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De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (segunda parte)

De la importancia de la escritura y la lectura: reflexión a través del decimotercer viaje de Eneas (segunda parte)

Desde el otro lado del escenario la gente se ve incapaz de procesar la información. Se escucha una carcajada solitaria, pero nada indica que todo sea un montaje. Pablo asiente, y, con tal de aligerar los ánimos, se pone en pie para introducir al personaje causante de tal desconcierto. De fondo comienza a sonar la música de la película producida en su honor, pero pocos la reconocen, y los que lo hacen no captan la ironía. El panorama general es incierto. Pronto se genera un silencio de suspense: nadie aparece en plató. El historiador carraspea.

— Si no te importa ponernos en contexto histórico… —le pide Pablo, contrariado, sentándose de nuevo.

— Eh, sí, bien. La historia de este apasionante hombre se cuenta en la Eneida, que fue escrita por Virgilio ¡hace más de veinte siglos! Son doce cantos (ahora trece, supongo), dedicados a los viajes que realizó el héroe por mar tras la caída de Troya, antes de fundar Roma…

De súbito se escucha un alboroto procedente de un lateral del set, voces alarmadas y pasos apresurados. Y entonces, aparece.

Es imponente. Viste los ropajes característicos de su época, aunque no lleva armas ni casco, y su actitud es defensiva y atónita, más propia de un lunático que de un héroe. Lo observa todo con una curiosidad casi absurda: sus movimientos bruscos y certeros delatan que es un diestro guerrero, o, al menos, rápido, e increíblemente ágil. Lo acompaña un escolta de mirada intimidante y semblante serio. Por algún motivo desconocido, el visitante de la Antigüedad parece respetarlo, como si encontrara en él el ancla que necesita para evitar perderse en las profundidades de un mundo que no reconoce como suyo.

Al punto, el historiador pierde la capacidad del habla y comienza a balbucear. Se le agrandan los ojos y se inclina sobre la mesa, como si así pudiera observar mejor, asimilar lo que está viviendo. El propio Pablo traga saliva con fuerza. Es el público quien sigue sin comprender, aunque aguarda en silencio una explicación coherente que, desde luego, nunca llega.

Eneas se sitúa bajo los focos. Frunce el ceño y se tapa el rostro haciendo de visor con la mano. Le pregunta algo a media voz a su escolta, que resulta indescifrable. Ha hablado en latín. Un latín de acento marcado, pronunciado con soltura por una voz grave, autoritaria. Transcurren los segundos: en un momento dado, cuando deja de sentirse expuesto al verse rodeado por tanta gente, Eneas repara en una de las cámaras, y, en un par de zancadas, se coloca delante, la agarra con sus manazas y la zarandea con violencia, acercando tanto su rostro que su nariz deja una huella en el cristal. El técnico suelta una exclamación de sorpresa, y en seguida varios brazos intentan apartarlo de allí. Él se resiste, alterado, y empuja a una persona con tal ímpetu que la lanza al suelo. Entonces interviene el escolta, y le habla en su idioma con parsimonia. Eneas gruñe, pero obedece, y se aleja para sentarse junto al historiador, que lo contempla boquiabierto.

— ¿Qué le ha dicho? —pregunta Pablo una vez repuesto de la impresión. Al ver que el escolta no responde, se dirige al historiador—: ¿Qué le ha contado para que pare?

El pobre hombre abre y cierra la boca un par de veces antes de articular palabra.

— Le-le-le-le ha explicado que la cámara es un invento de los dioses, y que Juno observa el mundo de los mortales desde allí…

— Ha sido intenso, desde luego. En casa habrán tenido una introducción en primer plano, si me permitís el chiste.

La risa de la audiencia es forzada, pero, de hecho, en todas las televisiones donde se reproduce el programa, en el faldón informativo al pie de la pantalla se puede leer: Eneas se desvía a nuestro tiempo y espacio “sin querer” en otro más de sus viajes.

La historia es real.

Continuará en el próximo post...

Leyre I. Avilés Canalejo

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