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Historias de lectores

TODO ESTÁ EN LOS LIBROS

TODO ESTÁ EN LOS LIBROS

En los estantes se alzan, catedrales del saber,

libros que pacientes esperan a quien desee aprender.

Son tesoros rescatados, son historias por contar.

Si en tus manos los coges, nueva vida encontrarás.

 

Un libro es un universo, un mundo por explorar,

donde los sueños son libres y el alma puede volar.

Sus relatos entretejen la pasión y la emoción,

y el lector allí se pierde; fuerte late su corazón.

 

Las palabras son su música, las frases su danzar,

el que lee, feliz viajero, ha de dejarse llevar.

Océanos de fantasía, montañas de reflexión,

en cada nueva lectura siempre hay una lección.

 

Que los libros sean faros en las noches de ignorancia,

que guíen a quienes los  leen por senderos de enseñanza.

Que sus páginas sean puentes firmes hacia el entendimiento

y nos ayuden a encontrar nuestro digno sustento.

 

En cada página escrita, el autor deja su marca,

sus sueños, sus alegrías, sus penas y su esperanza.

Al bucear entre ellas, cada lector halla un eco,

que sopla libre en su alma y lo hace más completo.

 

Que cada libro leído sea un paso hacia la libertad,

una semilla de cambio en la vasta humanidad.

Que las palabras nos unan en un abrazo fraternal,

que la lectura sea siempre acto de amor universal.

 

María Gregorio García

VIAJE AL INFINITO

VIAJE AL INFINITO

Mi primer viaje fue a un lugar mágico y misterioso, lleno de princesas y hadas, de flores que desprendían aromas que no podías encontrar ni en el más exótico de los jardines, de ogros con aliento oxidado por el tiempo y el rencor, y pequeñas criaturas que rozaban mi piel con su vuelo fugaz y ligero. Recorrí estas tierras acompañada por un pequeño ratón que decía ser escritor, muy temeroso de todo lo exterior, pero con el mayor espíritu aventurero que he encontrado jamás.

De esto han pasado ya demasiados años y, de alguna manera, aquel extraño ratón dejó de invitarme a sus viajes. Su última invitación llegó justo en aquel horrible momento en el que descubrí lo que era sufrir por amor, o, mejor dicho, cuando entendí que, con un lenguaje anticuado y palabras tiernas, el amor más puro podía llevar a la más grave de las tragedias. ¿Acaso puede alguien librar a los enamorados de despedirse con sangre, dejándose en su inevitable final hasta el último aliento?

Aunque estaba segura de que jamás podría recuperarme de aquello, llegó entonces cierto chico con gafas y una cicatriz en la frente para enseñarme que, entre todo ese dolor que podía sentir en la mundanidad del día a día, todavía existía un pasadizo secreto a un mundo lleno de magia, donde podías ser como quisieras ser. En ocasiones, nos encontramos por el camino con personas que no nos respetan tal y como somos, pero es justo ante estas personas cuando debemos defender nuestros valores, mantenernos seguros en ellos. Esta es la única manera de llegar a entender cuál es nuestro propósito en este (u otros) mundos.

Un tiempo después de mi rescate, me di cuenta de que mis amigos estaban viajando a lugares más serios, más tangibles, más de… Sí, más de adultos. A pesar de que yo disfrutaba de mis viajes con aquella gente extraña que habitaba los libros que leía, algo en mí me dijo que quizá debería emprender otros rumbos. Así fue como acabé en una tierra remota llamada Macondo, donde viví por primera vez con una familia muy diferente a la mía, con costumbres distintas y aficiones dispares. Pude conocer lo que eran la guerra, el hambre, la necesidad. Entendí el odio, el amor, la tristeza, el sentido de pertenencia y el sentimiento del apátrida, y volví a mi casa en aquel largo tren cuyo recorrido parecía no acabar nunca y cuyo destino parecía ir marcándose a merced del paso del tiempo.

Los libros, como si se tratase de un gran consejero o la personificación del futuro que nos aguarda, me han preparado para vivir sintiendo al máximo, para exprimir cada vivencia hasta que sobren adjetivos para definirla.

María García Flores

LAS MISMAS CIGÜEÑAS NOS SOBREVUELAN

LAS MISMAS CIGÜEÑAS NOS SOBREVUELAN

Querida Leila:

Con tus libros (El país de los otros y Miradnos bailar) has hecho que me adentre, sin retorno posible, en el camino de la literatura árabe; tus palabras me han arrojado a explorar el mundo árabe (y su historia) o, quizás, me han empujado a abandonar progresivamente el mundo angosto en el que a veces siento que estoy metida. Sobre todo, has conseguido acercarme con tu narración y tus personajes a Marruecos, que, al otro lado del Mediterráneo, siempre me ha resultado un lugar un tanto lejano. ¡Y pensar que todo este tiempo, las mismas cigüeñas de Rabat -que con sus círculos y su lenguaje agitan el amor que Mehdi siente por Aicha- también atrapaban mi mirada aquí, en Alcalá de Henares! Están por todas partes, adornan con sus nidos las torres, las esquinas de la catedral, los tejados de la universidad y del museo arqueológico. Ayer me pareció que, sobre las copas de los árboles, en la Plaza de San Diego, con sus patas esbeltas y su presencia elegante, casi combatieron el estruendo de las cotorras.

Creo que tu manera de describir con tantísima belleza y cuidado los ambientes, el paisaje, las personas y sus mentes, me hace reparar más en las cigüeñas y su crotoreo; en la manera en la que, a las seis de la tarde, la luz roja sobre el ladrillo resalta su plumaje negro y blanco, y me fijo en las ramitas que portan en sus picos. Ahora pongo más empeño en intentar descifrar poco a poco el crotoreo de la gente y sus vidas, salir de ese "individualismo culpable" (por no saber nada del mundo) que siente Aicha al comienzo de Miradnos bailar; me pregunto si tú también te habrás sentido así alguna vez...

Sin salir de Madrid, como soñando sin dormir, acumulo experiencias de Marruecos que robo de tus personajes, que para mí son totalmente reales. Los construyes tan cargados de vida, de pensamientos, confesiones y contradicciones, que me resulta imposible juzgarlos, simplemente los acompaño en sus cambios y decisiones.

Hay una excepción: Amín. Se me ha quedado clavada la escena en la que, cegado por la rabia, apunta con un revólver a Mathilde, Selma y Aicha, aullando: "¡Os matare a todas!". Por muchas otras facetas y capas que el personaje tenga, no puedo borrar de mi cabeza ese momento de máxima violencia. Imagino que, más que a mí, ese momento habrá marcado las vidas de esas mujeres, que han tenido que asumir que el hombre que las apuntó con una pistola sigue siendo su marido, su hermano, su padre.

Aunque puedo asumir otras contradicciones y sumergirme en la época asimilando en mayor o menor medida sus formas, no supero ese y otros episodios de violencia, que me generan un inevitable rechazo al personaje de Amín. Pero le entiendo perfectamente cuando siente un gran dolor, porque su casa y la tierra que ha trabajado durante años se está quedando vacía, sus hijos se van y él siente que los ha espantado, que no ha sabido quererlos. Con sus esfuerzo ha construido una próspera finca, pero nunca un hogar acogedor. Este momento del libro me punzó especialmente porque yo también siento que vivo en una casa que se va cayendo a pedazos, en la que el paso del tiempo es inevitable; mis hermanas ya se han ido y quedo yo, intentando sostener un entorno que quizás nunca se sostuvo, que nunca fue del todo acogedor. Quizás en mi familia no se intentó hacer crecer un limaranjo (cítrange); el naranjo y el limonero siempre permanecieron en parcelas distintas, separadas por una larga cerca de madera.

Hace un año, más o menos, empecé a aprender árabe aquí, en la Universidad de Alcalá (Grado en Humanidades), y fue mi profesora la que me recomendó sus libros e hizo que me enamorase del idioma. Creo que empezar a aprender árabe (y sumergirme en su literatura) ha sido mi gran descubrimiento en los últimos tiempos. Para mí, las palabras y los nuevos idiomas que aprendo también tienen un "sabor a corrientes de aire" (como lo tienen las palabras de los campesinos para Aicha). Los idiomas son brisas que, de repente, despiertan mi fascinación y curiosidad (que antes estaba dormida o en duermevela) por otros espacios, culturas y personas.

Perdona mis desahogos y mi fijación por las cigüeñas. Estoy deseando que publiques el último libro de la trilogía. Espero viajar a Marruecos este verano y ver las cigüeñas sobrevolando el cielo de Rabat, "eternamente azul".

Mil gracias porque tus palabras y tus personajes alimentan mi poesía, mis ganas de leer, de escribir y de vivir (en) el mundo.

Con mucho cariño,

Helena Wagner Díaz-Marcote

YOUR BOOKS WERE MY REFUGE

YOUR BOOKS WERE MY REFUGE

Dear Suzanne,

My name is Lucía, I am currently in a Spanish university studying Education and Humanities. This semester we have been asked to write a letter to an author that meant something to us, and your name was the first of my list.

I was about ten when I started reading The Hunger Games. It quickly became one of my favorite book series. It was probably the first book I had read that showcased a complex female lead and many other characters that couldn´t be divided into "good" or "bad". At first, I obviously wasn´t able to understand just how deep these characters and the message from the book was. Each time I picked up and reread the books I discovered new side of the story and asked myself more questions. Just before writing this letter, I have finished all of them once more, including The Ballad of Songbirds and Snakes. I hadn´t read them in a while but after going to the cinema with a braid in my hair and my Mockingjay pin, just as little me would have done, I felt the urge to do so. I was surprised to discover just how much the novels still relate to the current world climate.

When I was little, I used to want to be Katniss. She was strong, unstoppable, and fierce. She spoke her mind and knew that she wanted, she was admired by everyone. Last month a friend sent me a fan fiction which told the story from Peetas´s point of view, and it described exactly how I viewed her, but without Katniss inner monologue the story felt less real, much more idealized. While reading them again I still saw this powerful girl but what spoke most to me were her inner thoughts. I was able to see the scared girl, under a huge amount of pressure which she felt she had to deal with alone. Sadly, I think this is a reality for many of us, who try and keep everyone proud and happy but deep down feel incapable of keeping it up forever. I have always loved Cinna, Peeta and Prim, maybe because they were the only ones who made her feel safe and loved no matter what. I am grateful to have found people like that.

The one person I was always unable to figure out was Gale, who was without a doubt my least favorite character until recently. Even though I still find it hard to like him, I have started to understand him. These past few years we have witnessed terrible things by power struggles which have only affected the vulnerable and innocent. While seeing this I had some of the same thoughts he had throughout the whole book, and I know many of the ones around me have too. Others have felt nothing, and some have told me I shouldn´t get so emotionally involved if it won´t directly affect me. I see all these people reflected in your books this is why I think literature doesn´t always describe the past but helps us understand the present and ourselves.

While writing this letter I have written and erased many paragraphs because I am finding it hard to condense all my thoughts and feelings in such a short space. I would take me long to tell you how much characters like Haymitch, Joanna or Tigris really spoked to me or how sad, but necessary, I think Cinna´s, Finnick´s and Prim´s deaths were. In a way they all leave you with their story, no matter how short it may be. They made me laugh, cry, and think but most of all they helped me become the person I am today. It may sound like an exaggeration, but your books were a refuge. They bring back nights of reading under the sheets, summers begging to go to an archery camp, school days discussing over which district we were from and most importantly memories with loved ones and with people which are no longer close to me but have told me they still think about me when they see your books, just as I do with them.

I am not sure if you will get this letter, but I am glad I got to write it. I know it would have made ten-year-old me very happy to know she would still enjoy rooting for the Mockingjay almost ten years later. Thank you for everything and may the odds be ever in your favor.

Sincerely,

Lucía Reviriego de las Heras

CARTA A CARMEN LAFORET

CARTA A CARMEN LAFORET

Estimada Sra. Laforet:

Carmen, mi amiga, me esperaba en la puerta del Instituto. Yo llegaba tarde, como casi siempre. Me dio un abrazo. Sus abrazos no son cálidos, como a mí me gustan, son abrazos en hueso, secos. Pero son igual de bonitos. Dimos un paseo por el barrio. Me regaló un libro ese día, uno de tus libros, Nada. Hacía dos días que había sido mi cumpleaños. En las primeras páginas me escribió una dedicatoria. De vez en cuando saco el libro de mi estantería para releerla. A ella siempre se le ha dado bien escribir, aunque no le gusta.

Cuando llegué a casa me fui a mi habitación, a mis cuatro paredes. Esas cuatro paredes, de las que en tantas ocasiones he hablado, lo saben todo de mí. En ellas me refugio, en ellas la soledad se extingue. Allí, unas ganas impetuosas de leer el libro se apoderaron de mi cuerpo, ahora desconocido por el recuerdo. Tardé bastantes meses en leerlo. Por cuestiones que prefiero no contarte, la lectura, desgraciadamente, había abandonado mi rutina. Recuperarla no fue fácil. Terminé el libro en verano, en un pueblo de Extremadura, perdido entre prados, olivos y encinas.

El año pasado, por estas fechas, fui a Barcelona a pasar un fin de semana con mi tío. Un viaje entristecedor, poco elocuente en ese momento, pero dulce ahora transformado por la melancolía. El primer día anduve hasta encontrar el número 36 de la calle Aribau. La acera frente al portal estaba en obras. El edificio tenía unas grandes ventanas, unos grandes balcones... Y se erigía con una fuerza culminante capaz de hundir al ser humano más fuerte, alto o valiente del mundo. Todo estaba donde debía estar, todo estaba en su sitio. Han puesto una placa con tu nombre en él. Eso hace que tenga más fuerza aún. De tanta, casi me tira al suelo.

En uno de mis intentos por alcanzar aquello que no puedo, cerré los ojos e imaginé a la familia entera en uno de esos pisos, condensando en él todos sus problemas. Juro, pongo por testigo a esta carta, que vi a Andrea llegando de noche por primera vez al edificio. La vi más tarde salir del portal. Caminaba con prisa. En un reflejo de ensoñación, de ilusión desmedida, la seguí. No sé por qué lo hice. Al final, llegué a la universidad, en donde la esperaba Ena. Volví al edificio. Podía escuchar a la anciana gritar, las discusiones del tío... Por un momento fui una desconocida en la vida real.

Mi tío me zarandeó fuertemente. Nos teníamos que ir. Todo se desvaneció. Ya no escuchaba el ruido de la casa. Ahora solo veía sus balcones vacíos, sumidos en una profunda negrura. La vida, con ese sueño, de alguna manera que no logro comprender, me había dejado. Con esa experiencia onírica, me despedía de aquel edificio, de aquella calle. Y de Andrea. Aunque en los días restantes la busqué en cada calle. Cada vez que doblaba las esquinas, esperaba encontrarme con ella.

En Barcelona no la volví a ver, pero me la encontré varias veces en un pueblo de Madrid, aunque con otra cara. Era diferente. Pero supe que era ella por su forma de caminar, brusca, con prisas. Una vez, incluso, pude hablar con ella. Me dijo que le recordaba a Ena (en un plano totalmente distinto). Carmen dice que, al contrario, le recuerdo a Andrea.

Escribo esta carta en los pasillos de una vieja universidad, parecida a la de Barcelona, maravillada por tu forma de escribir, tu delicadeza, tus personajes. Alguna vez he escuchado que los libros, entre otras cosas, son los que nos mantienen vivos. A mí Nada, de una manera que no entiendo, me da la vida de una forma en la que pocos libros lo han hecho. No se trata solo de un libro, se trata también del día que Carmen me lo regaló, del día que me dijeron que me parecía a Ena, del viaje a Barcelona (entre otras muchas cosas más). Es una vida, este libro es una vida.

Sea como sea, gracias. Es lo único que puedo decirte. Cierro esta carta muda, sin palabras suficientes de agradecimiento.

Atentamente,

Lucía Guerrero Ávila

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (novena parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (novena parte)

Tiempo después, cuando ya están todas las cámaras desenchufadas y la mayoría de las luces apagadas, tras infinidad de angustiosas llamadas telefónicas, cuando el staff del progrma se marcha contrariado a casa y las hormigas ya descansan en su cama, uno de los más rezagados entre el público, un magnate excéntrico apasionado del programa, se dirige a Pablo Motos con un efusivo saludo.

— Una representación espléndida, maravillosa—confiesa con una sonrisa de oreja a oreja—. Pero ¿por qué el cambio de formato?

Aún contrariado, Pablo lo mira, sin terminar de comprender.

— Te aseguro que ese era el auténtico Eneas.

El magnate lo palmea un par de veces en la espalda, con aire condescendiente.

— Claro, claro. En fin, un espectáculo de lujo, quiero el nombre del actor y su currículum. Le espera una brillante carrera por delante, eso desde luego.

Agotado, Pablo inspira hondo. Está pálido, y lo único que le apetece es irse a su casa a dormir.

— Oye —continúa el hombre—, ¿y lo de los efectos especiales…?

Y sigue los pasos de Pablo mientras este abandona el plató.

Se apagan las luces.

FIN…

Leyre I. Avilés Canalejo

Salvado por las Humanidades

Salvado por las Humanidades

En un momento de la humanidad donde el fin está más cerca que nunca, donde las sangrientas batallas medievales se han sustituido por tensiones a escala nuclear, donde no hay mucho más que vivir para generar y consumir, donde la lectura intensiva se ha sustituido por la ignorancia extensiva, nació. Nació el germen de la inocencia, curiosidad y valentía. Creció jugando entre los antiguos libros de sus padres, y la imaginación de sus hermanos mayores. Hasta que su vida se vio truncada por una serie encadenada de desdichas. Un chico ya adolescente buscó en la rebeldía un método para sanar sus heridas emocionales, cuando aún no se veía realizado como persona.

Tras varias batallas perdidas contra sí mismo y el sistema, cayó rendido ante la inocencia, curiosidad y valentía que le hicieron recapacitar y reencontrarse con aquel sentimiento que le generaba leer libros sobre Egipto o los dinosaurios… Así, y con la ayuda de su madre y muy buenos profesores aplicados, consiguió retomar el arte del estudio, descubriendo un mundo que siempre había estado ante sus ojos, pero que en un momento dado decidió ignorar. Fue en los momentos posteriores que mil sentimientos recorrieron su cuerpo al leer obras antiguas como Lisístrata, Odisea, Eneida…, al sentirse parte de ese mundo clásico. De esta manera, consiguió salir del vacío existencial que sentía y encontró en el mundo un reflejo de sí mismo y en sí mismo un reflejo del mundo. Se propuso terminar los dos cursos de Bachillerato con buenas calificaciones y sobre todo con un buen aprendizaje, y lo consiguió. Además, se propuso dejar una huella positiva allá a donde fuesen él y sus experiencias… y a día de hoy lo está cumpliendo.

Gracias al aprendizaje vital aportado por las Humanidades, a día de hoy sueña, sueña con no perder el tiempo, con crear obras, escribir más allá de lo tangible, desarrollar, descubrir, imaginar y sentir, sabiendo que su tiempo es finito, pero que, si logra hacer lo que se propuso, su legado no lo será.

Aarón López Cuevas

Observaciones acerca de la realidad y el sentimiento de lo perfecto

Observaciones acerca de la realidad y el sentimiento de lo perfecto

Kant, Immanuel: Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime, 1764.

 

Las diversas sensaciones de agrado o desagrado no se sustentan tanto en la disposición de las cosas externas que las suscitan, cuanto en el sentimiento de cada hombre para ser por ellas afectado de placer o desplacer. De ahí que algunos encuentren alegrías en lo que a otros les causa asco, la pasión enamorada que frecuentemente resulta un enigma para todo el mundo, o también la viva repugnancia que algunos sienten por aquello que para otros resulta del todo indiferente […].

El sentimiento más delicado, que ahora queremos considerar, es particularmente de dos especies: el sentimiento de los sublime y el de lo bello. La afección es agradable para ambos, pero de manera muy diferente. La vista de una montaña, cuyas cimas nevadas se yerguen por encima de las nubes, la descripción de una tormenta enfurecida o la descripción del imperio infernal que hace Milton suscitan complacencia, pero con horror. Por el contrario, el aspecto de un prado lleno flores, valles con arroyos serpenteantes, cubiertos por rebaños pastando, la descripción del Elíseo o el relato de Homero sobre el cinturón de Venus originan también una sensación apacible, pero que es alegre y risueña. Para que la primera impresión tenga lugar en nosotros, con intensidad apropiada, hemos de tener un sentimiento de lo sublime y, para disfrutar convenientemente la última, un sentimiento para lo bello.

[…]

La noche es sublime, el día es bello. Los temperamentos que poseen un sentimiento de lo sublime, cuando la temblorosa luz de las estrellas que se rasga a través de la parda sombra de la noche y la Luna solitaria está en el horizonte, son atraídos poco a poco por la calma silenciosa de una noche de verano, a sensaciones supremas de amistad, de desprecio del mundo, de eternidad. El resplandor del día infunde afanes de actividad y un sentimiento de regocijo. Lo sublime conmueve, lo bello encanta.

Hace no mucho me regalaron una pluma. Es gracioso cómo este utensilio me incita a escribir. Es tan delicada y sutil… Parece que fuese ella quien lleva el ritmo de mi mano, y no al revés. No es que mi caligrafía sea perfecta, pero me esfuerzo porque así sea.

En realidad, ¿en qué aspecto no aspira el ser humano a alcanzar la perfección? Es curioso, ya que no nos damos cuenta del verdadero sentido de este sublime y bello significado. ¿Qué es lo perfecto? ¿Cómo algo llega a serlo? ¿Dónde encontramos esta perfección?

Nos equivocamos con frecuencia. Algo no puede nacer perfecto, vivir en perfecto estado y morir de igual manera. Aunque, según la definición exacta de perfección, esta es un concepto que se refiere a la condición de aquello que es perfecto. Lo perfecto, por su parte, es lo que no tiene errores, defectos o falencias: se trata, por lo tanto, de algo que ha alcanzado el máximo nivel posible. Conociendo esto, pongamos un ejemplo: pensemos en un peine. Sí. Un peine, tal cual suena, el utensilio que utilizamos para peinarnos. ¿Por qué me refiero al peine como perfecto? Pensemos que el peine lleva existiendo desde los albores de la humanidad. Primeramente, estaba fabricado de huesos, madera o incluso hierro; ahora son de plástico o fibra.  Pero su esencia es la misma, un mango largo y a él adheridas unas cuantas púas con las que dirigir el pelo y darle forma. Da igual el material, el peine sigue igual desde hace lo menos 15.000 años, tirando por lo bajo: no puede evolucionar más. Es decir, el peine ha alcanzado su máximo nivel posible.

Partiendo de este argumento, ¿cuándo una persona es perfecta? Podríamos creer que entre los 25 y 30 años, ya que a partir de ahí empezamos a decaer, al menos físicamente. Pero no creo que sea así. Teniendo en cuenta la definición exacta, es sólo al morir. Y he hablado bien. No he dicho muerto o antes de morir, sino al morir. Ese ínfimo instante, en el que no cabe ni la medida de tiempo más corta que existe, justo antes de exhalar nuestro último aliento, es cuando alcanzamos la perfección, pues no podemos evolucionar más. Alcanzamos nuestro máximo nivel en ese momento. Por lo tanto, cuando muera, miradme bien, seré perfecto. Será el instante más bello de mi vida. Pues no habrá más.

Pero, esto no acaba aquí, pues lo que hemos analizado es el concepto literal de perfección. ¿Qué hay del figurado? Bien, diría que la perfección no es un estado, sino un sentimiento. Y la gran diferencia es que a pesar de cómo cree la mayoría, la perfección no la desarrolla una bella planta, la desarrollamos nosotros como sentimiento en nuestro interior al admirar la belleza de la flor. En ese momento pensaríamos: “Esta flor es perfecta.” – Pero, ¿por qué lo es? Tal vez no le falte ningún pétalo, ni le sobre ninguno, o tenga el color adecuado, o se adapte a la maravilla a cualquier temperatura o suelo. O igual todas ellas. Pero esto puede que sólo pudiera verlo aquel biólogo mientras detalla un informe al tiempo que observa la flor en su estudio.

Una tarde en el campo de picnic con amigos o la persona a la que tanto queremos puede ser también perfecta. Como vemos, la perfección es distinta dependiendo de los puntos de vista.

Sin embargo, aquella flor que tan espléndida le parecía al biólogo, puede ser, al mismo tiempo, perfecta para un marido que pasa por una floristería y este brote le llama la atención. Sí, se lo llevará a su mujer, y pagará lo que haga falta, pues llevaba todo el día buscándole un regalo por su aniversario. La flor tiene, por supuesto, las mismas características descritas por el biólogo. Este segundo personaje no sabe nada de flores, pero después de andar mucho y pensar más, encontró el regalo idóneo. Recordó que una vez su mujer le comentó lo bonita que era esa flor en particular, y que le gustaba mucho. Si la compra ahora, llegará a tiempo para la cena, la flor está genial de precio y encima las trajeron aquella misma tarde. La flor, para el marido, es también perfecta. Sin embargo, no se tienen en cuenta en este segundo ejemplo las características del primero y viceversa. Por tanto, descubrimos así que la perfección puede ser también una acumulación de circunstancias o coincidencias, sublimes coincidencias que, durante unos instantes, minutos u horas nos han revelado la identidad de la misma. Y no sólo nos la han revelado, nos han dejado regocijarnos en ella.

No es la flor perfecta, sino la sensación; la sensación de ver, sentir, oír, saborear, oler, tocar algo que se asemeje o que casi alcance la perfección. Y es siempre momentánea. El que no sepa aprovechar esos momentos en los que tanto se siente, se ve, se oye, se huele se toca, se saborea, vive en desdicha y por lo tanto no vive. Le quedarían dos opciones, cambiar y adquirir la sensibilidad de lo bello o de lo sublime, con la cual seremos capaces de apreciar lo perfecto o morir. Como dijo Marco Aurelio: “Vete, pues, de la vida apaciblemente, de la manera que muere el que cumple su cometido, indulgente con los que te ponen obstáculos”.

Gonzalo Fernández González

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (octava parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (octava parte)

Marron se emociona al saludar al héroe, y parlotea sin cesar. Finalmente, cuando Pablo le llama la atención, enseña el libro para que todos lo vean.

— Esto que tengo aquí es un tesoro de valor incalculable para la humanidad. No es el original, por supuesto, ese va a aparecer en pantalla en… nada, ahí lo tenéis.

La televisión muestra el volumen por su portada, y, mientras el científico habla, se ve cómo se van pasando sus páginas. Marron hace lo mismo con el suyo. Llegados al canto X, en ambas versiones, las páginas aparecen en blanco. Hay un desconcierto general, en cierto modo hasta escéptico.

— Aquí —le dice Marron a Eneas, y le tiende el libro que ha traído, que está escrito en latín—, se cuenta tu historia. Sospechamos que, al venir a visitarnos, el “destino” se ha alterado, por eso no se puede leer lo que tú aún no has “vivido”. Esta noche, por primera vez en exclusiva (si te parece bien, claro), vamos a reescribir tu historia exactamente tal y como pasó, usando las mismas palabras que Virgilio. ¿Estás preparado para conocer tu futuro?

Eneas le dice algo al historiador, que sonríe antes de traducir al público.

— Dice que sabe de sobra cuál es su futuro. Lo que le gustaría es volver… Y tal vez saber si… No, el insulto me lo ahorro, si el rey Turno y él pelean y lo vence… No sólo él, también Merencio cae ante ti —le confía al troyano.

Eneas sonríe, y la suya es una sonrisa sardónica, que al mismo tiempo resulta perfecta para patrocinar cualquier marca de dentífrico. Entonces el héroe da a entender que sí, que consiente en que se reescriba su historia.

Pablo Motos comprueba la hora de reojo; van mal de tiempo. Este va a ser el único experimento de la noche, y mientras el historiador se prepara para repetir unos versos que conoce de memoria, aprovecha junto a las hormigas para agradecerle a Eneas su participación, comprensión y paciencia.

Con finura exquisita, el historiador escribe en el siguiente renglón del libro sin final la primera línea del canto X:

“Se abre la mansión del todopoderoso Olimpo…”

Como si de un milagro se tratara, la frase aparece también reflejada en la pantalla, en el volumen original. Se escuchan exclamaciones ahogadas entre el público, y también por parte del personal que custodia la historia de Virgilio.

El historiador, absorto en sus recuerdos, sigue copiando los versos, ahora a una velocidad pasmosa. Primera página. Al llegar a la línea veinticinco, escribe el nombre del héroe. Entonces ocurre: en mitad del plató, sin que nadie se lo espere, la silueta del fundador de Roma según Virgilio comienza a desvanecerse. Cuando el mundo quiere percatarse, Eneas, tal como llegó, desaparece.

A Pablo se le abre la boca de estupor. Al historiador se le emborrona la tinta del texto. El escolta, que hasta ese momento había estado mordiéndose las uñas de puro aburrimiento, se inclina por desesperación para mirar bajo la mesa. Desde la televisión se escuchan exclamaciones varias en italiano, que exigen saber qué está pasando. Se pierde la conexión. El público estalla en un tremendo aplauso, una ovación absolutamente ridícula, descontextualizada, y que sin embargo cierra el programa.

Continuará en el próximo post...

Leyre I. Avilés Canalejo

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (séptima parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (séptima parte)

La cámara deja de hacer zoom cuando Pablo toma la palabra. Eneas acaba de explicar que lo último que recuerda es despedirse de su madre para regresar al barco antes de sumergirse en un angustioso vacío y ser escupido aquí, dondequiera que eso sea, cuando el presentador decide que ha llegado el momento de contarle al héroe sobre el mundo real.

— Lo justo es que también tú sepas un poco de nosotros. Sabemos que te han explicado que estás en un futuro bastante lejano, y todo lo que te rodea es una ciencia maravillosa. Nos ha dicho un pajarito que admiras la vida cómoda que llevamos, pero no todo lo que reluce es oro aquí. —Mira al frente, hacia el público—. Por eso, esta noche, nuestros dos acompañantes van a jugar a un juego muy especial. Se llama “Tú tienes, yo tengo”. ¿Cómo se dice en latín? Tu habes, ego habeo. De acuerdo, queda bien y todo. Por turnos, una vez cada uno, debéis nombrar una de las dificultades a las que os hayáis enfrentado, para ver si son equiparables o no. —Se gira hacia el historiador—. A ti te pido que intentes no llevarlo a lo personal; hablas en nombre de la población española. Bien: ¿estáis preparados? Empieza nuestro invitado de honor, Eneas.

Eneas menciona la peste.

— Esa es fácil —dice el historiador, y cita al archiconocido COVID-19.

— Una pandemia que dura ya más de dos años —asiente el presentador cuando el público se serena—. Se transmite por el aire, lo que nos ha obligado a estar encerrados en casa, a guardar las distancias y a pasar mucho tiempo con la mitad de la cara cubierta, ¿no es así?

Eneas lanza una exclamación de comprensión, y comenta algo que arranca una carcajada tanto del escolta como del historiador.

— Pregunta que si por eso llevamos tapaculos en la boca —dice el historiador entre lágrimas de risa. Su turno es el siguiente—. La guerra de Ucrania.

Eneas hace un gesto despectivo con la mano; se está divirtiendo una barbaridad.

— Guerra de Troya. Mmmm… Ah, la harpía Celeno.

El historiador duda. Se toma su tiempo.

— ¿La caída del SEPE? —dice al fin, y Pablo lo da por bueno.

— ¡Escila y Caribdis! —se adelanta el héroe.

— Pues a ver, no me queda otra que mencionar a Filomena.

A Eneas le encanta la idea de imaginar Madrid cubierta de nieve.

— La erupción del volcán Cumbre Vieja —continúa el historiador.

— El Averno —replica el de la Eneida con voz ronca.

— ¿La ley Celaá? —aventura el experto.

Cuando a Eneas le explican lo que es, responde:

— La manzana de la discordia.

Una vez el público deja de reír, el presentador proclama al héroe vencedor de la mini competición. A modo de agradecimiento, el troyano asiente, y, ni corto ni perezoso, dice que los problemas del siglo XXI le dan dolor de cabeza, aunque parecen cuentos de niños.

Entonces la música cambia, y entra trotando en el plató un hombre risueño de gesto expresivo. Es Marron, el encargado de la sección de ciencias del programa. En esta ocasión no aparece con nada especial, solo con un discreto libro que lleva bajo el sobaco para poder agitar la mano en dirección a las cámaras y al público. Ese libro es, ni más ni menos, que la Eneida.

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Leyre I. Avilés Canalejo

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (sexta parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (sexta parte)

Pero Eneas se mantiene críptico a la hora de hablar de la soberana de los cartagineses, aunque no logra ocultar el dolor que encierran sus misteriosas palabras. Cuando narra su abandono, explica que fue el principio de mil desgracias (“y la justificación a las guerras púnicas”, replica el historiador con sorna). La pérdida de la mujer; un tormento en sus entrañas. Ella no puede ser descrita con palabras. La quería, sí, por los dioses que la quería, al menos hasta que ella apagó la llama de su propia vida (y aquí deja escapar una corta risa amarga, consciente de la ironía en su relato). Pero el destino es Italia, y a Italia se dirige. Eneas no vuelve a ver a Dido hasta obtener la rama de oro que le abre las puertas del Inframundo.

A Pablo le intriga sobremanera el concepto que tiene el héroe del Averno, los dioses y distintos espíritus que van apareciendo en la historia.

— ¿Los fantasmas son transparentes? ¿Se ve a través de ellos? ¿Te roban la energía vital si los tocas? —se interesa también Barrancas. El historiador le hace el favor a Eneas de no transmitir esa parte.

De su estancia en el mundo de los difuntos habla con horror; la voz ronca. Lo único que le da esperanza en ese periodo es la presencia de su padre y su promesa de un futuro próspero. Esta vez es una puerta de marfil la que lo lleva a cumplir su sueño, que comienza al poco tiempo, cuando los suyos se asientan en la ribera del Tíber y se alían con el rey Latino. Describe a Lavinia con prudencia y decoro, lo que da a entender que, curiosamente, el matrimonio tiene pinta de no haberse consumado. Eneas relata de la diosa Juno que envía su furia en forma de bestia a perseguirlo, y del rey Turno —previamente prometido con Lavinia—, cómo se gana su eterna enemistad. Sin embargo, solo cuando el hijo del héroe, Ascanio, en una cacería, mata a un ciervo que bien parece sagrado, se enervan todos, y así da comienzo la guerra del Lacio.

Llegados a este punto, le devuelven a Eneas su escudo, confiscado de forma temporal. Es un regalo de su divina madre, mandado realizar al dios Vulcano, y en él se ilustran innumerables viñetas. Eneas las señala con orgullo, mientras describe las que considera más importantes, en especial aquellas que muestran la estirpe de su hijo, incluyendo reyes y emperadores de renombre.

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Leyre I. Avilés Canalejo

Dudas

Dudas

Crecí sin televisión, sin contacto con el mundo digital y alejada de las series de las que mis amigas de la infancia hablaban. Recuerdo salir a la hora del recreo y escuchar a mis compañeras de clase hablar sobre si el protagonista de la serie del momento había conseguido derrotar a su archienemigo. Yo no me enteraba de nada. Miento. Llegó un punto en el que sabía perfectamente qué ocurría en el capítulo de cada semana de tanto escuchar hablar de él. Pero la realidad es que en mi casa el único dispositivo electrónico que había era un ordenador lleno de virus que tardaba quince minutos en iniciar sesión.

Así, pasé los primeros años de mi vida sin más remedio que sumergirme en el mundo de la lectura. Poco a poco se convirtió en todo mi mundo, en mi refugio. Volvía cada día de clase con ganas de leer el libro que había dejado a medias mientras desayunaba y por la noche soñaba con los personajes que protagonizaban mis libros. Cada libro me removía por completo y, al terminarlo, quedaba en mí una sensación de vacío que tardaba semanas en marcharse. Había convertido la lectura en una parte de mí.

En cambio, ahora, cada vez que sostengo un libro en mis manos, me invade el cuerpo una nostalgia que me paraliza. A veces, me sorprendo a mí misma buscando un rato para abrir un libro y sumergirme en la lectura. Pero lo cierto es que a los cinco minutos encuentro una actividad que, por casualidad, era más urgente que el libro que me disponía a leer. Tengo miedo de no volver a vivir esa sensación de no poder parar de leer, de querer que las páginas del libro se multipliquen para no terminarlo nunca. Ahora, cada vez que abro un libro, tengo miedo de no poder disfrutarlo. Tengo miedo de no poder sentir la lectura. Todo son excusas para no sentarme a leer una novela, un ensayo, un artículo... Que si tengo un examen la semana siguiente, que si tengo que preparar la cena, que si me tengo que irme a dormir pronto porque mañana madrugo, que si ya leeré en verano cuando tenga más tiempo… Y cada vez que esas excusas se vuelven obsoletas, surgen nuevas. ¿Acaso se puede denominar amante de la lectura alguien que lleva más de un año sin ser capaz de terminar un libro? Si es cierto que para lo que queremos siempre encontramos tiempo, me pregunto si la lectura no me gusta lo suficiente.

Sin embargo, creo que el problema no es ese. Pienso que leer supone reencontrarse con el silencio. Implica parar el frenesí del día a día. Dejar la inercia y reunirme conmigo misma. Escuchar lo que mi cabeza me tiene que decir. Atender mis palabras, lo que mi mente imagina, llegar a los lugares más recónditos de mi cerebro y experimentar lo que el libro me evoca. Quizás leer supone reencontrarse con viejas heridas y abrir nuevas. Ponerme a prueba. Exponerme a sentirme mal, a llorar, a decepcionarme… a redescubrir emociones que no sabía que estaban ahí. Y puede que no esté tan preparada para ello como yo creía. Quizás lo que de verdad me aterra no es no volver a disfrutar de la lectura, sino que mis emociones me invadan y no sepa cómo pararlas. Me da miedo que leer me lleve a descubrir cosas de mí misma que no quiero saber. Que ese proceso de inmersión lectora pueda conmigo y termine sin ser, ni siquiera, capaz de leer.

Claro que sé que los bloqueos lectores existen, que hay momentos en los que no tenemos fuerzas, o tiempo, o ganas… Pero me aterra no volver a tenerlas; que en este mundo lleno de consumismo, inmediatez, y sobre estímulos, haya perdido la capacidad de sentarme a la luz de la lámpara y abstraerme en una lectura lenta y aburrida. ¿Habré acaso perdido la capacidad del aburrimiento? Yo, que he reivindicado siempre que este sistema capitalista nos hace creer en la gran mentira de que el trabajo dignifica, de que no somos seres útiles si no producimos, de que nuestra valía se mide según cuánto capital generamos… Yo, que he querido siempre alejarme de todo eso, ¿Habré perdido la capacidad de no hacer nada productivo?

Haizea García Villanueva

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (quinta parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (quinta parte)

—En cualquier caso—interviene el presentador—, no importa el origen: Eneas sí se ha llevado un buen soponcio, y nosotros también. —Se gira hacia el historiador—. ¿Te importaría traducir? —Luego mira a los asistentes, en parte para conectar con ellos, pero también para averiguar cómo se lo están tomando—. No me quiero ni imaginar lo que estará sintiendo, menudo choque cultural. Y temporal.

— Es un hombre acostumbrado a lo mitológico —salta el historiador—, ¡por favor, él ni siquiera tendría que estar aquí! Somos nosotros quienes debemos hacer el esfuerzo de entenderlo: Eneas, quae est ultima memoria tua?

Y se dirige a él con una delicadeza exagerada, lo que despierta la burla de las hormigas.

— Es un gladiador, no se va a romper —dice Barrancas.

— ¡Gladiador! —se indigna Trancas—, ¡qué dices!

— Es-es un héroe de guerra, hormiga —explica el historiador.

— Eso, a ver si te enteras, hormiga —sigue Trancas.

— Qué —dice Barrancas con sorna, ignorándolos y dirigiéndose al héroe—, te peleaste a saco con los griegos y luego a viajar hasta encontrar tu casa, o más bien crearla de cero. Me parece un timo, la verdad.

— No —dice de pronto el héroe con voz profunda. Todos se vuelven hacia él, que le indica al escolta que lo ha entendido, y se acoda sobre la mesa.

Entonces habla.

Y procede a narrar, con la voz cadenciosa de los oradores y la delicadeza lírica de los poetas, cómo fue la caída de Troya; la traición tallada en madera (“¡El caballo!” exclama al punto Trancas, en cuanto le llega la traducción), el desolador color de la muerte, las ruinas de la ciudad más hermosa. Y los gritos. Chillidos agónicos, lamentos atormentados, los soldados troyanos mutilados, masacrados. La visión esperpéntica de un Héctor derrotado que se le aparece en sueños, y, luego, la de su mujer en la distancia, envuelta en cenizas y humo, estando despierto. Abandona su hogar con el alma en vilo, su padre a cuestas y su hijo aferrado al brazo (“la alegoría de la vida”, explicará luego el historiador: “el ser humano lleva el pasado a la espalda y el futuro de la mano”), para dejarse conducir por el destino, primero a las montañas, y después, lejos, mucho más lejos.

De sus peripecias por mar hace un resumen, y nadie se lo reprocha. A su espalda una televisión se enciende para mostrar un mapa con el recorrido completo dibujado. Al descubrirlo, Eneas queda maravillado, y prosigue con más entusiasmo: de Tracia al oráculo de Delfos. En Creta los vuelve a sorprender la muerte, esta vez en forma de plaga. Huyen despavoridos hasta desembarcar en las islas Estrófades y, ¡oh, sorpresa!, las crueles harpías les hacen una visita: una de ellas, Celeno, lo ataca con una nueva profecía. En las costas de Epiro encuentran amigos, en las de Sicilia enemigos vencidos. Tras sobrevivir valientemente a los monstruos Escila y Caribdis, de oca en oca y tiro porque me toca, llegan al puerto de Drépano, donde, por vez tercera, la muerte se cobra su precio y le roba la vida a Anquises. Aún en duelo por la pérdida de su padre, Eneas se ve incapaz de esquivar la inmensa tormenta que lo arrastra hasta África; hasta los brazos de la reina Dido.

— ¡Oh, aquí viene el amor! —se emociona Trancas, y Pablo y Barrancas se ponen de acuerdo para mandarlo callar con un “shhh” de lo más impaciente. El público también contiene la respiración.

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Leyre I. Avilés Canalejo

¿Por qué leemos lo que leemos?

¿Por qué leemos lo que leemos?

Al disponerme a realizar mi publicación para el blog AEDO me di cuenta de que estaba bastante perdido en lo que a elegir un tema para desarrollar se refiere. Mientras mi mente divagaba entre todos los posibles aspectos sobre los que podría trabajar, observé que mi madre se tumbaba en el sofá y empezaba a leer uno de los libros policiacos que tanto le gustan. En ese momento me vino a la cabeza la pregunta de por qué mi madre leía tantos libros policiacos y ninguno, por ejemplo, de poesía, por lo que dispuesto a resolver esta duda que me acababa de surgir, me dirigí a mi madre y le pregunté porque leía tantos libros del mismo género y nunca cambiaba sus lecturas. La respuesta de mi madre me dejó asombrado, puesto que se limitó a decirme que eran los libros policiacos los que más le hacían sentir. Al escuchar esto, mis dudas no solo no se resolvieron, si no que aumentaron, por lo que seguí preguntando a mi madre el porqué de esto y si otros géneros no le hacían sentir nada. La respuesta de mi madre volvió a ser de poca ayuda para resolver mi duda, “simplemente se debe a que es el género que siempre me ha gustado y así no fallo nunca al elegir a qué historia dedicarle mi tiempo”. 

Tras escuchar esto dejé de preguntar a mi madre y me quedé pensando sus palabras. No comprendía porqué para mí los libros policiacos resultaban una pérdida de tiempo mientras que para mi madre eran una gran opción con la que siempre salía satisfecha. Tras pensar durante un tiempo y hablar con mi padre del tema, llegué a la conclusión de que elegimos libros que nos hagan sentir identificados y que debido a esto nos hagan sentir emociones de una manera más potente. Es por este motivo que, en mi caso, los libros que suelo leer y con los que más disfruto son los libros de fantasía, porque desde pequeño siempre me fascinaron mundos nuevos e imposibles en los que dar rienda suelta a mi imaginación y en los que me sinto identificado, pues los protagonistas de estos libros suelen ser niños o adolescentes. Quizás por eso mi madre lea tantos libros sobre detectives y misterios sin resolver, pues en el fondo su sueño de convertirse en un detective de éxito sigue vivo dentro de ella. Quizás elegimos los libros que elegimos porque vemos reflejado en sus páginas todas las vidas que nos hubiera gustado vivir, pero que por diversas circunstancias no hemos podido alcanzar. Quizás y solo quizás, por eso es por lo que leemos lo que leemos.

Juan García González

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (cuarta parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (cuarta parte)

— Eneas es el hijo del mortal Anquises y la diosa Venus, claro está —dice el historiador.

El aludido, que hasta el momento estaba enfrascado en la contemplación de una de las tazas con el logo del Hormiguero que hay sobre la mesa, clava sus ojos en él al reconocer los nombres claves. Incapaz de mantener el contacto visual, el historiador parpadea, azorado.

— Esa es la diosa del amor y la belleza, ¿no? —sigue Trancas, y se gira hacia Eneas—. Caray, pues claro, con esa madre no me extraña su apariencia.

— Sí, pero yo soy más guapo —dice la otra hormiga—. Oye, hay una cosa que no entiendo: si Eneas fundó… funda, no, fundará (jo, qué lío) Roma, siendo un semidiós, ¿significa eso que los romanos son “divinos”?

El historiador se rasca la barba, pensativo.

— Eso nos quería hacer creer Virgilio… No lo sé, la verdad, es todo tan insólito que aún no me lo creo.  Lo que suponíamos hasta ahora es que el autor escribe la Eneida como propaganda política a favor del emperador Augusto, que se considera descendiente de Iulo o Ascanio, hijo de ese señor de ahí… Uff... La historia de la Eneida lo legitimaría como emperador… ¿Qué pasa?

Las cámaras dejan de enfocarlo para centrarse en Pablo y Eneas, que de disputarse la taza han pasado a jugar a una especie de calienta-manos bastante divertido que ha dejado de serlo cuando Pablo no ha tenido los suficientes reflejos para apartarse a tiempo del brazo de la justicia de Eneas. Le lagrimean los ojos por el dolor y se masajea la mano antes de decir:

— Perdón, perdón, hemos tenido un pequeño encontronazo aquí, nada serio. Esto es fascinante, ¡qué fuerza la suya, señor Eneas! —mira al escolta—. ¿Cómo se dice en latín? ¿Brutus totalus? —Al escucharlo, el historiador esboza una mueca que solo captan las cámaras. Pablo se dirige a él—. Entonces, ¿qué piensan los romanos de descender de un exiliado político que huye de la guerra?

— Pues curiosamente mucho orgullo, porque para ellos no es una desgracia; es el supuesto fundador de la gloriosa ciudad de Roma...

— Pero —interviene Barrancas—, este Eneas, ¿ha fundado la ciudad o la va a fundar?

— ¡Podemos pedirle al propio Eneas que nos cuente su historia! —exclama súbitamente Pablo, como si hasta entonces no se hubiera percatado de que esa es la razón por la que están allí. Por primera vez, el público ríe con ganas.

— Eso ya lo hizo Dido —masculla el historiador, pero nadie le hace caso.

— Eso sí, a ver cómo nos hacemos entender… Tú no hablas español, ¿verdad? —le dice el presentador al escolta—, solo lo entiendes.

El guardaespaldas le dedica una sonrisa que no compromete a nada.

— Si lo viera Virgilio se caería tieso al suelo del susto, seguro —reflexiona en alto Trancas, observando cómo el héroe analiza minuciosamente la taza, a partir de ahora de su propiedad, porque Pablo no piensa seguir arriesgando su integridad física por ella.

— Ese hombre lleva siglos criando malvas —apunta Barrancas—. Como también él aparezca por la puerta soy yo quien acaba bajo tierra, ya verás.

— Nos da un soponcio a todos —confirma el presentador.

— Que, por cierto —sigue Trancas—, no sé si lo sabéis, pero la palabra soponcio viene del latín; sopio, que significa según la RAE—coge aire, y recita sin pausas—: órgano-masculino-que-comparten-el-hombre-y-algunos-animales-que-sirve-para-miccionar-y-copular.

— Vamos —sigue la otra hormiga—, la minga, la manguera, el garrote, el pajarito, la anaconda, la pilil…

— Bueno, vale ya las dos, ¿no?

— En fin —concluye Trancas—, que los romanos hacían dibujitos de ese estilo y dicen las malas lenguas que las señoritas al verlo se asustaban tanto que hasta se desmayaban.

— Esa es solo una teoría —interviene el historiador—. La palabra soponcio viene de la mezcla entre subitus y responsio. De la primera acaba evolucionando sopetón, y respecto a la segunda, se refiere a la reacción del cuerpo frente a algo morboso. Otra explicación posible es que se origine con la expresión sub Poncio Pilato mucho más adelante, cuando el juez se lavaba las manos y el reo se desmayaba porque se entendía que lo iban a condenar.

— Pues que yo sepa hay un grafiti de un sopio en Pompeya —sigue la primera hormiga, un poco molesta.

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Leyre I. Avilés Canalejo

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (tercera parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (tercera parte)

A continuación, Pablo procede a contar el contexto detrás de la aparición de Eneas: que llegó sin previo aviso una noche de tormenta a la costa barcelonesa —nadie sabe cómo, por qué, ni de dónde exactamente—, y las difíciles pruebas por las que tuvo que pasar para que pudieran verificar su identidad, objetivo que solo alcanzaron las autoridades italianas, que procedieron a considerarlo protección de la República. Sin embargo, al haber sido encontrado en territorio español, se movieron hilos hasta conseguir que la entrevista tuviera lugar.

— La pregunta es: ¿y ahora qué? —comenta el historiador sin apartar la vista de su héroe—. ¿Qué va a pasar? ¿Piensan deportarlo a su lugar de origen? Y lo que es aún más inquietante, ¿cómo se hace eso? ¿Se viaja en el tiempo o se lo intenta introducir en un libro?

— Menudo panorama, sí. —Pablo mira de refilón a Eneas, que susurra confidencialmente con su escolta, antes de añadir—: Se me ocurre, y tal vez sea un poco precipitado, pero bueno, de perdidos al río, ¡que es hora de que Trancas y Barrancas se nos unan a esta extraña tertulia! —El público aplaude por inercia. Aparecen las hormigas moradas por el hueco de la mesa—. ¡Hola! Bueno, os quejaréis de la visita de hoy.

Pero a los insectos no les da tiempo ni de abrir la boca (metafóricamente hablando, claro). Nada más descubrirlos, Eneas pega un brinco en el sitio, suelta una maldición y acto seguido intenta aplastar con furia a las hormigas, que se esconden lo más rápido que pueden. Por desgracia, una de ellas es alcanzada: se escucha un alarido seguido de una blasfemia, y su cabeza se deforma con el golpe antes de recuperar su forma original. Cunde el pánico: Eneas se encarama a la mesa y se asoma al agujero, mostrándole al historiador una panorámica magistral de sus posaderas. Hacen falta hasta cuatro personas sin contar a Pablo y al escolta para bajarlo de ahí. Airado, Eneas está convencido de que esos “seres malignos” son otro enemigo más disfrazado, y exige una explicación. El escolta lo tranquiliza; solo entonces pide disculpas el héroe.

Trancas y Barrancas asoman la cabeza tímidamente.

— Hola, señor Eneas. Sentimos el susto —dice Trancas.

— Sí, mi cabeza lo siente mucho —añade Barrancas.

Tras escuchar las palabras del escolta, Eneas inclina el mentón en señal de aceptación. Esta vez las observa casi embelesado, con una curiosidad que roza lo rayano, pero en seguida acepta su presencia. Es alguien que cree en los dioses e incluso ha viajado en el tiempo, ¿qué son un par de insectos caricaturescos de ojos saltones y antenas gigantes en la vida de un hombre mitológico? La conversación sigue por otros derroteros hasta que las hormigas se interesan por la biografía del héroe.

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Leyre I. Avilés Canalejo

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (segunda parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (segunda parte)

Desde el otro lado del escenario la gente se ve incapaz de procesar la información. Se escucha una carcajada solitaria, pero nada indica que todo sea un montaje. Pablo asiente, y, con tal de aligerar los ánimos, se pone en pie para introducir al personaje causante de tal desconcierto. De fondo comienza a sonar la música de la película producida en su honor, pero pocos la reconocen, y los que lo hacen no captan la ironía. El panorama general es incierto. Pronto se genera un silencio de suspense: nadie aparece en plató. El historiador carraspea.

— Si no te importa ponernos en contexto histórico… —le pide Pablo, contrariado, sentándose de nuevo.

— Eh, sí, bien. La historia de este apasionante hombre se cuenta en la Eneida, que fue escrita por Virgilio ¡hace más de veinte siglos! Son doce cantos (ahora trece, supongo), dedicados a los viajes que realizó el héroe por mar tras la caída de Troya, antes de fundar Roma…

De súbito se escucha un alboroto procedente de un lateral del set, voces alarmadas y pasos apresurados. Y entonces, aparece.

Es imponente. Viste los ropajes característicos de su época, aunque no lleva armas ni casco, y su actitud es defensiva y atónita, más propia de un lunático que de un héroe. Lo observa todo con una curiosidad casi absurda: sus movimientos bruscos y certeros delatan que es un diestro guerrero, o, al menos, rápido, e increíblemente ágil. Lo acompaña un escolta de mirada intimidante y semblante serio. Por algún motivo desconocido, el visitante de la Antigüedad parece respetarlo, como si encontrara en él el ancla que necesita para evitar perderse en las profundidades de un mundo que no reconoce como suyo.

Al punto, el historiador pierde la capacidad del habla y comienza a balbucear. Se le agrandan los ojos y se inclina sobre la mesa, como si así pudiera observar mejor, asimilar lo que está viviendo. El propio Pablo traga saliva con fuerza. Es el público quien sigue sin comprender, aunque aguarda en silencio una explicación coherente que, desde luego, nunca llega.

Eneas se sitúa bajo los focos. Frunce el ceño y se tapa el rostro haciendo de visor con la mano. Le pregunta algo a media voz a su escolta, que resulta indescifrable. Ha hablado en latín. Un latín de acento marcado, pronunciado con soltura por una voz grave, autoritaria. Transcurren los segundos: en un momento dado, cuando deja de sentirse expuesto al verse rodeado por tanta gente, Eneas repara en una de las cámaras, y, en un par de zancadas, se coloca delante, la agarra con sus manazas y la zarandea con violencia, acercando tanto su rostro que su nariz deja una huella en el cristal. El técnico suelta una exclamación de sorpresa, y en seguida varios brazos intentan apartarlo de allí. Él se resiste, alterado, y empuja a una persona con tal ímpetu que la lanza al suelo. Entonces interviene el escolta, y le habla en su idioma con parsimonia. Eneas gruñe, pero obedece, y se aleja para sentarse junto al historiador, que lo contempla boquiabierto.

— ¿Qué le ha dicho? —pregunta Pablo una vez repuesto de la impresión. Al ver que el escolta no responde, se dirige al historiador—: ¿Qué le ha contado para que pare?

El pobre hombre abre y cierra la boca un par de veces antes de articular palabra.

— Le-le-le-le ha explicado que la cámara es un invento de los dioses, y que Juno observa el mundo de los mortales desde allí…

— Ha sido intenso, desde luego. En casa habrán tenido una introducción en primer plano, si me permitís el chiste.

La risa de la audiencia es forzada, pero, de hecho, en todas las televisiones donde se reproduce el programa, en el faldón informativo al pie de la pantalla se puede leer: Eneas se desvía a nuestro tiempo y espacio “sin querer” en otro más de sus viajes.

La historia es real.

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Leyre I. Avilés Canalejo

Despertar

Despertar

Me sorprendo a mí misma conteniendo las lágrimas sobre las páginas de un libro que acabo de abrir. No es por la emoción que expresan las palabras impresas en estas hojas, sino por la emoción que despierta en mi interior al darme cuenta de varias cosas.

Soy capaz de sentir el tacto de las páginas en mis dedos, una textura rugosa, el papel es viejo. El libro huele bien, tiene unos cuántos años, debe poner la fecha en la primera página (en esta casa se acostumbra uno a escribir la fecha en la que se compró el libro, para acordarse siempre, es casi una tradición que habré de pasar a la siguiente generación de pequeños lectores...). 2008, se lee en la primera hoja, en tinta azul; la tinta de un boli Bic que parece que se ha desteñido un poco con el paso de los años.

Las tapas duras se sienten firmes, algo pesadas entre mis manos, pero me encantan. Las tapas duras son un lujo, me digo, sobre todo ahora que estos libros se están volviendo a poner tan caros...

Estoy leyendo La Sombra del Viento, y me doy cuenta de que presto atención a lo que Zafón intenta contarme en cada frase, en cada breve párrafo. Leo, atenta, devorando páginas, un hambre voraz que me hace querer saber qué pasará en la página siguiente, y en la siguiente, y en la que sigue a ésta... 

Y lo que me hace llorar es sentir. La simple sensación, el poder ser consciente de lo que mis manos están tocando y de lo que mis ojos están leyendo, que se procesa en mi cabeza sin divagar, sin empezar a soñar con otros mundos ajenos a este, ajenos al libro, soñar con mundos fantásticos que ojalá existieran más allá de mi imaginación sobredesarrollada.

Acostumbrada a que mis sentidos se hayan adormecido con los años, que mi vida se haya convertido en El Día de la Marmota y que mi único color haya sido el de sueños que me han robado la vida (o salvado, según se mire), darme cuenta de algo tan simple como estar presente se vuelve un regalo que seguramente no olvidaré, y que, desde ahora, tendré que relacionar con las palabras de un gran escritor y las vivencias de un joven Daniel Sempere. Tal vez este sea el nacimiento de un nuevo libro favorito… aún no puedo decirlo.

La capacidad de estar despierta, de atender, es algo que nunca creí que me devolvería mi mente. Parece que todo está volviendo a su sitio, aunque tal vez las piezas nunca vuelvan a encajar del todo, pero será suficiente mientras pueda leer sin perderme nunca más.

Naiara Lorente Merino

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (primera parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (primera parte)

Madrid, jueves por la noche. Mediados de un mes cualquiera. En uno de los platós más importantes de la capital española destellan las luces. El público rompe a aplaudir. Aparece el presentador; un hombre de mediana edad, barba caoba y cabello cano que saluda a la cámara y se aproxima al centro de la estancia. Sus pequeños ojos brillan detrás de las gafas y su sonrisa es cercana. El suyo es uno de los rostros más conocidos de España. La cámara enfoca a la audiencia para regresar en seguida a él, que no duda en tomar la palabra.

— ¡Buenas noches! Hola, hola, ¿qué tal? ¡Bienvenidos al Hormiguero! —Contempla al público, inseguro de pronto—. Estoy nervioso, que lo sepáis. Me da bastante vértigo decir que nuestro invitado de hoy…

Vuelve a dudar. Los espectadores comienzan a mostrarse inquietos: a diferencia de otras veces, ha habido un cambio de planes y se ha mantenido el anonimato de la persona que va a ser entrevistada en escasos minutos por el famoso Pablo Motos. La tensión se condensa en el ambiente.

— En fin, no importa cómo lo diga, la verdad os va a dejar locos, así que sentaos bien, no vaya a ser que os caigáis del susto. —La música cambia repentinamente, y comienza a escucharse de fondo una melodía de suspense—. Señoras y señores, niñas y niños, tengo el extraordinario placer de presentaros a… —Se interrumpe de golpe; el público se queja—. Bueno, claro, qué despistado estoy (y no me extraña), primero hay otra persona que nos ha hecho el inmenso favor de aceptar participar en el programa para ayudarnos con la… eh, entrevista. Él es un experto en el campo de la mitología clásica, el latín y un verdadero erudito del mundo romano, ¡demos un fuerte aplauso a…!

Y, en efecto, la acogida es tan calurosa que el nombre del historiador se pierde entre el clamor del público. Cuando el bullicio disminuye, la escena se centra en un anciano de complexión enjuta y barba y cabellos blancos pulcramente recortados que estrecha con firmeza la mano que le tiende el presentador. Bajo las indicaciones de Pablo, ambos se dirigen a la mesa que hay al fondo del set y toman asiento.

— Bueno, menuda noche, esta noche. ¿Cómo estás? ¿Cuáles son tus impresiones? Ah, antes de nada, muchas gracias por aceptar la invitación, es todo un placer tenerte aquí con nosotros. Tú sí estás enterado de lo que está pasando.

El hombrecillo sonríe.

— Sí, Pablo, saber quién está ahí fuera me está matando.

— El público está igual o peor que tú, pero en unos minutos lo sabremos.

— No veo el momento. Y entiendo tu incertidumbre al presentarlo, yo tampoco sé muy bien cómo hablar de un hombre que no debería ser real…

Se forma un repentino silencio cuando el público trata de descifrar estas palabras. Al percatarse de la situación que él mismo ha generado, el historiador se lleva las manos a la boca, a la par sorprendido y asustado.

— Vaya, creo que he hablado de más —acierta a decir.

Pero el presentador le resta importancia con un ademán.

— Ni yo mismo habría podido hacerlo mejor, es que no hay forma de describirlo. A ver, para que quede claro: lo que vamos a vivir esta noche es histórico, por lo que os pedimos paciencia y discreción. Esto va en serio. Hace unas pocas semanas apareció aquí, en España ni más ni menos, una de las estrellas más destacadas de la literatura latina… Vamos a hacer una cosa—y se dirige a la audiencia—, levantad la mano: ¿a cuántos de vosotros os suena el nombre de Eneas?

El público reacciona. Tanto a Pablo como al historiador les sorprende comprobar el número de manos que se han alzado.

— Bueno, pues ése es. El mismo Eneas, en carne y hueso, es nuestro invitado especial.

Continuará en el próximo post...

Leyre I. Avilés Canalejo

Un verano de finales de los 80

Un verano de finales de los 80

Verano de finales de los 80.

Él era un chico de ciudad, con una conciencia revoltosa que lo llevaba a viajar entre las páginas de los libros de historia, los grandes filósofos y las más bellas poesías.

Ella, que siempre había vivido en el campo, buscaba allá dónde iba un amor de verano como el de Beatriz y Pancho en Verano Azul.

Él escuchaba Bobby Jean, mientras, aún sin saberlo; ya pensaba en ella.

Te quiero de Hombres G sonaba en el radiocasete cuando ella le imaginaba a él.

Pero entonces, ella y él se encontraron en ese pequeño pueblo en el que ella pasaba inviernos de heladas, y veranos de solana; y al que él solo regresaba cuando el calor de la ciudad se le hacía insoportable.

Ella siempre había estado ahí iluminándolo todo, y él siempre había revoloteado alrededor del halo de luz que ella desprendía, sin un rumbo fijo. Se habían visto, pero nunca se habían mirado. Pero el día que lo hicieron… desde entonces no pudieron mirar a otro lado.

Besos en los bancos del parque, rutas en bicicleta y noches de confidencias en algún poyete. Encontraron en el otro aquello que cantaban sus artistas favoritos, ese amor que habían anhelado siendo aún desconocido.

Sin embargo, tan rápido como llegó, ese verano se fue. Él volvió al ruido y al asfalto, y ella se quedó, a esperar el estío una vez más.

Comenzaron entonces las cartas, las llamadas en las cabinas telefónicas, las cintas dedicadas y fue entonces también cuando entraron los libros.

Él, un chico de letras, quería trasmitirle a ella todo lo que sentía con los libros. Ella quería conocer todo lo que al otro le gustaba. “Ojalá poder llevarte yo mismo una rosa con tu nombre. Con amor, M.A”, decía la dedicatoria del primer libro que él le regaló, El nombre de la rosa.

Así fue como la pila de libros que se acumulaba en la estantería de él fue disminuyendo conforme el papel y la tinta que le escribía a ella aumentaba. Fue así también, como la mesa de estudio que a ella no le habían dejado usar, fue llenándose de historias gracias a él.

Los años pasaron, Mecano dejó paso a Eros Ramazzotti y las llamadas en las cabinas se convirtieron en conversaciones a los pies de la cama. Las noches ahora consistían en leer la historia que el uno le había recomendado al otro el día anterior; las tardes, en ordenar esa estantería con la que tanto soñaban y darse cuenta de que no les cabían todos los libros que tenían en una sola.

Pero, de repente, se despertaron de este sueño de verano para soñar juntos unas nuevas noches, unas en las que ya no se acostaban a las tantas leyendo el nuevo libro de Almudena Grandes, sino que se metían a las nueve en dos pequeñas camas a leer cuentos de princesas y dragones, y a inventar historias de hadas que se escondían por cada rincón. Fue entonces cuando la estantería se llenó de libros de colores, el frigorífico de poesías y la biblioteca en el mejor plan para un sábado por la tarde.

Cada día, la casa se llenaba de nuevas historias, tanto reales como ficticias. Las pequeñas crecieron y se llevaron con ellas cada una de estas, dándose cuenta de que siempre que las tuvieran no estarían solas, que solo tendrían que volver a las páginas o a los recuerdos para encontrarlos a ellos.

“El amor es compartir aquello que amas y tu padre me dio el mejor regalo al mostrarme cómo podía conocer el mundo sin necesidad de moverme si quiera de sus brazos”.

Beatriz Lara Patiño