experiencia de vida, sino de la vida misma.

Qué importante es que nos cuestionemos las cosas, planteándonos las razones de lo que elegimos. Qué vital me parece que aparezcan en el mundo inspiraciones que animen a (con)seguir sueños y hacerlos realidad. Tienes razón: nuestro tiempo sobre esta tierra es limitado, hay que enfrentarse a la tiranía de las posibilidades saliendo de la carrera de la rata, aprender a poner nuestros talentos en juego a través de una posición expansiva y abrazar la libertad, ese sentido que llena y hace plena la vida.

Quería terminar agradeciéndote por compartir conocimientos y amistad conmigo. Gracias por ser ejemplo. Gracias por recordar a las personas que lo importante es que amen sin tilde.

Un abrazo muy fuerte y nos vemos pronto,

Leyre I. Avilés

De la invención de la lectura

De la invención de la lectura

La causa dela invención de las letras primera mente fue para nuestra memoria, et después, para que por ellas pudiéssemos hablar con los absentes et los que están por venir. (Nebrija)

Era un mar de olas vacías,
de olas en guerra,
de algas que recubrían
la faz de la tierra,
de agua brava
y tiempo inconmensurable,
de una nada en calma
y del infinito circulante,
de cuerpos en reposo…

Nacieron los primeros y ya
era un mar de pedomorfos,
una cuna acuática
para la gestación enfática
de quienes pusieron
sus pies en la tierra;
seres cualesquiera, sin apellido.
No existían nombres ni sentido.

Era un mar profundo,
y su intensidad
llamó a la curiosidad.
Se adoró su imponencia.
Se temió la tempestad.
Se creó la conciencia del más allá.
Se enfrentaron a su muerte
y buscaron imponerse.
Y en su persistencia,
crearon las letras.
Crearon los cuentos.
Crearon mitos y alegorías.
Crearon narrativas.
Evadieron el sufrimiento.

Era un mar de palabras mezcladas
en fragilidad y violencia;
olas de competencia por el poder,
oleaje amenazado por emperadores
y su afán de prevalecer.
Páginas censuradas y
armas preparadas
disgregan la marea;
mitosis de la conciencia
dividida en paz y guerra,
dividida en mar y tierra.

Era un mar de navegantes,
de barcos de vela,
de marineros que leían
las mismas narrativas
olvidando sus moralejas.
Mundo de repeticiones
y cronología sucesiva
en el que habitan seres
en busca de perspectiva.
Ya no escriben sus memorias.
Ya no buscan la victoria
de aquellos reyes.
Ahora leen para comprender
por qué se repiten tantas veces
los mismos errores en la historia.

Mar, a la vez que mi barco
avanza contracorriente
no puedo evitar viajar contra tus olas,
que fluyen hacia atrás
mientras yo navego de frente.
No avanzan paralelos olas y navegante.
Y aunque querría viajar a tu lado,
la marea no lo permite.
El viento, como el tiempo,
sopla en dirección opuesta,
y yo no puedo alterar mi trayecto.

Mar, tus olas, de insólita belleza,
me asombran por su simpleza.
Pero, de tanto que se asemejan,
las olvido. Mientras me dirijo
a mi destino, las olas transcurren,
y las que ya han fluido,
por lo comunes que han sido,
se borran de mi memoria.
Por eso creamos la literatura,
para estudiar la trayectoria
y la construcción de nuestra cultura
a lo largo de la historia.

Aitana Gil Navarro

Quimera

Quimera

Se ve a un chico de unos 23 años aproximadamente, en el suelo de una casa, sosteniendo 3 animales distintos, cada uno de un color diferente (en ese momento inherentes), (se corta).

Ahora vemos a este mismo chico (Jack) en una cama con una chica de piel azul (Lena). Hablan, escuchan música, ríen, (se corta). Lena en ese momento le habla de un tesoro perteneciente a su raza que está perdido en aguas glaciares y que después de años de estudio en las mayores bibliotecas del mundo, como la biblioteca pública de Nueva York o la Biblioteca nacional de Francia, ha logrado descubrir el paradero de dichas riquezas. Pero le cuenta que ella no puede hacerse con ese tesoro, debido a que está protegido para que solo ciertas personas pueda acceder a él a través de un tipo de magia/tecnología, y le cuenta a Jack que él posee esa magia interna para poder pasar este tipo de “control” (se corta).

Los vemos construyendo un barco (coraza de madera con forma de pétalo sobre la cualse tiende una tela blanca y dura). Ella le explica que para poder acceder al lugar donde se encuentra el tesoro, el “barco” debe tener una estructura y estilo determinando, siguiendo las costumbres de su raza, (se corta).

Vemos nuevamente a Jack con los 3 animales en el suelo de su casa, esta vez con lágrimas que parecen ser de rabia, (se corta).

Los vemos saliendo del puerto en su embarcación, atraviesan mares agitados hasta llegar a un mar un tanto extraño, un mar en el que hay praderas de una nieve casi perfecta. Pasan a través de esas “praderas” con el barco hasta llegar a 2 islas prácticamente pegadas entre sí, “Sky-Frost”, la fortaleza de hielo y “Black-Ice Bay”, la bahía de los hijos renacidos. Lena le indica que deben dar la vuelta a las islas para poder entrar, debido a que entre ellas hay una fosa semi inundada en la que se encuentra el tesoro. Dan la vuelta y se adentran lo que pueden entre estas 2 islas, hasta que el barco no puede adentrarse más y Jack debe saltar al agua. (debido a que son aguas congeladas, debe de equiparse de un traje especial, que le permite poder respirar bajo el agua y no congelarse) Salta, y ve los vestigios de lo que parece ser un barco destrozado, del cual solo queda un pasillo colocado de manera vertical por el que empieza a descender. Está dividido en 3 habitaciones, cada una adornada de baldosas y patrones fastuosos y llenos de color, que, a pesar de los daños aparentes del exterior del barco, se conservan en perfecto estado, como por arte de magia. Jack no se lo piensa 2 veces y empieza a recoger reliquias y joyas que encuentra. Al fondo de la habitación encuentra un hueco a través del cual accede a la sala siguiente. En esta nueva sala hay ausencia total de agua. Jack no se lo explica porque está a varios niveles bajo el mar y la habitación anterior está completamente sumergida, pero recuerda que no es el primer acontecimiento extraordinario por el que ha pasado. Entonces decide omitir este detalle, sin embargo, se da cuenta de que en esta nueva sala no hay joyas y objetos ornamentados de oro y piedras preciosas. Se percata de que esta nueva sala se trataba de la biblioteca del navío. Entre los libros que va encontrando reconoce varios de ellos: “Capitán Nemo” de Julio Verne o “La llamada de Cthulhu” de H. P. Lovecraft, entre otras obras literarias, en lo inmediato no es consciente, pero a medida que los va recogiendo se va dando cuenta que cada una de estas obras tienen una estrecha relación con su aventura, ya sea por el aspecto misterioso de la misma como con el hecho de que todas ocurren en el mar. Esto lo deja un poco sorprendido, pero decide seguir recogiéndolos y los coloca en la bolsa que tiene en la espalda. Recogiendo dichos libros alza la cabeza y ve una imagen que le hiela la sangre (nunca mejor dicho) en la que se ve un barco semejante al que acaba de acceder. Este está siendo engullido por una especie de criatura. Esta imagen está acompañada de un texto que le es imposible comprender debido a que está escrito en un dialecto que desconoce. Esto le hace perder el interés (aunque le intriga debido al punto en común que tienen los objetos de esta misteriosa sala) y decide seguir, e ir a la última habitación.

Esta habitación es diferente a las otras 2 anteriores, debido a que se encuentra nuevamente inundada, pero está hecha de un cristal azulado ornamentado de una especie de armadura de cobre. Esta nueva habitación posee un nivel de iluminación semejante al de la superficie, lo que es imposible, debido a que desde que empezó su descenso no ha hecho nada más que descender (válgame la redundancia), por lo que es imposible que a esa profundidad existiese esa iluminación tan “poderosa”, pero nuevamente decide ignorarlo y seguir recogiendo joyas. De repente, la habitación empezó a temblar. Jack mira a sus pies y ve algo pasar a gran velocidad y de repente… la luz desaparece por completo, lo cual lo deja en una penumbra total, (se corta).

Lo volvemos a ver en el suelo. Cierra los ojos y al abrirlos nuevamente, vemos a Lena en su lugar. Ella sigue llorando con los 3 animales en mano, pero esta vez son lágrimas de arrepentimiento las que caen por su rostro, (se corta).

Volvemos a la oscuridad total en la que se encuentra Jack, el cual enciende una linterna, y tras recobrar su aliento, decide terminar de recoger las joyas que quedan y sube a la superficie, cogiendo a medida que sube collares y anillos que encuentra por el camino (aunque debe dejar algunos atrás debido a que tiene la bolsa llena).

Llega al barco y zarpan camino a casa. Esta vez el camino de vuelta a casa le parece muchísimo más rápido, casi relámpago. A pesar de que a la ida pasaron días, el camino de vuelta le parecen unas pocas horas. Llegan al puerto (está totalmente vacío), y vuelven a casa. (Punto de vista desde el interior de la casa) Se abre la puerta; entra Lena sola y cierra la puerta. Se le ve afectada y rompe a llorar en el suelo de su casa. Abre la bolsa y ve que de ella emanan 3 criaturas: 1 de jade, otra de ópalo y otra de amatista, las cuales se depositan en sus manos y se fijan.

Según las leyendas de los Matingui (soberanos de la civilización de la que provienen Lena) cada una de estas criaturas representa una cualidad humana. La Jirafa de jade representa la benevolencia; el simio de ópalo, la avaricia y la tortuga de amatista la positividad. Desde hace siglos todos los Matingui estaban en busca de estas criaturas debido al gran valor que poseen y a las virtudes que otorgan al portador de las 3 figuras primigenias. Pero Lena no estaba interesada en estas figuras. Las vuelve a meter en la bolsa y sigue buscando su verdadero tesoro. De repente de ella extrae uno de los libros que había recogido Jack, “Ole Lukøje” de Hans Christian Andersen. Abre el libro y empieza a leer: Por la noche, mientras los niños están sentados a la mesa o en sus sillitas, él sube las escaleras muy suavemente, pues camina en calcetines, luego abre las puertas sin el menor ruido y arroja una pequeña cantidad de polvo fino en sus ojos, lo justo para evitar que los mantengan abiertos y no lo vean. Luego se arrastra detrás de ellos y sopla suavemente sobre sus cuellos, hasta que sus cabezas comienzan a inclinarse. Pero Ole Lukøje no desea hacerles daño, porque le gustan mucho los niños y solo quiere que se callen para que él les cuente bonitas historias…

(El mundo gira alrededor de los sueños, desde Martin Luther King hasta un niño de 6 años. Cuando llega la quietud de la noche todos somos capaces de soñar y de extraer de allí fragmentos de historias que después podemos plasmar al papel. Ya que en el mundo de los sueños, el único límite, es el de la imaginación)

FIN

Jack, atormentado y perdido entre el mundo real y el de los sueños, fue incapaz de salir del barco. Tanto el final como Lena son una simple imaginación generada por su subconsciente, ya que en el fondo de ese barco, con la única compañía de la criatura (el “Ole Lukøje”), lo último que le queda a Jack es la única magia que los humanos dominamos, “la magia del sueño”. Ole Lukøje o “Sandman”: visita cada noche el dormitorio de la gente mientras duerme, para esparcirle arena mágica en los ojos, y así, los durmientes tendrán sus sueños.

Wang (pseudónimo)

El poder de un libro

El poder de un libro

Cuando se lee un libro, jamás vamos a leerlo de la misma manera que otro lector. En ocasiones, un lector puede pasar de una página a otra sin detenerse a pensar en nada de ella, mientras que otro puede quedar marcado por cada una de las palabras y signos que la componen. 

Esto le pasó a una amiga mía, quien leyó una obra y la interpretó de una manera que cambió su vida.

Una tarde normal de otoño, cuando aún se sentía el calor del verano, pero las vacaciones parecían haber quedado lejos, mi amiga intentó volver a la rutina de todo estudiante.

Digo intentó, porque sus vacaciones no habían sido las típicas de una persona con 18 años. Habían sido una de sus peores vacaciones; unos meses en los que una pérdida de identidad y sentido existencial marcadas por una relación abusiva y coercitiva acarrearon una soledad y aislamiento rotundo.

Fue entonces cuando decidió buscar un refugio para sus pensamientos diferente a esos consejos tan fáciles de decir y tan complicados de hacer como «quiérete». Ya le habían dicho que tenía que dedicarse tiempo, pero ¿cómo se dedica tiempo una persona que no tiene fuerzas físicas ni mentales para salir de la cama; una persona a quien le cuesta coger aire porque eso es señal de estar vivo? Ella sabía que era cierto, o se dejaba morir o destinaba su atención a otros pensamientos ajenos a su realidad. 

Entonces, decidió leer, porque ver una serie no ocupa la misma atención que la que requiere leer. Buscó en una de esas páginas de Internet que aseguran tener el listado de libros que debemos leer antes de morir y eligió el que más le gustó, un libro que quizá le resultaba familiar porque es un clásico de la literatura inglesa: Jane Eyre de Charlotte Brontë.

Puede parecer absurdo, pero rápidamente lloró, rio, se agitó y enfadó como lo hacía la protagonista, sintiéndose así acompañada, imaginando un mundo donde la superación era posible; difícil, aunque posible. Desde entonces, supo que no iba a ser fácil pero que iba a poder seguir adelante en su vida. Gracias a esta lectura, le fue posible una evasión a otro contexto donde existía la esperanza. 

Y es que a veces, simplemente, terminamos un libro, pero, en ocasiones, el libro termina con la versión de la persona que lo comenzó a leer.

 

Laya Centelles (pseudónimo)

La librería desde otro punto de vista

La librería desde otro punto de vista

La librería Diógenes, una de las más célebres de Alcalá de Henares, tuvo la amabilidad de acogernos a un grupo de estudiantes y hacernos partícipes de sus entresijos e intimidades de la mano de su dueño. Nos dispensó una muy buena atención y nos animó a hacer toda clase de preguntas, lo que dio pie a abordar cuestiones muy interesantes. Creo que una de las revelaciones que más llamó mi atención es la que tiene que ver con el nombre del establecimiento: Diógenes. Resulta que la librería fue bautizada de esta manera antes de que la relación entre Diógenes y el famoso síndrome que lleva su nombre se popularizara entre la gente, ya que, de hecho, este filósofo no era alguien con tendencia a acumular indiscriminadamente, sino todo lo contrario. Al dueño le gustaba como figura histórica y por eso recurrió a su nombre para su librería. Me resulta curioso porque, incluso con la asociación errónea, Diógenes me parece un nombre muy apropiado para una librería por la tendencia que parecemos compartir todos los bibliófilos de acumular libros.

Otra cosa que me sorprendió, no por inverosímil, sino por impepinable, fue el albarán y la cantidad de trabajo administrativo que exigen hoy en día las librerías como consecuencia de la cantidad exagerada de títulos que se publican al año. Yo ya sabía que el número anual de novedades era muy elevado, lo notaba cuando, al entrar en una librería, notaba que los ejemplares expuestos en la mesa de novedades cambiaban con una frecuencia vertiginosa. Pero eso no deja de ser una prueba indicativa y hasta sugerente de la cantidad de títulos. El albarán, en cambio, no da margen a error ni a elucubraciones. Algo que me gustó especialmente en relación a esto fue que, desde la propia librería, intentan alargar la vida de las novedades cuanto sea posible. No sé hasta qué punto tienen éxito en esa empresa porque las circunstancias lo ponen muy difícil, pero que hagan gala de la sensibilidad suficiente como para querer intentarlo ya es un muy buen indicio y me inspira mucha simpatía hacia la librería.

Otra cosa llamativa de la misma es que está dividida en dos espacios muy diferenciados, ya que ocupa dos locales distintos en la misma calle, lo cual, y por lo que vi, me parece bastante útil tanto para la gestión como para el usuario o cliente.

 Gema Bonnin Sánchez

Tinta del pasado y del presente

Tinta del pasado y del presente

La Imprenta Municipal-Artes del Libro del Ayuntamiento de Madrid es la máquina del tiempo con la que hemos realizado nuestro viaje al pasado. En esta institución se exhibe una gran colección de máquinas e instrumentos de impresión que, además, aún siguen en perfecto funcionamiento. 

La exposición permanente de este peculiar lugar muestra la evolución de la impresión desde el siglo XVI, con imprentas manuales, hasta la época de la Revolución Industrial, cuando se desarrollaron las imprentas mecanizadas. Asimismo, antes de entrar en la sala de exposición, pasamos por un pequeño auditorio en el que se reproduce en bucle un vídeo sobre los orígenes de la imprenta, la encuadernación y la litografía. Esta breve grabación puede resultar muy útil para poder profundizar sobre lo que se nos mostrará en el museo y demostrar que hoy en día se siguen haciendo estas labores de impresión tan importantes.

Al entrar a la sala principal, nos encontramos con las enormes máquinas de impresión, junto a un recorrido histórico por su evolución. Sin embargo, en este lugar no solo se exhiben las distintas maquinarias de las imprentas, sino que podemos observar otros instrumentos que forman o han formado parte de ellas. Como elementos de la exposición se encuentran, por ejemplo, los tipos móviles usados en las imprentas, guardados en sus cajas con aquel orden característico que establecieron los encargados de la impresión. Seguidamente, encontramos elementos tan destacados como las piedras litográficas o su evolución: las planchas de fotograbados, con las que se conseguían impresiones en color gracias a la técnica de la cuatricromía. Por último, la exposición hace gala de hermosas portadas de libros con grabados con pan de oro o llamativos colores y formas en sus guardas. Esta sección refleja el progreso y la evolución del arte de la imprenta en las portadas y, por consiguiente, en los libros.

Aunque el recorrido pueda resultar un poco confuso -saltando de épocas si no lo sigues correctamente, puesto que no hay señales que marquen el camino- la exposición está muy bien explicada. Los carteles ayudan a los visitantes, como yo, a imaginarnos más fácilmente cómo era y aún es el trabajo de los tipógrafos. Finalmente, no solo la colección que poseen es impresionante, sino que este edificio, casi centenario y compuesto por tres plantas con diversas exposiciones y un maravilloso taller tipográfico, todavía en uso, está decorado con fuentes tipográficas que lo embellecen más incluso.

Cristina García Luque

Portadores de fuego/7

Portadores de fuego/7

—No creo que vaya a poder hacer esto durante mucho más tiempo. —Beatriz me dirigió una mirada exhausta.

Llevábamos casi dos horas caminando en línea recta por un oscuro túnel subterráneo al que habíamos accedido por una entrada de leyenda. Me había llegado a plantear que las incesables historias de Ignacio se sustentaran en la realidad de alguna forma, pero nunca me habría imaginado que hubiera de verdad un pasaje secreto en una estancia escondida del Palacio Real.

—¿Y pretendes parar después de todo el camino que hemos recorrido?

—La información que tenemos ya es increíble, tal vez sea el momento de llamar a la policía y dejar el asunto en sus manos.

—Beatriz, no creo que Ignacio hubiese pretendido nunca que la policía interviniera en esto.

—Lo sé, pero… Tienes que entender que me esté acobardando. ¿Cuánto más va a durar este túnel? Claro que quiero recuperar a mi hermano lo antes posible, pero deberíamos ser más sensatos. Llevamos dos horas sin ver más luz que la de estas horribles antorchas.

Justo en ese momento apareció por fin iluminación, entonando con lo literario de la escena en la que nos encontrábamos. Todo parecía cobrar sentido en una situación ideada por Ignacio. Beatriz y yo nos miramos y, sin decir una palabra, acordamos continuar la ruta en esa dirección. El final del túnel apareció en poco tiempo. Emanaba un fuerte olor a madera de un habitáculo con la puerta abierta. Me recorrió el cuerpo un escalofrío por miedo a lo que podría encontrarme en su interior. Me quedé paralizado. Beatriz, sin embargo, no vacilaba.

Tomó mi mano con firmeza, un gesto que me hubiera hecho saltar en cualquier otra situación con una persona a la que conocía desde hacía menos de dos días, pero que me resultó cómodo viniendo de la chica con el pelo del mismo peculiar color que Ignacio.

—Siempre tuve claro que lo conseguiríais. —Ignacio nos observaba tranquilo desde un sillón granate del estilo del mobiliario de su casa.

Beatriz no pudo hacer otra cosa que sollozar desconsoladamente. Esta vez sus manos se posaron en su rostro. No parecía poder mirar a su hermano, pero fue la primera en intervenir.

—¿Qué significa todo esto, Ignacio? ¿Por qué? — La chica le acusó, sin dejar de sollozar.

Ignacio se limitó a pedir perdón a su hermana con la mirada y sacó un rollo antiguo del cajón de un escritorio.

—Estáis delante de la última evidencia física conocida de la veracidad de los hechos contados en la Ilíada, la explicación de todas las decisiones tomadas durante los últimos años de mi trayectoria vital. Entre mis manos está el manuscrito verídico con la lista de los pretendientes de Helena de Esparta, la primera evidencia de que la historia de Homero podría haber sucedido realmente. Ha sido datado con seguridad en la era de la civilización micénica.

Estaba escondido tras el marco de uno de los cuadros del Alcázar, que las Musas salvaron del infame incendio hace dos siglos. Mis socios, contrarios a la ideología de Las Musas, se hicieron con él.

—¿Tus socios? — preguntó Beatriz, algo más calmada. Yo seguía sin poder decir nada, me sentía como un lector inmerso en la escena cumbre de la obra, expectante y demasiado emocionado, sin poder intervenir.

—Bueno… en realidad, solo conocí a uno de ellos, el primero en darme las pistas para continuar con su misión. Lo ejecutaron clandestinamente hace diez años. —Beatriz volvió a temblar, pero se contuvo y se mantuvo en silencio para seguir recibiendo la información de Ignacio.

—Soy la última persona con conocimiento empírico de que los hechos narrados en la Ilíada son reales. Lo que me hace increíblemente valioso. Sin embargo, estos todavía no pueden ser revelados al mundo. Este hecho facilitaría demasiado el trabajo a Las Musas, que pretenden que estos conocimientos vuelvan a ser suyos y sólo suyos. Si el manuscrito se hiciera público, para ellas sería muy fácil e inmediato localizarlo para volver a esconderlo de nuevo. Los únicos capaces de mantenerlo a salvo somos nosotros. Solo yo conocía sus secretos y las herramientas para que el cuadro no cayera en sus manos hasta hace unos meses, cuando decidí que tú, Hugo, serías el portador de mi legado. —Salí de mi estado de contemplación para convertirme violentamente en partícipe de la trama.

»No me queda mucho tiempo, amigo. Las Musas saben demasiado sobre mí. Aunque en nuestro último encuentro en casa de Beatriz conseguí escapar, ya conocen mi aspecto y vienen a por mí, así que este manuscrito ya no me pertenece. Es tuyo. Os debo disculpas a ambos, pues vais a tener que escapar de Madrid. La situación me ha convertido en un ente demasiado egoísta y os he puesto en peligro inminente. Nunca quise involucrarte, Beatriz, pero mi locura no me permitió mantenerme alejado de ti. Voy a lamentarlo hasta el día de mi muerte, que se aproxima tan rápido como las tramas de una secta centenaria. —La chica había dejado de llorar definitivamente. Ambos nos habíamos convertido en los protagonistas de la historia, y dentro de nosotros algo nos instaba a comportarnos de acorde con nuestro rol desde el instante en el que nos habíamos dado cuenta.

—En cuanto a ti, Hugo, sé que no me he equivocado al elegirte. Tengo la intuición de que voy a ser la última persona en morir por esta causa. —Ignacio envolvió el manuscrito en un manto granate y me lo otorgó— Hay una carta con lo último que debes saber dentro. —Casi tuve ganas de sonreír. Típico de él.

Justo entonces oímos pasos acercándose, pero Ignacio no pareció inmutarse. Por primera vez, nos transmitió una tranquilidad que nunca habíamos sido capaces de notar en él. Era consciente del destino que le aguardaba y se encontraba en paz con él.

—Son ellos —dije. Lo tenía claro.

—No podría hacerme más feliz que hayáis llegado a tiempo, confirmándome que seréis perfectamente capaces de cargar con la tarea que os he encomendado. — Abrió las puertas de un armario, el mueble más grande del habitáculo— Entrad, rápido, y corred por las lúgubres escaleras. Confiad en que me ocuparé de que Las Musas no conozcan vuestro paradero. —Nos abrazó uno a uno y nos penetró con una mirada esperanzada tras instarnos a entrar en el armario— Gracias por vuestro sacrificio.

Cerró suavemente las puertas, sin miedo, y Beatriz y yo echamos a correr por aquel pasadizo infinito como si no hubiera un mañana, aunque sí fuera a haberlo para nosotros. Ella se adelantó, pero no importaba: desde entonces no dejaría de seguir sus pasos. Pudimos vislumbrar por la rendija del armario una potente luz naranja y un olor inconfundible. El sacrificio había sido de Ignacio, y gracias a él, nadie iba a encontrarnos. Sólo nosotros nos habíamos encontrado, ahora éramos el centro de la trama.

Un nuevo capítulo comenzó cuando salimos por la boca de metro “Las Musas”

Lidia Torres Martínez

Portadores de fuego/6

Portadores de fuego/6

Le prometí a Beatriz que iba a descansar. Y eso hice.

Me tumbé en el pequeño camastro que se encontraba en mi habitación. Cerré los ojos, pero los pensamientos no dejaban de volar por mi mente, intentando unir las pistas que habíamos hallado.

«Fuego». «Libros». «Mapa de Madrid». «Alcázar». «Musas». «Ladrones». «Cuadros». «Si sirves a muchos maestros, pronto vivirás».

No sé cuánto tiempo estuve así, pero cuando abrí los ojos pude vislumbrar a través de la ventana los primeros rayos de luz del alba. Estaba amaneciendo. Nada parecía tener sentido. Eran señales muy dispersas que surgieron a partir de la mente de un hombre con indicios de locura.

Mi cuerpo se tensó de repente. Cómo no me había dado cuenta antes. Me levanté de un salto y fui hacia el salón. Allí encontré a Beatriz tumbada en el sofá de mi salón. Tenía los ojos cerrados, pero en su rostro se encontraba cierto aire de inquietud. Los mechones largos, rizados y cobrizos de su cabello estaban esparcidos por toda la almohada. Sus carnosos labios se encontraban entreabiertos, dejando entrar y salir la preocupación que emanaba en su mente.

—Beatriz — la llamé, mientras zarandeaba su hombro—. Despierta.

Poco a poco sus ojos empezaron a moverse, escapando del sueño y volviendo a la  realidad.

—¿Qué pasa, Hugo? — contestó mientras se incorporaba, aún somnolienta.

—Creo que he descubierto algo. —Sus ojos se abrieron como platos, convirtiendo sus lentos movimientos en ansia por saber— Desde el principio hemos estado recopilando información, sin poder encontrar una solución lógica, y he descubierto el por qué. Estamos mirando las pistas desde nuestra mente, pero es la mente de un loco quien las ideó. No podemos pensar como Hugo o Beatriz, sino como Ignacio.

—No entiendo exactamente cómo eso nos puede ayudar.

—Por ahora sabemos que la locura de Ignacio empezó con los libros. Con uno exactamente. Además, era un gran artista, y todo artista necesita una fuente de inspiración.

—¡El lienzo que pintó! Ese lienzo que tiene el mismo nombre del libro, el de su apartamento. Se inspiró en el libro, y quizás encontremos más pistas allí.

Exhausto de correr, abrí la puerta de la casa de mi amigo y nos dirigimos a su pequeño estudio. De allí emanaba un olor muy fuerte a pintura. Toda la estancia estaba repleta de lienzos de distintos tamaños.

—Aquí está —dijo Beatriz, agachándose para sacar uno de los muchos lienzos que había.

Nos dirigimos a su despacho. Quitamos todas las cosas que había sobre la mesa y lo colocamos encima.

—¿Y ahora qué?

Hice caso omiso a su pregunta y me centré en lo que tenía delante: una calle antigua de Roma. La calzada ocupaba el centro, por donde transitaban hombres, mujeres y niños con ropas de diversos colores. A los laterales había múltiples edificios. Uno de los edificios tenía el sello de un sobre.

La carta. Aquella que me envió hace tiempo. Busqué por todos los cajones. Ahí estaba. Las últimas palabras que decía eran “viejo amigo, hasta dentro de (…) “. ¿Y si no se refería a una despedida? ¿Y si en realidad se refería al interior de un lugar? Volví a mirar el cuadro y algo me llamó la atención. No había fuego. Todas las pistas apuntaban al fuego.

—No hay fuego

—¿Cómo? — preguntó, extrañada

—En el cuadro, no hay fuego. La pintura se llama “Roma, vestida de fuego” pero no hay fuego.

—¿Y si no se refiere a la Roma como ciudad? ¿Y si Roma es el nombre de alguien?

— empezó a buscar por el cuadro— Mira, ahí — señaló.

Una mujer con un vestido naranja, muy parecido al color de las llamas de fuego. Bajaba por unas escaleras que llevaba a un lugar bajo tierra.

—No puede ser— dije, temiendo estar en lo cierto.

—¿Qué pasa?

—¿Y si los cuadros nunca salieron del Alcázar? ¿Y si aquellos cuadros que pensábamos que se habían quemado siguen allí, en alguna sala subterránea, y el incendio solo fue una manera de que el resto del mundo pensara que se habían quemado y no los buscasen? Déjame otra vez el mapa de Madrid.

Corrió a su chaqueta, sacando el mapa de su interior. Lo abrí y me centré en el punto que había marcado mi amigo.

—¿Y si estas partes no son los caminos de tierra, sino túneles subterráneos? Una vez Ignacio me habló de esos túneles, pero como te mencioné el otro día, pensaba que todo eran leyendas.

Beatriz me miró con cierta iluminación en los ojos.

—Solo hay una forma de averiguarlo. Hugo, tenemos que ir allí.

Aroa Melero Sáez