VIAJE AL INFINITO
Mi primer viaje fue a un lugar mágico y misterioso, lleno de princesas y hadas, de flores que desprendían aromas que no podías encontrar ni en el más exótico de los jardines, de ogros con aliento oxidado por el tiempo y el rencor, y pequeñas criaturas que rozaban mi piel con su vuelo fugaz y ligero. Recorrí estas tierras acompañada por un pequeño ratón que decía ser escritor, muy temeroso de todo lo exterior, pero con el mayor espíritu aventurero que he encontrado jamás.
De esto han pasado ya demasiados años y, de alguna manera, aquel extraño ratón dejó de invitarme a sus viajes. Su última invitación llegó justo en aquel horrible momento en el que descubrí lo que era sufrir por amor, o, mejor dicho, cuando entendí que, con un lenguaje anticuado y palabras tiernas, el amor más puro podía llevar a la más grave de las tragedias. ¿Acaso puede alguien librar a los enamorados de despedirse con sangre, dejándose en su inevitable final hasta el último aliento?
Aunque estaba segura de que jamás podría recuperarme de aquello, llegó entonces cierto chico con gafas y una cicatriz en la frente para enseñarme que, entre todo ese dolor que podía sentir en la mundanidad del día a día, todavía existía un pasadizo secreto a un mundo lleno de magia, donde podías ser como quisieras ser. En ocasiones, nos encontramos por el camino con personas que no nos respetan tal y como somos, pero es justo ante estas personas cuando debemos defender nuestros valores, mantenernos seguros en ellos. Esta es la única manera de llegar a entender cuál es nuestro propósito en este (u otros) mundos.
Un tiempo después de mi rescate, me di cuenta de que mis amigos estaban viajando a lugares más serios, más tangibles, más de… Sí, más de adultos. A pesar de que yo disfrutaba de mis viajes con aquella gente extraña que habitaba los libros que leía, algo en mí me dijo que quizá debería emprender otros rumbos. Así fue como acabé en una tierra remota llamada Macondo, donde viví por primera vez con una familia muy diferente a la mía, con costumbres distintas y aficiones dispares. Pude conocer lo que eran la guerra, el hambre, la necesidad. Entendí el odio, el amor, la tristeza, el sentido de pertenencia y el sentimiento del apátrida, y volví a mi casa en aquel largo tren cuyo recorrido parecía no acabar nunca y cuyo destino parecía ir marcándose a merced del paso del tiempo.
Los libros, como si se tratase de un gran consejero o la personificación del futuro que nos aguarda, me han preparado para vivir sintiendo al máximo, para exprimir cada vivencia hasta que sobren adjetivos para definirla.
María García Flores
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