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VIVIR A TRAVÉS DE LAS PALABRAS

VIVIR A TRAVÉS DE LAS PALABRAS

No recuerdo cuando conocí a Ascanius, me refiero a la fecha, el lugar y la ocasión. En las últimas semanas he intentado recuperar algún recuerdo, pero sin éxito. Desde luego han pasado muchos, muchísimos años. A decir verdad, me impresiona pensar que ha transcurrido casi medio siglo desde que encontré su diario, y con ello, su poesía de despedida.

Recuerdo perfectamente aquella tarde de septiembre, unos pocos días después de la destrucción de Pompeya. En cuanto supe de lo sucedido, me uní a la expedición de rescate de los supervivientes, organizada por los sabios de Neapolis. Cuando llegué al taller donde trabajaba Ascanius durante los veranos, quedaban solo recipientes de cerámica que contenían ungüentos. A pesar del duelo y la tristeza por la pérdida de mi amigo, me sorprendí mucho al ver que una de aquellas vasijas contenía su diario. Se trataba de un volumen que no podía pasar desapercibido, no solo por las dimensiones, pues pesaba bastante, sino también por la tapa de color ocre, probablemente obtenida de la piel de un jabalí. 

En aquel momento, me entraron muchas ganas de leerlo, tenía la certeza de que en aquellas páginas se hallaba algo muy importante. Incapaz de contener la curiosidad, decidí leer en voz alta los pensamientos de Ascanius con el propósito de honrar su memoria. Al principio me sentía emocionada, pero también un poco desorientada. Poco a poco empecé a experimentar una especie de unión personal con el libro, doblando los márgenes de las páginas que más me gustaban. Entre las varias entradas me llamó la atención una en particular, fechada el 24 de agosto, el día que cambió la historia de miles de personas para siempre. Me sumergí completamente en la lectura, olvidándome gradualmente del entorno que me rodeaba, sintiendo una conexión emotiva con mi amigo y los eventos que contaba. Años después de este descubrimiento de su diario, sigo leyendo en voz alta su historia, para que su recuerdo perdure en la eternidad y me gustaría compartirlo hoy con ustedes:

24 de agosto del año 79 d.C. Pompeya, en proximidad del Vesubio. Dies clarus et Mane (por la mañana).

Debo admitir que en los anteriores dias no ha ocurrido ningún evento celeste que merezca mención en mis manuscritos. De hecho, tampoco ha habido mucho trabajo en el taller del maestro. He oído algunos clientes decir que los prados más allá de la ciudad han empezado a temblar. Los vecinos de Herculano, más cautos, han provisto de comida sus barcos. Un poco antes de mediodía el maestro, el erudito Plinio el Viejo, me ha dejado solo en el taller. Su sed por el conocimiento lo llevó al norte de la bahía, quería comprobar con sus propios ojos las voces de los transeúntes.

Meridies (mediodía).

Una lluvia repentina ofuscó de improviso el siniestro brillo del aire. Con estupor noté que no se trataba de gotas de agua, sino de pequeñas piedras de material poroso. Los techos de las casas parecían ofrecerse de manera espontánea como sacrificio a la extraña lluvia, mientras las ramas de los árboles se doblaban bajo el peso de aquellas piedrecitas caídas del cielo.

El sol perdió su aspecto de fuego, cediendo el paso a la oscuridad. ¿Qué pasaría si dejara que mis ojos se cerrasen? Las palabras de mi madre llenas de gloria siempre me sonaron vacías, sobre todo cuando ahora busco la salvación en esos cielos. Me tumbo en el polvo, pues no quiero engañarme a mí mismo con mentiras que pronto serán borradas por las llamas. Con mi último aliento escribo estos versos, mientras oigo el llanto incesante de la ciudad.

Nubes oscuras aplastan las colinas

Mis pulmones se llenan de cenizas ardientes

No existe distracción que pueda ocultar la realidad

Las paredes de nuestra querida ciudad se tumban

Perdóname por mis pecados, libera mi alma del presente

La tierra se burla de nuestras alas de carne y hueso

Estrecho la mano con las tinieblas de mis pensamientos

Entonces imagínate que tú y yo vivimos felizmente para siempre

Estas son las últimas palabras de mi amigo. Al menos él consiguió despedirse con ellas, quizás consciente de que su lectura permitiría conectar con su historia a todos aquellos que las escucharan. Ese es uno de los poderes de la escritura y de la lectura, hacer visibles a los que ya no están con nosotros. Espero que hayan disfrutado de su lectura, tanto como yo disfruté al encontrar ese viejo diario. 

Eleonora Perín.

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