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Historias de lectores

VIDAS LECTORAS ENTRELAZADAS

VIDAS LECTORAS ENTRELAZADAS

* Esta reflexión es la parte final del trabajo académico “Autobiografía lectora” realizado en el marco de la asignatura Historia de la Lectura, consistente en realizar una entrevista a un/a lector/a nacido/a en el siglo XX. La persona entrevistada es Anna Katarzyna Zarychta (Polonia, 1977), madre de la autora.

Después de haber realizado y transcrito esta entrevista, puedo decir que he reflexionado acerca de varios temas. Lo primero, me ha parecido curioso ver cómo realmente a mi madre no le interesa la lectura tanto como yo pensaba que le interesaba. Al fin y al cabo, como durante toda la vida ha intentado inculcarme el hábito de leer, yo siempre había pensado que sus intentos eran, en el fondo, porque ella también lo solía hacer de joven o porque es algo que le gusta mucho, aunque ahora no la viera hacerlo demasiado por su falta de tiempo. Pero no, la realidad es que no le apasiona tanto como yo me imaginaba… algo que no habría sabido de no haberla entrevistado.

Otra cosa que he encontrado curiosa es que compartimos libro de la infancia favorito, pues el mío también es Lokomotiwa i inne wiersze de Julian Tuwim. Quizás precisamente porque recuerdo a mi madre leérmelo todos los días hasta que me aprendí de memoria los poemas infantiles de sus páginas, igual que ella. También compartimos el hecho de ser lectoras lentas, por lo que intuyo que procesamos las lecturas del mismo modo. Admito que es este hecho me hace sentirme bastante aliviada, pues pensaba que era algo que me pasaba solo a mí. Me gusta la idea de poder culpar su genética de esto. Otra cosa que nos une es nuestro eterno odio a la novela romántica y nuestro amor por Agatha Christie y las novelas de crímenes bien escritas.

Me ha parecido precioso poder ver cómo fue su infancia desde el punto de vista de los libros. Gracias a esta perspectiva he podido ponerme en la piel de una Anna de cinco años, malita pero contenta porque su abuelo le leía para que no sintiera tanto los síntomas del constipado.

Por otro lado, me he dado cuenta del papel fundamental que he tenido yo en su vida lectora, pues soy quien le regala libros por Navidad, quien almacena libros en su estantería –en espera a que llegue el verano y las tardes en la piscina del pueblo–, quien la obliga a entrar en librerías cuando viajamos y quien pasa horas hablando de lo bueno o malo que me parece un libro. Ella a veces me escucha, otras solo asiente y en ocasiones, al ver que su paciencia es escasa, decide darme veinte euros y decirme que me tome todo el tiempo que quiera para elegir mi libro de recuerdo, que mientras tanto ella se irá a tomar un café.  

Lo último con lo que me quedo, y lo que sé que ha sido más emotivo para ella durante la entrevista, fue el hecho de hablar del abuelo, pues falleció el pasado mes de diciembre y mientras hablaba sobre su padre, que siempre fue quien más leyó y escribió en mi familia, vi cómo se le aguaban los ojos recordando con una sonrisa la época en la que estaba sano y con nosotros. Hacía mucho que no hablábamos del abuelo porque es un tema bastante duro para ella, ya que mantenían una estrecha relación, y esto me sirvió para descubrir o redescubrir facetas de él que o bien no sabía o no recordaba porque en su momento me parecieron minucias, pero que, durante la entrevista, he visto que ahora se han convertido en datos o detalles que retratan muy bien quién fue.

En definitiva, creo que este taller reflexivo ha sido el más personal de todos los que hemos hecho a lo largo del curso, ya que me ha permitido de alguna forma conocer un poco más a la persona que más quiero, mi madre. He podido saber su opinión sobre ciertos asuntos, historias de su infancia, de su adolescencia y un poco más de la vida de mis abuelos. Por eso, este es seguramente el taller reflexivo que más me ha movido por dentro.

Patricia Zarychta

EL ARTE DE REDESCUBRIR AL QUE CREÍAS CONOCER

EL ARTE DE REDESCUBRIR AL QUE CREÍAS CONOCER

* Esta reflexión es la parte final del trabajo académico “Autobiografía lectora” realizado en el marco de la asignatura Historia de la Lectura, consistente en realizar una entrevista a un/a lector/a nacido/a en el siglo XX.

Realizar esta entrevista ha sido una experiencia mucho más profunda de lo que imaginaba. Al principio lo vi como un simple trabajo para clase, pero conforme íbamos hablando y me iba contando con tanta naturalidad y cariño su relación con los libros, sentí que se abría una puerta a su mundo interior que yo, a pesar de conocerlo desde siempre, no había explorado.

Escuchar cómo su madre le leía cuentos antes de dormir, o cómo ahora él ha repetido ese gesto con sus hijas, me gustó. Me hizo pensar en lo poderosa que puede ser la lectura como puente entre generaciones, como un acto de amor silencioso que deja huellas. Me di cuenta de que los libros, en su caso, no solo han sido una fuente de conocimiento, sino también un refugio, una rutina compartida y una forma de conectar con los suyos.

También me sorprendió la calma con la que hablaba de su rutina actual: levantarse temprano, coger la bici, ir hasta la playa y leer allí. Esa parte me pareció preciosa, como un pequeño ritual de cuidado propio, un momento íntimo para empezar el día con claridad. Me hizo pensar en cómo muchas veces decimos que no tenemos tiempo para leer, pero en realidad se trata de encontrar ese rincón del día donde nos demos el permiso de parar.

A través de sus respuestas, también reflexioné sobre mi propia relación con la lectura. A veces la veo como una obligación más, sobre todo dentro del contexto académico. Pero al hablar con A., entendí que leer puede volver a ser un acto de placer, de conexión con uno mismo y con el mundo. Me hizo recordar un gusto por la lectura que nunca tuve de niña, ya que entonces la veía como una obligación. Ahora, me inspiró a conectar con ella de forma libre, sin presiones ni imposiciones. Lo más bonito de todo fue sentir que, aunque esta entrevista surgió por una tarea, terminó siendo una conversación sincera entre dos familiares que se quieren, que comparten recuerdos y ahora también, historias de lectura. Fue como redescubrir a alguien a quien ya conocía, pero desde otra mirada.

Este trabajo me ha dejado una sensación muy especial: la de querer seguir haciendo preguntas, no solo para un trabajo, sino por el simple deseo de conocer más y mejor a los que me rodean. Y, por supuesto, la de volver a los libros con más cariño y menos prisa.

Elegí entrevistar a mi primo porque siempre me ha intrigado conocer más sobre su infancia y sus gustos personales. Aunque me han dicho que le gusta la lectura, quería descubrirlo por mí misma y entender realmente qué es lo que le apasiona.

He sentido que cada respuesta de A. abría una pequeña puerta a su mundo, y eso me ha despertado las ganas de seguir explorando, de seguir preguntando, de seguir conectando. Me he dado cuenta de que todos tenemos historias que merecen ser contadas, y que a veces solo hace falta alguien que quiera escucharlas. También fue una forma de escucharme a mí misma: de descubrir que me interesa comprender, conectar, y que hacer preguntas es una herramienta muy poderosa para lograrlo.

Como bien dice Alberto Manguel en Una historia de la lectura, “leer, casi tanto como respirar, es nuestra función esencial”. Esta experiencia me ha recordado que la lectura, al igual que la conversación, es una forma fundamental de conexión: con los demás, con el mundo, y también con uno mismo.

Gracias a esta asignatura de Historia de la Lectura, he logrado sentirme cómoda e inspirada nuevamente con la lectura. Me ha permitido revivir ese vínculo con los libros, pero desde una nueva perspectiva. He podido expresar lo que la lectura me hace sentir, algo que no había logrado antes, y todo esto me ha permitido disfrutar de una manera más personal y libre.

Leyla Akalai Acdhi

¿CÓMO ENVEJECEN LOS LIBROS EN LAS ESTANTERÍAS DE CASA?

¿CÓMO ENVEJECEN LOS LIBROS EN LAS ESTANTERÍAS DE CASA?

Los libros van pasando de mano en mano, de padres a hijos. Muchas veces, cuando te los regalan, cuentan ya con esa madurez que uno puede notar en el color de sus hojas. Tienen muchas vidas y cada una de ellas es distinta. Cada libro tiene su propio tacto y su particular olor: algunos son suaves y otros, demasiado ásperos. También están los que no dicen nada, ni se muestran interesantes ante los ojos. Cuando los veo amontonados en cada una de las estanterías, tardo un tiempo en elegir, pues siento una atracción profunda hacia la palabra impresa.

Hay títulos que despiertan en mí todo tipo de sensibilidades. Entre ellos, uno en particular: el Libro de poemas de Federico García Lorca. No solo leo su poesía, sino que soy capaz de ver al hombre que la ha escrito a través de sus palabras. Me voy llenando de esa alegría y de la tristeza más embriagadora, y leo: “La pena de la tarde estremece a mi pena…”. Luego, cierro el libro e intento escribir, pero ya no soy capaz.

Creo que los libros van creciendo con nosotros, al igual que nuestros hermanos. Discutimos con ellos y hacemos las paces. Y, a veces, los olvidamos y los arrinconamos sobre una vieja balda. Algunos de estos libros no quieren separarse nunca de mí, pero yo he abandonado esa infancia y me encuentro en la juventud. Deben entender mi madurez y mi intelectualidad, que se manifiestan con otros gustos. Un libro que ha sido manoseado a lo largo del tiempo me revela que ha sido leído por muchos. Cuando lo abro por primera vez, tengo que tener cuidado con el desgaste de sus hojas.

Mi personalidad cambia con el paso del tiempo y las diferentes lecturas que llegan a mí. Los libros difíciles y complicados de entender son viejos sabios que viven su decadencia pero que expresan su valor. A estos procuro atenderlos mejor. Así habló Zarathustra de Friedrich Nietzsche, es un libro filosófico que me hace pensar, cuestionar y disfrutar…

Miro mis libros y observo a mis padres, y noto cómo todos van envejeciendo a la vez. Los libros que leían ellos, ahora me pertenecen y se convierten en mi familia. De ahí que mi pensamiento sea otro, mucho más crítico y expresivo. Compartir libros es una gran aventura, y, dispuesto a vivirla, pongo en las manos de mi padre El señor de los anillos de Tolkien. De esta forma, sus hojas escritas toman contacto con una generación distinta a la mía.   

Marcos Valbuena García

DE CÓMO LA LECTURA ME AYUDÓ EN MI VIDA

DE CÓMO LA LECTURA ME AYUDÓ EN MI VIDA

Javier era un adolescente de 20 años que vivía en el centro de Madrid. Ya iba por su segundo año de carrera de universidad; había elegido las Humanidades por su amor y afición a las letras. De hecho, cuando tenía 10 años se pasaba las tardes de verano en la buhardilla de la casa de sus abuelos leyendo a todo tipo de autores como Jules Verne, Lorca y Antonio Machado, así como diversos géneros de lectura. Sin embargo, sus favoritos eran, sin duda alguna, los grandes clásicos como Homero, Virgilio o Séneca.

Su familia lo miraba con una expresión de desdén, dado que todos ellos se habían dedicado a la medicina, pero Javier no cesó por ello en su afán de leer. Desde su sillón en la buhardilla viajaba a la Grecia y Roma clásicas para aprender cuanto podía de aquellos mundos que a él le parecían fascinantes. Fue un viaje iniciado de la mano de sus tíos maternos: fueron ellos quienes le enseñaron todo acerca de la lectura y sus etapas, cómo variaba el estilo del libro, su tipología y encuadernación, e incluso la evolución de las bibliotecas desde la Antigüedad hasta su tiempo. Gracias a ellos pudo descubrir qué era lo que más le atraía.

Adentrarse de lleno en la lectura de estos libros y mundos pasados le ayudó a trazar su camino y a elegir asignaturas tan importantes para él como Latín, Historia Medieval e Historia de la lectura, así como Cultura Clásica y Literatura.

Rodrigo Parra Vicente

EL COMIENZO

EL COMIENZO

¿Quién no se ha preguntado alguna vez qué hubo antes del Bing Bang? Y es que los comienzos, de todo lo que nos atrapa, secundan misterios. El comienzo tiene ese arranque, indescifrable, que dibuja un trazo continuo hacia un nuevo eslabón, seguido de otro. Construimos una secuencia desde un punto de partida que conocemos y caminamos hacia lugares aventurados para recalar en una fantasía.

Vemos lo que queremos ver. En ocasiones, creemos vislumbrar un sombrero, cuando en realidad es una serpiente que ha devorado un elefante. Olemos lo que queremos oler. Al entrar, el olor a almendras amargas nos recuerda los amores contrariados. Conocemos lo que nos enseñan, como cuando nunca hemos visto el hielo y nuestro padre nos lleva a conocerlo. Nos inquietamos cuando nuestro casero solitario se comporta en su soledad como un vecino que nos puede llegar a agitar.

Construimos una casa en un gran valle, al pie de la empinada ladera de una colina junto a un burbujeante arroyo y queremos viajar, en vez de hacer turismo, porque el viajero no pertenece más a un lugar que al siguiente y los turistas aceptan su propia civilización. Volvemos sobre el mito del eterno retorno. Lo que desaparece para siempre, no retorna; es nuestra propia sombra y nada significa. No tiene peso. Es leve.

Somos el resultado de un recorrido cuyo testimonio de fe descansa en los libros que nos visitan y se van. Del Origen de los Tiempos a la Insoportable Levedad del Ser, volvemos al punto de partida, para reaparecer como El Principito tras visitar planetas. En Tiempos del cólera Macondo nos abraza y avanzamos sobre los Pilares de la Tierra. Después de habernos sobrevivido, descendemos de Cumbres Borrascosas para detenernos y acabar bajo El Cielo Protector del desierto del Sáhara. 

Cuando empezamos un libro, volvemos a terminar.

Cuando terminamos un libro, volvemos a empezar.

 

Alan Salgado

 

SUBRAYADO EN AMARILLO FOSFORITO

SUBRAYADO EN AMARILLO FOSFORITO

Era un día de verano como cualquier otro. Sin nadie con quien quedar y muerto de aburrimiento en mi habitación, decidí que era buena idea limpiar y tirar algunas cosas que ya no usaba mientras escuchaba algo de música.

Tras una hora recogiendo y jugando con los objetos antiguos que me iba encontrando, mientras bailaba al ritmo de canciones pop estadounidenses, encontré mi viejo diario, un cuaderno de tamaño A5 con las tapas negras decoradas con detalles blancos y cerrado “herméticamente” por una endeble goma.

Pensé en si debería de abrirlo o no. “¿Las cosas que vería me traerían buenos recuerdos? ¿O sufriría al revivir mis vivencias pasadas? Supongo que vale la pena descubrirlo...”

Pasé la polvorienta portada y me encontré con unas notas escritas con muy mala letra. El diario abarcaba desde el momento en el que empecé a escribir esporádicamente cuando tenía 8 años hasta los 13 a 14, cuando dejé de tener tiempo libre, por lo que era normal que las primeras páginas no tuvieran la mejor caligrafía.

Fui hojeando rápidamente frases del diario: “10/11/2012. Hoy jugué solo en el patio, sigo sin conseguir amigos”, “14/3/2013. Ha sido mi cumpleaños, pero solo lo he celebrado con papá y mamá en casa…”. “25/9/2013. He conseguido una amiga, voy a estar con Carol siempre ahora”. “19/2/2014. Carol no me habla y se junta con otras personas. Creo que le dije algo que le sentó mal”. “9/9/2014. Vuelvo a empezar solo el colegio tras un verano como los demás”.

Era increíblemente triste. Además, había subrayado todas las palabras que me hacían sentir mal, no sé muy bien por qué. “Sabía que no tendría que haberlo abierto…pero…, creo que mejoraba…”. Algo encendió una luz en mí durante esa época.  

18/4/2015. Ayer conocí a Marcos. Me ha caído muy bien. Ojalá podamos ser amigos”. “23/4/2015. Marcos me presentó a sus amigos, por fin me siento feliz”.  “3/8/2015. Me encanta pasar tiempo con Marcos y la forma en la que me trata, hace mucho que no me siento así”. “23/12/2015. Hoy he ido a esquiar por primera vez. La madre de Marcos nos invitó a los dos. Ojalá todos los días fueran como este”. “15/3/2016. Ha sido mi cumple, y Marcos me ha regalado un juego de mesa. Hace 5 años que no me regalan nada, me he sentido especial”.7/10/2016. Hoy le he invitado a mi casa para jugar a con mi Wii U, creo que nunca se me había pasado el tiempo tan rápido”. “28/2/2017. Cada vez tengo más claro que solo me lo paso bien con él, quizás pueda pensar que soy suficiente para él”. “17/4/2017. Hoy le dije a Marcos lo que sentía por él. Me rechazó por ser yo mismo”. “24/6/2017. Sigo pensando en él y me he vuelto a aislar en casa… Creo que lo mejor será dejar de escribir”.

Esta sensación de nuevo… Un nudo en la garganta al cerrar el diario. Algún día dejará de dolerme que me pase lo mismo una y otra vez. Igualmente, dejaré el cuaderno en el cajón, no quiero despedirme de ese sentimiento y sus recuerdos todavía.

Conseguí a alguien que me hacía estar feliz. Pero lo perdí…, como siempre, por intenso.

Roberto Simón Guillén Coto

EL CÍRCULO DE SAFO

EL CÍRCULO DE SAFO

Normalmente se dice que la lectura evoca a los sentimientos. Aunque yo pienso que los sentimientos también pueden evocar a la lectura ya que puedes seleccionar tus lecturas según tus experiencias y vivencias. Cada lectura y sentimiento es personalizado, único y diferente al resto. No es igual leer, por ejemplo, La Educación Sentimental de Flaubert si estás viviendo un amor imposible o leer Fahrenheit 451 de Ray Bradbury en un contexto como el actual, con el creciente número de obras que están siendo censuradas.

Yo considero por ello que la escritura es un método para que estos sentimientos no mueran y perduren a través del tiempo. Que fluye hacia otras personas, acercando cada vez más el significado de sentimiento y lectura, convirtiéndolo en historia. Por ello siempre suelo recordar este poema de la poetisa Safo de Lesbos, ya que, aunque esta vivió hace más de 2700 años, puedes sentir sus mismas emociones e incluso continuar sus versos, entrelazando el pasado con el presente, inspirando de nuevo una y otra vez, siendo un círculo que no se rompe al igual que el círculo de la lectura que se influencia de la historia de esta misma.

Me parece igual a los dioses ese

hombre que ahora está frente a ti sentado,

y tu dulce voz a tu lado escucha

mientras le hablas

y tu amable risa; l cual, te juro,

en mi pecho el alma saltar ha hecho:

pues te miro apenas y mis palabras

ya no me salen

se me queda rota la lengua y, suave,

por la piel un fuego me corre al punto,

por mis ojos ya nada veo, y oigo

solo un zumbido,

me destila un frío sudor y entera

un temblor me apresa, y cual la paja

amarilla estoy y mi muerte siento

poco alejada.

Pero todo habrá que sufrirlo,

incluso si mis cartas no llegan,

si lees los fragmentos de otros poemas

y aún te llega mi colonia.

Se me queda rota la pluma tras cada palabra

y creo que aún te veo en la novela romántica,

ante mis ojos hay una historia mil veces repetida

aún si intento parecer antigua.

En las censuras, en el creer saber,

en las páginas rasgadas,

en la muerte de lo que destruyeron,

o por esa joven Heloisa que todos ansiaban.

En las quemas o en el miedo,

en tablillas de arcilla, o en algún silencioso misterio,

en las reuniones, aún si son clandestinas,

en todos los rincones de la literatura,

en la oratoria o en internet si se revoluciona.

En lo que leo o en lo que todavía no está sobre el papel

en lo que siento o en lo que ya no veo,

creo que te encuentro, pero siempre tendré que sufrirlo,

incluso si todavía queda perdido o destruido,

incluso si aún es perseguido,

aún si mis versos evocan.

 

Aún si tu imagen se difumina con la de otros

aún si dedican de nuevo este poema,

no siempre será el mismo.

 

Aleia

EL REFUGIO DE LOS LIBROS

EL REFUGIO DE LOS LIBROS

En una casa en la ciudad de Berlín, Noa se arrodillaba en la ventana de su pequeño ático. Los últimos rayos de sol de ese día se filtraban a través de las persianas, iluminando los bordes ya desgastados y amarillentos de su libro favorito. Aún recuerda cuando se lo regalaron, antes de que toda esa barbaridad hubiese empezado. Se lo había leído más veces de las que podía contar con los dedos de sus pequeñas manos; era su tesoro más preciado.

Noa tenía nueve años. El mundo en el que ahora vivía se había convertido en un lugar horrible. Todos los rostros alegres que antes veía habían desaparecido, la calle que cruzaba feliz todos los días para ir al colegio ahora le aterraba y el canto de los pájaros que escuchaba por las mañanas se había transformado en el sonido de las bombas. La guerra lo había cambiado todo.

El parche amarillo en forma de estrella, bordado en su abrigo, era un recordatorio de que ya no era una niña como las demás. Ahora sus amigos y amigas la ignoraban, como Greta y Hans, con los que en el patio del colegio jugaba a saltar a la comba. Sin embargo, ahora cuando los veía en la calle, Greta bajaba la mirada y Hans se daba la vuelta como si no la conociera. En la escuela los profesores la trataban con desprecio, pero lo que más le dolía eran los gritos de los soldados que al verla le gritaban: “¡Judía!”, como si esa palabra fuese la única que la definía.

Pero cuando la noche caía sobre Berlín, Noa se refugiaba en su rincón del ático. Con su libro entre las manos, las palabras se convertían en su único refugio, el único lugar donde podía escapar de la horrible realidad que la rodeaba.

Hoy, como cada noche, abría las páginas de aquel libro. La historia de una princesa que vivía en un castillo lejano la envolvió en un abrazo. En su mente, todos aquellos gritos de los soldados se convirtieron en las risas de los niños y niñas que habitaban en su palacio, y la oscuridad de la guerra desapareció en los jardines de aquel reino lejano. Era en aquellos instantes cuando Noa se olvidaba de su estrella amarilla y del miedo que vivía cada día.

Sus padres la miraban desde el piso de abajo, y, aunque no se unieran a ella, la entendían. Intuían que los libros tienen un poder que la oscuridad de aquella guerra no podía tocar. Aunque el mundo fuese cruel y su futuro cada vez más incierto, Noa sabía que dentro de esas páginas nada podría alcanzarla. Así, en el mundo de su libro favorito, Noa era quien quería ser: una pequeña princesa que no tenía miedo y que era muy feliz en su reino.

Lucía Díez Castillo

ENTRE EL JUICIO Y LA LECTURA

ENTRE EL JUICIO Y LA LECTURA

Estimada Milena Busquets,

Mi nombre es Laura Padilla Pizarro, estudiante de la Universidad de Alcalá. Recientemente leí su novela También esto pasará, y siento la necesidad de expresarle mi admiración y cómo esta conmovedora historia me ha hecho reflexionar y cuestionarme en ciertos aspectos.

Si pasas de puntillas por este libro, el camino fácil es juzgar a Blanca, su comportamiento y sus decisiones, dejándote llevar por tus propias experiencias. Eso mismo hice yo inconscientemente en algún punto del libro. No obstante, al adentrarme en sus inseguridades y miedos, comprendí que Blanca es una mujer que tuvo que crecer rápidamente en un mundo que exigía mucho de ella, desde niña. No solo es hija y madre, es una mujer aún en la búsqueda de su identidad. El mayor reto de Blanca en su vida fue lograr tener el respeto y la admiración de su madre, una validación que no llegó a ser del todo tangible. De modo que, tras la muerte de esta se encuentra desorientada. A las mujeres nos educan para complacer a los demás, pero ¿qué sucede cuando tratamos de vivir por y para nosotras mismas? A menudo nos sentimos perdidas.

Otro aspecto que me ha llamado la atención ha sido la forma en la que la protagonista encuentra paz en la naturaleza. Un refugio que no hace preguntas ni espera nada de ella. Allí solo es parte del paisaje, no es una pieza fundamental en él. No depende de ella su supervivencia. Seguirá ahí, con o sin su presencia.

Por último, agradecerle una reflexión que forma parte de mí desde que Blanca dijo: “Siempre he pensado que los que dicen «te quiero mucho», en realidad te quieren poco, o tal vez añaden el «mucho», que en este caso significa «poco», por timidez o por miedo a la contundencia de «te quiero», que es la única manera verdadera de decir «te quiero». El «mucho» hace que el «te quiero» se convierta en algo apto para todos los públicos, cuando, en realidad, casi nunca lo es.”

Con ella, invita a reflexionar sobre cómo damos por hecho el significado de las palabras y, en ocasiones, matizamos lo que queremos decir. Creemos que así ganan valor cuando lo cierto es que decir «te quiero» es una declaración tan pura que no necesita ser cuantificada.

Ojalá haya podido transmitirle con esta carta mi respeto y admiración por su novela.

Atentamente,

Laura Padilla Pizarro

EL IDIOMA QUE SÉ GRACIAS A TI

EL IDIOMA QUE SÉ GRACIAS A TI

Querido Julio Cortázar:

No sé si esta carta llegara tarde o si, en algún rincón del tiempo, sigues desordenando palabras y jugando con realidades como solo tú sabes hacerlo. Pero no importa. Quiero escribirte como si fueras a leerme, como si en algún momento de este extraño tablero llamado existencia nuestras líneas pudieran cruzarse.

Te descubrí en un instante en el que necesitaba aprender a mirar el mundo de otra forma. No sé si lo sabías, pero tus palabras tienen la manía de meterse en la piel, hacer cosquillas en el pensamiento y abrir puertas que uno no sabía que existían. Fuiste pona mi más que un escritor; fuiste un cómplice, un maestro en el arte de romper estructuras y demostrar que la literatura no es solo contar historias, sino vivirlas de una forma nueva.

Con Rayuela aprendí que la vida puede leerse en desorden y seguir teniendo sentido.

Can tus cuentos, entendí que la magia se esconde en los rincones más cotidianos, en un axolotl atrapado en un armario o en una autopista que no tiene fin.

Me enseñaste que la realidad y la fantasía no son opuestas, sino amantes que se encuentran en cada página.

Tu escritura me ha acompañado en días luminosos y en noches de dudas. Gracias por cada palabra, cada historia, por cada universo que creaste y que sigue vibrando en quienes te leemos.

Dondequiera que estes, espero que sigas jugando.

Can gratitud y admiración,

Lucía García-Blanco Mansilla

LAS RAZONES DE MI PADRE

LAS RAZONES DE MI PADRE

Tenía unos diez años cuando le pregunté a mi padre por qué le gustaba tanto leer. Le veía a todas horas con un libro en las manos, perdiéndose en sus páginas como si el mundo real quedara en pausa. Cuando nosotros descansábamos viendo la tele, saliendo al parque o jugando a videojuegos, él se sentaba en su típico sillón con su libro y desconectaba de todo. Me intrigaba saber qué había en esos textos que le hacían sonreír, fruncir el ceño o soltar un suspiro.

—Leer, Diego, es viajar sin moverte del sitio. Es como abrir una ventana a otros mundos, conocer personas que nunca existirán y vivir experiencias que de otra forma jamás tendrías —me respondió aquella vez.

No lo entendí del todo en ese momento. Para mí, los libros eran solo una obligación del colegio o una fuente de conocimiento sobre temas que me gustaban como los dinosaurios o la mitología. Pero él continuó:

—Los libros te enseñan, te hacen pensar, te permiten entender a los demás. A veces te muestran cosas que nunca habías imaginado, y otras veces te hacen sentir acompañado, como si alguien más en el mundo hubiera pensado o sentido lo mismo que tú. Te dan la oportunidad de crear todo un nuevo mundo a partir de unas palabras. ¿Qué hay más bonito que imaginarse cualquier historia a tu gusto?

Pasaron los años, y aquella conversación quedó guardada en algún rincón de mi memoria. No fue hasta hace poco que he vuelto a pensar en ella. Ahora, cuando me sumerjo en un libro, comprendo lo que mi padre quiso decir. He viajado a tierras desconocidas sin salir de mi cuarto, he sentido emociones que parecían mías y he aprendido lecciones que ningún maestro me enseñó.

Ahora sé por qué le gustaba tanto leer. Ahora, también me gusta a mí.

Diego Alonso del Amo

ÉRASE UNA VEZ UN LIBRO FELIZ

ÉRASE UNA VEZ UN LIBRO FELIZ

Yo era un libro feliz, como todos aquellos que descansaban en mis estanterías. Era un libro feliz, por “ser” y cumplir con mis funciones primigenias.

Era un libro leído, interpretado, apreciado. Ofrecía a mi dueño curioso una compañía muy especial, provocadora de placer. Si él en mí reposaba la mirada, el pensamiento meditaba y mi objetivo de existencia conseguía trascender. El grandísimo dislate de reducir a aquello que es, a “ser”.

Mi incontable familia –vecina de estanterías- me transmitía el sentido de existencia de mis ancestros, la manera y circunstancias en que se habían conformado y qué ojos y actitudes los habían de albergar. Cuán interés me suscitaba esa historia, esa relación tan pasiva y activa que unía a los de mi especie con los humanos.

Mis más cercanos libros mantenían procedencias sumamente distintas. Aquellos que, como yo, habían sido encontrados con incredulidad y sorpresa, o tras una incesante búsqueda de mi dueño. Aquellos que habían emigrado en forma de regalo hacia otros estantes y propietarios ajenos. Alguno que había cambiado de ostentador inintencionadamente, en los bancos tras esperar al tren... Claro está que el grueso de la familia aumentaba más que disminuía, por bienvenidos regalos, por acogidas temporales de amigos revestidos de sus correspondientes tejuelos.

Un libro abierto respira, se oxigena; ojos despiertos. Un libro cerrado, mente dormida.

Pensamientos librarios que me surgían al contemplar desde las maderas polvorientas a mi añorado dueño dando vueltas por la habitación, “estudiando” con el ordenador, leyendo noticias en su teléfono móvil, novelas fugaces y efímeras. ¿Pero es que no se daba cuenta?

Que leer así es un “visto y no visto”, que es volátil, que es insaciable (se diluye la emoción y la experiencia multisensorial emanantes de la actividad lectora); que es todo eso, pero, en el fondo, no es.

Yo permanezco en esencia igual, en apariencia quizás algo más viejo, e implorando la compasión de los pececillos de plata.

Soraya Nseir Rubio

RECUERDOS A TAPA DURA

RECUERDOS A TAPA DURA

Por las noches, cuando el frio se apodera de su casa, tan parecido al frio de las paredes blancas del asilo donde vive su abuela, la imagen de su querida Señora ronda en su cabeza. Bissy intenta no pensar en ella más de la cuenta, metida en la habitación del asilo, con los pies hinchados apretando las venas de sus piernas, así como la demencia creyéndose protagonista de su vida y la soledad del lugar avivando el ego de la ausencia. Se le crea un nudo en la garganta de solo pensarlo.

Al día siguiente, Bissy se dirige al cuarto de su abuela en el asilo. Está decidida a seguir adelante. Al llegar, encuentra a Isabel sentada en su silla junto a la ventana, mirando hacia afuera con una expresión perdida pero tranquila. Bissy se acerca y, con una sonrisa en el rostro, se inclina para darle un beso en la frente.

—Abuela, he encontrado algo maravilloso — le dice, intentando captar su atención. Isabel gira lentamente la cabeza y, aunque sus ojos reflejan confusión, Bissy siente una chispa de reconocimiento.

Saca un libro de su bolso, uno que había sido especial en su infancia. Era un libro que habían leído juntas muchas veces, con páginas desgastadas y cubiertas arrugadas. Bissy abre el libro y comienza a leer en voz alta, con la esperanza de evocar algún recuerdo en su abuela.

A medida que pasan las páginas, Isabel cierra los ojos, dejándose llevar por la cadencia familiar de la voz de Bissy. Poco a poco, algo en su semblante cambia y una suave sonrisa se dibuja en su rostro, como si los recuerdos estuvieran encontrando su camino de vuelta.

Después de un par de capítulos, Bissy descubre una pequeña nota que sobresale de una de las páginas. La saca con cuidado y, al abrirla, reconoce la letra temblorosa de su abuela. Con el corazón latiendo acelerado, comienza a leer en voz alta:

Querida Bissy,

Sé que mi memoria me está fallando, y hay días en los que no recuerdo ni los momentos más preciosos que compartimos. Pero quiero que sepas que, en lo más profundo de mi corazón, siempre estás presente. Este libro es un pequeño tesoro de nuestra infancia juntas, y aunque mi mente olvide, mi corazón siempre recordará.

Quiero que te lleves este libro y lo guardes como un símbolo de nuestro amor y de los momentos felices que compartimos. No dejes que la tristeza nuble tu vida, porque siempre habrá un rayo de sol detrás de cada nube. Sé fuerte, mi querida, y sigue adelante con la misma valentía y determinación que siempre has mostrado.

Recuerda siempre que te amo, y que, aunque mi mente pueda olvidar, mi alma siempre estará contigo.

Con todo mi amor,

Nana Isabel.

Bissy siente que el peso de sus preocupaciones se aligera un poco mientras lee. Entre recuerdos de infancia y fantasías infantiles, se deja envolver por la historia que comparte con su abuela. En ese momento, comprende que no hay nada más hermoso que ser parte de la historia de aquellos a quienes amamos.

Camila Reyes Rodríguez

EL CANTO DE LA LIBERTAD: VERSOS DE CENSURA

EL CANTO DE LA LIBERTAD: VERSOS DE CENSURA

En el silencio de la tinta y el papel, una voz se alza valiente,

desafiando la oscuridad, por favor censura, ¡detente!

La lectura es un grito, libertad que no tarda,

un eco de la mente que entre la gente se descarga.

Versos y líneas tejen una resistencia que enardece,

frente al yugo opresor, que la libre expresión estrecha.

Son los libros barricadas donde el pensamiento crece,

donde la verdad se alza, y el alma se sabe hecha.

Lectores valientes, con coraje en sus manos,

devoran las palabras, actos puros de osadía.

Descubren en las páginas nuevos mundos arcanos,

que, a fronteras y tiranías, desafiantes, desafían.

No hay grillete, ni cadena que contenga el pensamiento,

ni el torrente de ideas que en los libros se resguarda.

La lectura es un viaje, un liberador cimiento,

que del miedo desenreda y la esencia nos ensancha.

Con cada palabra, con cada relato que se devora,

se reta al silencio, se quiebran los cerrojos.

En la lectura en voz alta, la verdad explosiona,

y el espíritu se refugia en libres versos y antojos.

Abramos entonces los libros, con voz firme y sonora,

y que el eco de la lectura del viento se haga parte.

En este desafío audaz, donde el coraje mora,

descubrí en cada letra un faro, la luz que en mi ser responde.

Eco errante

ESCRÍBENOS

ESCRÍBENOS

Escena 1. Medio Día. Habitación de Nikole.

(NIKOLE (16) está leyendo Veinte mil leguas de viaje submarino a NIKA (17), tumbado a su lado. Es un cuadro que se repite diariamente desde hace 4 años. El sol se cuela por la ventana, los pájaros pían y NIKA, tumbado boca arriba en la cama de NIKOLE, le hace sombra con la mano para que no se deslumbre y se interrumpa su lectura. El segundo chico, rubio, de ojos azules y sonrisa inquieta que irradia calor como el verano, tiene los ojos fijos en su libro, que sostiene con los brazos estirados mientras se apoya en NIKA, de ojos marrones y pelo negro como el carbón, como la noche, como el invierno. NIKOLE mira a su compañero y sonríe. El brillo en los ojos de ambos es innegable. Cierra el libro y se recuesta para mirar mejor a NIKA).

NIKOLE

¿Te está gustando?

(NIKA ríe y eso provoca que NIKOLE no pueda evitar hacerlo también).

NIKA

No.

(NIKOLE le da un pequeño golpe en el brazo).

NIKOLE

¡Nika!

NIKA

¿Qué?

NIKOLE

¿Por qué dejas que lo lea entonces?

NIKA

Porque te encanta, y porque me encanta escucharte mientras sonríes así. Cada vez que vas a llegar a tu parte favorita, o a una palabra que adoras, que te recuerda a algo, cuando aparece tu personaje favorito: El capitán Nemo, o ves los submarinos… Nuestra primera conversación ¿recuerdas?

(Ambos se miran y el tiempo se detiene. Los pájaros dejan de piar y el sol en la ventana ya no les molesta. Están demasiado concentrados el uno en el otro como para prestar atención a nada más).

NIKOLE

Recuerdo.

(Silencio de nuevo. Pero no es un silencio que estorba, que molesta, este silencio no es un impedimento. Es un grito que resuena a los cuatro vientos, que sale desde dentro de sus pechos, es un silencio a voces que dice: «¡Amor!»).

NIKA

No entiendo por qué te gusta tanto releer. ¿No te cansas?

NIKOLE

Por supuesto que no. Es… no lo sé. Me encanta hacerlo. No sé por qué. No sé si busco un final diferente, que algo cambie… creo que en realidad quiero volver a recordar las emociones que sentí la primera vez que lo leí. Como una fotografía o un retrato.

NIKA

¿Crees que nos olvidaremos?

NIKOLE

No, si me escribes en tu libro.

(NIKA ríe y NIKOLE aprovecha para poner su mano derecha en su mejilla).

NIKOLE

Estoy deseando ver qué cuentas de nosotros.

NIKA

¿Qué quieres que cuente? ¿Una historia como La Sirenita? ¿Un amor imposible por ser de especies diferentes, o de clases sociales diferentes, como Romeo y Julieta? Somos como ellos, Nikole.

NIKOLE

Pero no somos solo eso.

NIKA

Lo sé.

NIKOLE

Yo prefiero una como El patito feo, en la que el protagonista al final sí encontró su sitio.

NIKA

¿Dónde?

(NIKA se incorpora y NIKOLE frunce el ceño al ver sus ojos de invierno con tanto dolor).

NIKA

Nos queremos, Nikole, en pleno siglo XIX.

(NIKOLE también se incorpora y se acerca a NIKA).

NIKOLE

¿Y qué más da, Nika?

NIKA

Que somos horribles, antinaturales.

NIKOLE

Pero nos queremos. ¿Acaso crees que ocurre todos los días?

(NIKA sonríe y NIKOLE lo hace también).

NIKOLE

Escríbenos, Nika. La gente no puede hacer como si esto no existiera. Hazlo por nosotros, para no morir del todo si decidimos hacerlo por amor.

NIKA

Te lo prometo, y ya sabes que yo siempre cumplo mis promesas.

(NIKOLE asiente y NIKA le toma de la mejilla para besarlo).

Adriana Verdejo Domínguez 

TODO ESTÁ EN LOS LIBROS

TODO ESTÁ EN LOS LIBROS

En los estantes se alzan, catedrales del saber,

libros que pacientes esperan a quien desee aprender.

Son tesoros rescatados, son historias por contar.

Si en tus manos los coges, nueva vida encontrarás.

 

Un libro es un universo, un mundo por explorar,

donde los sueños son libres y el alma puede volar.

Sus relatos entretejen la pasión y la emoción,

y el lector allí se pierde; fuerte late su corazón.

 

Las palabras son su música, las frases su danzar,

el que lee, feliz viajero, ha de dejarse llevar.

Océanos de fantasía, montañas de reflexión,

en cada nueva lectura siempre hay una lección.

 

Que los libros sean faros en las noches de ignorancia,

que guíen a quienes los  leen por senderos de enseñanza.

Que sus páginas sean puentes firmes hacia el entendimiento

y nos ayuden a encontrar nuestro digno sustento.

 

En cada página escrita, el autor deja su marca,

sus sueños, sus alegrías, sus penas y su esperanza.

Al bucear entre ellas, cada lector halla un eco,

que sopla libre en su alma y lo hace más completo.

 

Que cada libro leído sea un paso hacia la libertad,

una semilla de cambio en la vasta humanidad.

Que las palabras nos unan en un abrazo fraternal,

que la lectura sea siempre acto de amor universal.

 

María Gregorio García

VIAJE AL INFINITO

VIAJE AL INFINITO

Mi primer viaje fue a un lugar mágico y misterioso, lleno de princesas y hadas, de flores que desprendían aromas que no podías encontrar ni en el más exótico de los jardines, de ogros con aliento oxidado por el tiempo y el rencor, y pequeñas criaturas que rozaban mi piel con su vuelo fugaz y ligero. Recorrí estas tierras acompañada por un pequeño ratón que decía ser escritor, muy temeroso de todo lo exterior, pero con el mayor espíritu aventurero que he encontrado jamás.

De esto han pasado ya demasiados años y, de alguna manera, aquel extraño ratón dejó de invitarme a sus viajes. Su última invitación llegó justo en aquel horrible momento en el que descubrí lo que era sufrir por amor, o, mejor dicho, cuando entendí que, con un lenguaje anticuado y palabras tiernas, el amor más puro podía llevar a la más grave de las tragedias. ¿Acaso puede alguien librar a los enamorados de despedirse con sangre, dejándose en su inevitable final hasta el último aliento?

Aunque estaba segura de que jamás podría recuperarme de aquello, llegó entonces cierto chico con gafas y una cicatriz en la frente para enseñarme que, entre todo ese dolor que podía sentir en la mundanidad del día a día, todavía existía un pasadizo secreto a un mundo lleno de magia, donde podías ser como quisieras ser. En ocasiones, nos encontramos por el camino con personas que no nos respetan tal y como somos, pero es justo ante estas personas cuando debemos defender nuestros valores, mantenernos seguros en ellos. Esta es la única manera de llegar a entender cuál es nuestro propósito en este (u otros) mundos.

Un tiempo después de mi rescate, me di cuenta de que mis amigos estaban viajando a lugares más serios, más tangibles, más de… Sí, más de adultos. A pesar de que yo disfrutaba de mis viajes con aquella gente extraña que habitaba los libros que leía, algo en mí me dijo que quizá debería emprender otros rumbos. Así fue como acabé en una tierra remota llamada Macondo, donde viví por primera vez con una familia muy diferente a la mía, con costumbres distintas y aficiones dispares. Pude conocer lo que eran la guerra, el hambre, la necesidad. Entendí el odio, el amor, la tristeza, el sentido de pertenencia y el sentimiento del apátrida, y volví a mi casa en aquel largo tren cuyo recorrido parecía no acabar nunca y cuyo destino parecía ir marcándose a merced del paso del tiempo.

Los libros, como si se tratase de un gran consejero o la personificación del futuro que nos aguarda, me han preparado para vivir sintiendo al máximo, para exprimir cada vivencia hasta que sobren adjetivos para definirla.

María García Flores

LAS MISMAS CIGÜEÑAS NOS SOBREVUELAN

LAS MISMAS CIGÜEÑAS NOS SOBREVUELAN

Querida Leila:

Con tus libros (El país de los otros y Miradnos bailar) has hecho que me adentre, sin retorno posible, en el camino de la literatura árabe; tus palabras me han arrojado a explorar el mundo árabe (y su historia) o, quizás, me han empujado a abandonar progresivamente el mundo angosto en el que a veces siento que estoy metida. Sobre todo, has conseguido acercarme con tu narración y tus personajes a Marruecos, que, al otro lado del Mediterráneo, siempre me ha resultado un lugar un tanto lejano. ¡Y pensar que todo este tiempo, las mismas cigüeñas de Rabat -que con sus círculos y su lenguaje agitan el amor que Mehdi siente por Aicha- también atrapaban mi mirada aquí, en Alcalá de Henares! Están por todas partes, adornan con sus nidos las torres, las esquinas de la catedral, los tejados de la universidad y del museo arqueológico. Ayer me pareció que, sobre las copas de los árboles, en la Plaza de San Diego, con sus patas esbeltas y su presencia elegante, casi combatieron el estruendo de las cotorras.

Creo que tu manera de describir con tantísima belleza y cuidado los ambientes, el paisaje, las personas y sus mentes, me hace reparar más en las cigüeñas y su crotoreo; en la manera en la que, a las seis de la tarde, la luz roja sobre el ladrillo resalta su plumaje negro y blanco, y me fijo en las ramitas que portan en sus picos. Ahora pongo más empeño en intentar descifrar poco a poco el crotoreo de la gente y sus vidas, salir de ese "individualismo culpable" (por no saber nada del mundo) que siente Aicha al comienzo de Miradnos bailar; me pregunto si tú también te habrás sentido así alguna vez...

Sin salir de Madrid, como soñando sin dormir, acumulo experiencias de Marruecos que robo de tus personajes, que para mí son totalmente reales. Los construyes tan cargados de vida, de pensamientos, confesiones y contradicciones, que me resulta imposible juzgarlos, simplemente los acompaño en sus cambios y decisiones.

Hay una excepción: Amín. Se me ha quedado clavada la escena en la que, cegado por la rabia, apunta con un revólver a Mathilde, Selma y Aicha, aullando: "¡Os matare a todas!". Por muchas otras facetas y capas que el personaje tenga, no puedo borrar de mi cabeza ese momento de máxima violencia. Imagino que, más que a mí, ese momento habrá marcado las vidas de esas mujeres, que han tenido que asumir que el hombre que las apuntó con una pistola sigue siendo su marido, su hermano, su padre.

Aunque puedo asumir otras contradicciones y sumergirme en la época asimilando en mayor o menor medida sus formas, no supero ese y otros episodios de violencia, que me generan un inevitable rechazo al personaje de Amín. Pero le entiendo perfectamente cuando siente un gran dolor, porque su casa y la tierra que ha trabajado durante años se está quedando vacía, sus hijos se van y él siente que los ha espantado, que no ha sabido quererlos. Con sus esfuerzo ha construido una próspera finca, pero nunca un hogar acogedor. Este momento del libro me punzó especialmente porque yo también siento que vivo en una casa que se va cayendo a pedazos, en la que el paso del tiempo es inevitable; mis hermanas ya se han ido y quedo yo, intentando sostener un entorno que quizás nunca se sostuvo, que nunca fue del todo acogedor. Quizás en mi familia no se intentó hacer crecer un limaranjo (cítrange); el naranjo y el limonero siempre permanecieron en parcelas distintas, separadas por una larga cerca de madera.

Hace un año, más o menos, empecé a aprender árabe aquí, en la Universidad de Alcalá (Grado en Humanidades), y fue mi profesora la que me recomendó sus libros e hizo que me enamorase del idioma. Creo que empezar a aprender árabe (y sumergirme en su literatura) ha sido mi gran descubrimiento en los últimos tiempos. Para mí, las palabras y los nuevos idiomas que aprendo también tienen un "sabor a corrientes de aire" (como lo tienen las palabras de los campesinos para Aicha). Los idiomas son brisas que, de repente, despiertan mi fascinación y curiosidad (que antes estaba dormida o en duermevela) por otros espacios, culturas y personas.

Perdona mis desahogos y mi fijación por las cigüeñas. Estoy deseando que publiques el último libro de la trilogía. Espero viajar a Marruecos este verano y ver las cigüeñas sobrevolando el cielo de Rabat, "eternamente azul".

Mil gracias porque tus palabras y tus personajes alimentan mi poesía, mis ganas de leer, de escribir y de vivir (en) el mundo.

Con mucho cariño,

Helena Wagner Díaz-Marcote

YOUR BOOKS WERE MY REFUGE

YOUR BOOKS WERE MY REFUGE

Dear Suzanne,

My name is Lucía, I am currently in a Spanish university studying Education and Humanities. This semester we have been asked to write a letter to an author that meant something to us, and your name was the first of my list.

I was about ten when I started reading The Hunger Games. It quickly became one of my favorite book series. It was probably the first book I had read that showcased a complex female lead and many other characters that couldn´t be divided into "good" or "bad". At first, I obviously wasn´t able to understand just how deep these characters and the message from the book was. Each time I picked up and reread the books I discovered new side of the story and asked myself more questions. Just before writing this letter, I have finished all of them once more, including The Ballad of Songbirds and Snakes. I hadn´t read them in a while but after going to the cinema with a braid in my hair and my Mockingjay pin, just as little me would have done, I felt the urge to do so. I was surprised to discover just how much the novels still relate to the current world climate.

When I was little, I used to want to be Katniss. She was strong, unstoppable, and fierce. She spoke her mind and knew that she wanted, she was admired by everyone. Last month a friend sent me a fan fiction which told the story from Peetas´s point of view, and it described exactly how I viewed her, but without Katniss inner monologue the story felt less real, much more idealized. While reading them again I still saw this powerful girl but what spoke most to me were her inner thoughts. I was able to see the scared girl, under a huge amount of pressure which she felt she had to deal with alone. Sadly, I think this is a reality for many of us, who try and keep everyone proud and happy but deep down feel incapable of keeping it up forever. I have always loved Cinna, Peeta and Prim, maybe because they were the only ones who made her feel safe and loved no matter what. I am grateful to have found people like that.

The one person I was always unable to figure out was Gale, who was without a doubt my least favorite character until recently. Even though I still find it hard to like him, I have started to understand him. These past few years we have witnessed terrible things by power struggles which have only affected the vulnerable and innocent. While seeing this I had some of the same thoughts he had throughout the whole book, and I know many of the ones around me have too. Others have felt nothing, and some have told me I shouldn´t get so emotionally involved if it won´t directly affect me. I see all these people reflected in your books this is why I think literature doesn´t always describe the past but helps us understand the present and ourselves.

While writing this letter I have written and erased many paragraphs because I am finding it hard to condense all my thoughts and feelings in such a short space. I would take me long to tell you how much characters like Haymitch, Joanna or Tigris really spoked to me or how sad, but necessary, I think Cinna´s, Finnick´s and Prim´s deaths were. In a way they all leave you with their story, no matter how short it may be. They made me laugh, cry, and think but most of all they helped me become the person I am today. It may sound like an exaggeration, but your books were a refuge. They bring back nights of reading under the sheets, summers begging to go to an archery camp, school days discussing over which district we were from and most importantly memories with loved ones and with people which are no longer close to me but have told me they still think about me when they see your books, just as I do with them.

I am not sure if you will get this letter, but I am glad I got to write it. I know it would have made ten-year-old me very happy to know she would still enjoy rooting for the Mockingjay almost ten years later. Thank you for everything and may the odds be ever in your favor.

Sincerely,

Lucía Reviriego de las Heras

CARTA A CARMEN LAFORET

CARTA A CARMEN LAFORET

Estimada Sra. Laforet:

Carmen, mi amiga, me esperaba en la puerta del Instituto. Yo llegaba tarde, como casi siempre. Me dio un abrazo. Sus abrazos no son cálidos, como a mí me gustan, son abrazos en hueso, secos. Pero son igual de bonitos. Dimos un paseo por el barrio. Me regaló un libro ese día, uno de tus libros, Nada. Hacía dos días que había sido mi cumpleaños. En las primeras páginas me escribió una dedicatoria. De vez en cuando saco el libro de mi estantería para releerla. A ella siempre se le ha dado bien escribir, aunque no le gusta.

Cuando llegué a casa me fui a mi habitación, a mis cuatro paredes. Esas cuatro paredes, de las que en tantas ocasiones he hablado, lo saben todo de mí. En ellas me refugio, en ellas la soledad se extingue. Allí, unas ganas impetuosas de leer el libro se apoderaron de mi cuerpo, ahora desconocido por el recuerdo. Tardé bastantes meses en leerlo. Por cuestiones que prefiero no contarte, la lectura, desgraciadamente, había abandonado mi rutina. Recuperarla no fue fácil. Terminé el libro en verano, en un pueblo de Extremadura, perdido entre prados, olivos y encinas.

El año pasado, por estas fechas, fui a Barcelona a pasar un fin de semana con mi tío. Un viaje entristecedor, poco elocuente en ese momento, pero dulce ahora transformado por la melancolía. El primer día anduve hasta encontrar el número 36 de la calle Aribau. La acera frente al portal estaba en obras. El edificio tenía unas grandes ventanas, unos grandes balcones... Y se erigía con una fuerza culminante capaz de hundir al ser humano más fuerte, alto o valiente del mundo. Todo estaba donde debía estar, todo estaba en su sitio. Han puesto una placa con tu nombre en él. Eso hace que tenga más fuerza aún. De tanta, casi me tira al suelo.

En uno de mis intentos por alcanzar aquello que no puedo, cerré los ojos e imaginé a la familia entera en uno de esos pisos, condensando en él todos sus problemas. Juro, pongo por testigo a esta carta, que vi a Andrea llegando de noche por primera vez al edificio. La vi más tarde salir del portal. Caminaba con prisa. En un reflejo de ensoñación, de ilusión desmedida, la seguí. No sé por qué lo hice. Al final, llegué a la universidad, en donde la esperaba Ena. Volví al edificio. Podía escuchar a la anciana gritar, las discusiones del tío... Por un momento fui una desconocida en la vida real.

Mi tío me zarandeó fuertemente. Nos teníamos que ir. Todo se desvaneció. Ya no escuchaba el ruido de la casa. Ahora solo veía sus balcones vacíos, sumidos en una profunda negrura. La vida, con ese sueño, de alguna manera que no logro comprender, me había dejado. Con esa experiencia onírica, me despedía de aquel edificio, de aquella calle. Y de Andrea. Aunque en los días restantes la busqué en cada calle. Cada vez que doblaba las esquinas, esperaba encontrarme con ella.

En Barcelona no la volví a ver, pero me la encontré varias veces en un pueblo de Madrid, aunque con otra cara. Era diferente. Pero supe que era ella por su forma de caminar, brusca, con prisas. Una vez, incluso, pude hablar con ella. Me dijo que le recordaba a Ena (en un plano totalmente distinto). Carmen dice que, al contrario, le recuerdo a Andrea.

Escribo esta carta en los pasillos de una vieja universidad, parecida a la de Barcelona, maravillada por tu forma de escribir, tu delicadeza, tus personajes. Alguna vez he escuchado que los libros, entre otras cosas, son los que nos mantienen vivos. A mí Nada, de una manera que no entiendo, me da la vida de una forma en la que pocos libros lo han hecho. No se trata solo de un libro, se trata también del día que Carmen me lo regaló, del día que me dijeron que me parecía a Ena, del viaje a Barcelona (entre otras muchas cosas más). Es una vida, este libro es una vida.

Sea como sea, gracias. Es lo único que puedo decirte. Cierro esta carta muda, sin palabras suficientes de agradecimiento.

Atentamente,

Lucía Guerrero Ávila