De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (cuarta parte)
— Eneas es el hijo del mortal Anquises y la diosa Venus, claro está —dice el historiador.
El aludido, que hasta el momento estaba enfrascado en la contemplación de una de las tazas con el logo del Hormiguero que hay sobre la mesa, clava sus ojos en él al reconocer los nombres claves. Incapaz de mantener el contacto visual, el historiador parpadea, azorado.
— Esa es la diosa del amor y la belleza, ¿no? —sigue Trancas, y se gira hacia Eneas—. Caray, pues claro, con esa madre no me extraña su apariencia.
— Sí, pero yo soy más guapo —dice la otra hormiga—. Oye, hay una cosa que no entiendo: si Eneas fundó… funda, no, fundará (jo, qué lío) Roma, siendo un semidiós, ¿significa eso que los romanos son “divinos”?
El historiador se rasca la barba, pensativo.
— Eso nos quería hacer creer Virgilio… No lo sé, la verdad, es todo tan insólito que aún no me lo creo. Lo que suponíamos hasta ahora es que el autor escribe la Eneida como propaganda política a favor del emperador Augusto, que se considera descendiente de Iulo o Ascanio, hijo de ese señor de ahí… Uff... La historia de la Eneida lo legitimaría como emperador… ¿Qué pasa?
Las cámaras dejan de enfocarlo para centrarse en Pablo y Eneas, que de disputarse la taza han pasado a jugar a una especie de calienta-manos bastante divertido que ha dejado de serlo cuando Pablo no ha tenido los suficientes reflejos para apartarse a tiempo del brazo de la justicia de Eneas. Le lagrimean los ojos por el dolor y se masajea la mano antes de decir:
— Perdón, perdón, hemos tenido un pequeño encontronazo aquí, nada serio. Esto es fascinante, ¡qué fuerza la suya, señor Eneas! —mira al escolta—. ¿Cómo se dice en latín? ¿Brutus totalus? —Al escucharlo, el historiador esboza una mueca que solo captan las cámaras. Pablo se dirige a él—. Entonces, ¿qué piensan los romanos de descender de un exiliado político que huye de la guerra?
— Pues curiosamente mucho orgullo, porque para ellos no es una desgracia; es el supuesto fundador de la gloriosa ciudad de Roma...
— Pero —interviene Barrancas—, este Eneas, ¿ha fundado la ciudad o la va a fundar?
— ¡Podemos pedirle al propio Eneas que nos cuente su historia! —exclama súbitamente Pablo, como si hasta entonces no se hubiera percatado de que esa es la razón por la que están allí. Por primera vez, el público ríe con ganas.
— Eso ya lo hizo Dido —masculla el historiador, pero nadie le hace caso.
— Eso sí, a ver cómo nos hacemos entender… Tú no hablas español, ¿verdad? —le dice el presentador al escolta—, solo lo entiendes.
El guardaespaldas le dedica una sonrisa que no compromete a nada.
— Si lo viera Virgilio se caería tieso al suelo del susto, seguro —reflexiona en alto Trancas, observando cómo el héroe analiza minuciosamente la taza, a partir de ahora de su propiedad, porque Pablo no piensa seguir arriesgando su integridad física por ella.
— Ese hombre lleva siglos criando malvas —apunta Barrancas—. Como también él aparezca por la puerta soy yo quien acaba bajo tierra, ya verás.
— Nos da un soponcio a todos —confirma el presentador.
— Que, por cierto —sigue Trancas—, no sé si lo sabéis, pero la palabra soponcio viene del latín; sopio, que significa según la RAE—coge aire, y recita sin pausas—: órgano-masculino-que-comparten-el-hombre-y-algunos-animales-que-sirve-para-miccionar-y-copular.
— Vamos —sigue la otra hormiga—, la minga, la manguera, el garrote, el pajarito, la anaconda, la pilil…
— Bueno, vale ya las dos, ¿no?
— En fin —concluye Trancas—, que los romanos hacían dibujitos de ese estilo y dicen las malas lenguas que las señoritas al verlo se asustaban tanto que hasta se desmayaban.
— Esa es solo una teoría —interviene el historiador—. La palabra soponcio viene de la mezcla entre subitus y responsio. De la primera acaba evolucionando sopetón, y respecto a la segunda, se refiere a la reacción del cuerpo frente a algo morboso. Otra explicación posible es que se origine con la expresión sub Poncio Pilato mucho más adelante, cuando el juez se lavaba las manos y el reo se desmayaba porque se entendía que lo iban a condenar.
— Pues que yo sepa hay un grafiti de un sopio en Pompeya —sigue la primera hormiga, un poco molesta.
Continuará en el próximo post...
Leyre I. Avilés Canalejo
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