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De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (primera parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (primera parte)

Madrid, jueves por la noche. Mediados de un mes cualquiera. En uno de los platós más importantes de la capital española destellan las luces. El público rompe a aplaudir. Aparece el presentador; un hombre de mediana edad, barba caoba y cabello cano que saluda a la cámara y se aproxima al centro de la estancia. Sus pequeños ojos brillan detrás de las gafas y su sonrisa es cercana. El suyo es uno de los rostros más conocidos de España. La cámara enfoca a la audiencia para regresar en seguida a él, que no duda en tomar la palabra.

— ¡Buenas noches! Hola, hola, ¿qué tal? ¡Bienvenidos al Hormiguero! —Contempla al público, inseguro de pronto—. Estoy nervioso, que lo sepáis. Me da bastante vértigo decir que nuestro invitado de hoy…

Vuelve a dudar. Los espectadores comienzan a mostrarse inquietos: a diferencia de otras veces, ha habido un cambio de planes y se ha mantenido el anonimato de la persona que va a ser entrevistada en escasos minutos por el famoso Pablo Motos. La tensión se condensa en el ambiente.

— En fin, no importa cómo lo diga, la verdad os va a dejar locos, así que sentaos bien, no vaya a ser que os caigáis del susto. —La música cambia repentinamente, y comienza a escucharse de fondo una melodía de suspense—. Señoras y señores, niñas y niños, tengo el extraordinario placer de presentaros a… —Se interrumpe de golpe; el público se queja—. Bueno, claro, qué despistado estoy (y no me extraña), primero hay otra persona que nos ha hecho el inmenso favor de aceptar participar en el programa para ayudarnos con la… eh, entrevista. Él es un experto en el campo de la mitología clásica, el latín y un verdadero erudito del mundo romano, ¡demos un fuerte aplauso a…!

Y, en efecto, la acogida es tan calurosa que el nombre del historiador se pierde entre el clamor del público. Cuando el bullicio disminuye, la escena se centra en un anciano de complexión enjuta y barba y cabellos blancos pulcramente recortados que estrecha con firmeza la mano que le tiende el presentador. Bajo las indicaciones de Pablo, ambos se dirigen a la mesa que hay al fondo del set y toman asiento.

— Bueno, menuda noche, esta noche. ¿Cómo estás? ¿Cuáles son tus impresiones? Ah, antes de nada, muchas gracias por aceptar la invitación, es todo un placer tenerte aquí con nosotros. Tú sí estás enterado de lo que está pasando.

El hombrecillo sonríe.

— Sí, Pablo, saber quién está ahí fuera me está matando.

— El público está igual o peor que tú, pero en unos minutos lo sabremos.

— No veo el momento. Y entiendo tu incertidumbre al presentarlo, yo tampoco sé muy bien cómo hablar de un hombre que no debería ser real…

Se forma un repentino silencio cuando el público trata de descifrar estas palabras. Al percatarse de la situación que él mismo ha generado, el historiador se lleva las manos a la boca, a la par sorprendido y asustado.

— Vaya, creo que he hablado de más —acierta a decir.

Pero el presentador le resta importancia con un ademán.

— Ni yo mismo habría podido hacerlo mejor, es que no hay forma de describirlo. A ver, para que quede claro: lo que vamos a vivir esta noche es histórico, por lo que os pedimos paciencia y discreción. Esto va en serio. Hace unas pocas semanas apareció aquí, en España ni más ni menos, una de las estrellas más destacadas de la literatura latina… Vamos a hacer una cosa—y se dirige a la audiencia—, levantad la mano: ¿a cuántos de vosotros os suena el nombre de Eneas?

El público reacciona. Tanto a Pablo como al historiador les sorprende comprobar el número de manos que se han alzado.

— Bueno, pues ése es. El mismo Eneas, en carne y hueso, es nuestro invitado especial.

Continuará en el próximo post...

Leyre I. Avilés Canalejo

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