Kant, Immanuel: Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime, 1764.
Las diversas sensaciones de agrado o desagrado no se sustentan tanto en la disposición de las cosas externas que las suscitan, cuanto en el sentimiento de cada hombre para ser por ellas afectado de placer o desplacer. De ahí que algunos encuentren alegrías en lo que a otros les causa asco, la pasión enamorada que frecuentemente resulta un enigma para todo el mundo, o también la viva repugnancia que algunos sienten por aquello que para otros resulta del todo indiferente […].
El sentimiento más delicado, que ahora queremos considerar, es particularmente de dos especies: el sentimiento de los sublime y el de lo bello. La afección es agradable para ambos, pero de manera muy diferente. La vista de una montaña, cuyas cimas nevadas se yerguen por encima de las nubes, la descripción de una tormenta enfurecida o la descripción del imperio infernal que hace Milton suscitan complacencia, pero con horror. Por el contrario, el aspecto de un prado lleno flores, valles con arroyos serpenteantes, cubiertos por rebaños pastando, la descripción del Elíseo o el relato de Homero sobre el cinturón de Venus originan también una sensación apacible, pero que es alegre y risueña. Para que la primera impresión tenga lugar en nosotros, con intensidad apropiada, hemos de tener un sentimiento de lo sublime y, para disfrutar convenientemente la última, un sentimiento para lo bello.
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La noche es sublime, el día es bello. Los temperamentos que poseen un sentimiento de lo sublime, cuando la temblorosa luz de las estrellas que se rasga a través de la parda sombra de la noche y la Luna solitaria está en el horizonte, son atraídos poco a poco por la calma silenciosa de una noche de verano, a sensaciones supremas de amistad, de desprecio del mundo, de eternidad. El resplandor del día infunde afanes de actividad y un sentimiento de regocijo. Lo sublime conmueve, lo bello encanta.
Hace no mucho me regalaron una pluma. Es gracioso cómo este utensilio me incita a escribir. Es tan delicada y sutil… Parece que fuese ella quien lleva el ritmo de mi mano, y no al revés. No es que mi caligrafía sea perfecta, pero me esfuerzo porque así sea.
En realidad, ¿en qué aspecto no aspira el ser humano a alcanzar la perfección? Es curioso, ya que no nos damos cuenta del verdadero sentido de este sublime y bello significado. ¿Qué es lo perfecto? ¿Cómo algo llega a serlo? ¿Dónde encontramos esta perfección?
Nos equivocamos con frecuencia. Algo no puede nacer perfecto, vivir en perfecto estado y morir de igual manera. Aunque, según la definición exacta de perfección, esta es un concepto que se refiere a la condición de aquello que es perfecto. Lo perfecto, por su parte, es lo que no tiene errores, defectos o falencias: se trata, por lo tanto, de algo que ha alcanzado el máximo nivel posible. Conociendo esto, pongamos un ejemplo: pensemos en un peine. Sí. Un peine, tal cual suena, el utensilio que utilizamos para peinarnos. ¿Por qué me refiero al peine como perfecto? Pensemos que el peine lleva existiendo desde los albores de la humanidad. Primeramente, estaba fabricado de huesos, madera o incluso hierro; ahora son de plástico o fibra. Pero su esencia es la misma, un mango largo y a él adheridas unas cuantas púas con las que dirigir el pelo y darle forma. Da igual el material, el peine sigue igual desde hace lo menos 15.000 años, tirando por lo bajo: no puede evolucionar más. Es decir, el peine ha alcanzado su máximo nivel posible.
Partiendo de este argumento, ¿cuándo una persona es perfecta? Podríamos creer que entre los 25 y 30 años, ya que a partir de ahí empezamos a decaer, al menos físicamente. Pero no creo que sea así. Teniendo en cuenta la definición exacta, es sólo al morir. Y he hablado bien. No he dicho muerto o antes de morir, sino al morir. Ese ínfimo instante, en el que no cabe ni la medida de tiempo más corta que existe, justo antes de exhalar nuestro último aliento, es cuando alcanzamos la perfección, pues no podemos evolucionar más. Alcanzamos nuestro máximo nivel en ese momento. Por lo tanto, cuando muera, miradme bien, seré perfecto. Será el instante más bello de mi vida. Pues no habrá más.
Pero, esto no acaba aquí, pues lo que hemos analizado es el concepto literal de perfección. ¿Qué hay del figurado? Bien, diría que la perfección no es un estado, sino un sentimiento. Y la gran diferencia es que a pesar de cómo cree la mayoría, la perfección no la desarrolla una bella planta, la desarrollamos nosotros como sentimiento en nuestro interior al admirar la belleza de la flor. En ese momento pensaríamos: “Esta flor es perfecta.” – Pero, ¿por qué lo es? Tal vez no le falte ningún pétalo, ni le sobre ninguno, o tenga el color adecuado, o se adapte a la maravilla a cualquier temperatura o suelo. O igual todas ellas. Pero esto puede que sólo pudiera verlo aquel biólogo mientras detalla un informe al tiempo que observa la flor en su estudio.
Una tarde en el campo de picnic con amigos o la persona a la que tanto queremos puede ser también perfecta. Como vemos, la perfección es distinta dependiendo de los puntos de vista.
Sin embargo, aquella flor que tan espléndida le parecía al biólogo, puede ser, al mismo tiempo, perfecta para un marido que pasa por una floristería y este brote le llama la atención. Sí, se lo llevará a su mujer, y pagará lo que haga falta, pues llevaba todo el día buscándole un regalo por su aniversario. La flor tiene, por supuesto, las mismas características descritas por el biólogo. Este segundo personaje no sabe nada de flores, pero después de andar mucho y pensar más, encontró el regalo idóneo. Recordó que una vez su mujer le comentó lo bonita que era esa flor en particular, y que le gustaba mucho. Si la compra ahora, llegará a tiempo para la cena, la flor está genial de precio y encima las trajeron aquella misma tarde. La flor, para el marido, es también perfecta. Sin embargo, no se tienen en cuenta en este segundo ejemplo las características del primero y viceversa. Por tanto, descubrimos así que la perfección puede ser también una acumulación de circunstancias o coincidencias, sublimes coincidencias que, durante unos instantes, minutos u horas nos han revelado la identidad de la misma. Y no sólo nos la han revelado, nos han dejado regocijarnos en ella.
No es la flor perfecta, sino la sensación; la sensación de ver, sentir, oír, saborear, oler, tocar algo que se asemeje o que casi alcance la perfección. Y es siempre momentánea. El que no sepa aprovechar esos momentos en los que tanto se siente, se ve, se oye, se huele se toca, se saborea, vive en desdicha y por lo tanto no vive. Le quedarían dos opciones, cambiar y adquirir la sensibilidad de lo bello o de lo sublime, con la cual seremos capaces de apreciar lo perfecto o morir. Como dijo Marco Aurelio: “Vete, pues, de la vida apaciblemente, de la manera que muere el que cumple su cometido, indulgente con los que te ponen obstáculos”.
Gonzalo Fernández González