ENTREVISTA AL PROFESOR ANTONIO CASTILLO GÓMEZ
Entrevista realizada al Prof. Dr. Antonio Castillo Gómez sobre su último libro El placer de los libros inútiles y otras lecturas en los Siglos de Oro (2018).
Antonio Castillo Gómez es Catedrático de Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad de Alcalá, desde donde también dirige el Seminario Interdisciplinar de Estudios sobre Cultura Escrita (SIECE) y el Grupo de Investigación de Alto Rendimiento LEA (Lectura, Escritura y Alfabetización).
Entre sus publicaciones destacan Escrituras y escribientes: prácticas de la cultura escrita en una ciudad del Renacimiento (1997), Historia mínima del libro y de la lectura (2004), Entre la pluma y la pared: una historia social de la escritura en los Siglos de Oro (2006) y Leer y oír leer: estudios sobre la lectura en los Siglos de Oro (2016). Además, sus obras han sido traducidas a diferentes idiomas como el francés, el italiano, el inglés, el catalán o el portugués. Para conocer mejor sus publicaciones os remitimos a la Página Web del SIECE y DIALNET.
A lo largo de su trayectoria ha recibido diferentes premios y distinciones, el último ha sido el Premio a la Excelencia Investigadora en Ciencias Humanas y Sociales concedido por la Universidad de Alcalá en el año 2020.
En primer lugar, profesor, ¿qué quiere expresar con la sentencia del título: “el placer de los libros inútiles”?
La idea de los “libros inútiles” la tomé de la obra De bene disponenda bibliotheca (Madrid, 1631), de Francisco de Araoz. Este texto se inscribe en el género de los libros sobre libros, muy de moda en aquellos tiempos. En ellos se prescribían las obras que debían componer la biblioteca de quien pretendiera ser considerado/a culto/a, al tiempo que se daban consejos sobre el modo de ordenarla conforme al valor que se asignaba entonces a las distintas materias. Para este autor y otros como él, entre las menos relevantes estaban las “historias fantásticas”, esto es, las obras de ficción y entretenimiento, que consideraba “inútiles” porque de ellas no se derivaba un saber práctico. No obstante, reconocía que podían servir para distraerse siempre que no fomentaran “ningún desenfreno”. Dado que el objeto de mi libro son las lecturas corrientes (desde las novelas de caballerías a las relaciones de sucesos, las gacetas o incluso los pasquines y los anuncios publicitarios), me pareció que dicha expresión venía como anillo al dedo.
¿Por qué cree que la obra del Quijote sirve como hilo conductor de diferentes pasajes que observamos en su obra?
El Quijote, además de otras muchas virtudes, ofrece un excelente fresco de la realidad que vivió Cervantes. Lo he utilizado en este libro, al igual que en otros de mis trabajos, porque contiene imágenes muy oportunas sobre usos y significados de la cultura escrita en los siglos XVI y XVII. Por un lado, como obra de ficción nos acerca principalmente a las representaciones del escrito, es decir, al papel que Cervantes asigna a la escritura y a la lectura o a la participación de estas en el desarrollo de la novela. Por otro, si contrastamos las numerosas referencias quijotescas con lo que sabemos por otro tipo de textos de la época o por la documentación de archivo, se percibe la utilidad que tiene la obra para conocer distintos aspectos de la cultura escrita en los Siglos de Oro. En el caso de la lectura nos desvela muchas maneras de efectuarla, desde la solitaria y ensimismada que practica Alonso Quijano a la comunitaria en voz alta de los segadores que se hospedaban en la venta de Juan Palomeque el Zurdo. Este pasaje, en concreto, ha sido estudiado por diversos autores y algunos lo han considerado inverosímil por el elevado analfabetismo de la época. Sin embargo, diversas investigaciones con fuentes de archivos, especialmente inquisitoriales, han mostrado su verosimilitud, pues está perfectamente documentado que la lectura en alta voz era bastante habitual. Además de una forma de distracción y sociabilidad, entre los analfabetos, como el mundo rural manchego que Cervantes retrata en el Quijote, sirvió para que pudieran conocer ciertas obras oyéndolas. Por eso, como he mostrado en otro de mis libros – Leer y oír leer. Ensayos sobre la lectura en los Siglos de Oro (2016) –, cuando tratamos de conocer cómo, qué, quiénes y dónde se leía en aquellos tiempos es necesario tener en cuenta esa diversidad de formas, espacios y sentidos de la lectura, desde su expresión erudita hasta otras modalidades más corrientes.
¿Por qué es importante la figura del pintor Antonio de Puga durante los Siglos de Oro?
Su mayor o menor importancia es algo que deben sopesar los/as historiadores/as del arte. Personalmente me interesa porque algunos de sus cuadros se alejan de la norma dominante y manifiestan un interés por la vida cotidiana que no aparece en muchos pintores del Barroco español, muy deudores de la Contrarreforma. En el caso concreto del cuadro que reproduzco en el libro, Sopa de pobres, lo que me llamó la atención es el cartel que aparece pegado en el muro. Este detalle -un indicio, conforme a las tesis de Carlo Ginzburg - permite ver que dichos productos de comunicación eran más normales de lo que pensamos, pese a que no se hayan conservado muchos ejemplares en archivos y bibliotecas. Esto último no debe sorprendemos pues hoy día sucede lo mismo con muchos carteles, panfletos y productos similares, sobre todo con aquellos que se distribuyen sin depósito legal.
¿Por qué son importantes los lectores callejeros durante los siglos XVI y XVII?
No se trata tanto de que sean importantes o no, sino que nos acercan a situaciones de lectura y a lectores que normalmente quedan en los márgenes de la historia y de la literatura. Cuando pensamos en la lectura tendemos a fijarnos más en la que se realiza sobre libros, en los lectores cultos y en formas de leer que acontecen en espacios cerrados, principalmente en el despacho personal o en la biblioteca. Al poner el foco en estas situaciones y en esos lectores olvidamos muchos otros textos que circulaban (y circulan) a diario por la calle. Por eso me detengo en este lugar, en las prácticas de lectura desarrolladas ahí y en las personas que de pronto escuchaban leer un bando de la autoridad, se paraban delante de un edicto o de un anuncio publicitario para leerlo o formaban corrillos donde se leían gacetas y relaciones con las noticias de actualidad (como si fueran los periódicos de hoy día) y hasta pasquines.
Durante toda la obra, explica en algunas ocasiones, que hay diferenciación entre la Historia de la lectura y la Historia de la literatura, pero ¿tienen alguna similitud entre ellas?
Hablo de diferencias porque, en mi opinión, la Historia de la Literatura se enfoca mucho a los autores, las obras, estilos y corrientes literarias establecidos por ciertos sectores académicos; pero muy a menudo se olvida de la lectura, que es uno de los fines principales, si no el principal, de todo texto, sea literario o no. Partiendo de esta idea mi propuesta es que la Historia de la Literatura y la Historia de la lectura deben confluir en mayor medida: primero, porque no podemos renunciar a quienes en cada momento dan verdadero sentido a los textos, es decir, a los lectores y a las lectoras; y segundo, porque debemos también considerar que la producción textual de cada época trasciende algunos de los textos que integran el patrimonio literario de nuestra cultura. Si el destino principal de un libro es ser leído, ¿por qué la Historia de la Literatura se olvida tan a menudo de la lectura y de los/as lectores/as? Recordemos a este respecto que Jorge Luis Borges presumía más de lo que había leído que de lo que había escrito, como afirmó en los primeros versos de su poema «Un lector» (Elogio de la sombra, 1969), verdadero testigo de su pasión por la lectura: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído». Algo de esto es lo que pretendo señalar cuando sostengo que la Historia de la Literatura no puede dar la espalda a la Historia de la lectura.
Por último, profesor, ¿cómo surgió la idea de escribir este libro?
En realidad, el hecho de escribirlo fue fruto del encargo que el Servicio de Publicaciones del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (hoy Editorial CSIC) me hizo a finales de 2018 para que impartiera la conferencia del Día del libro de 2019. Al pensar en el tema inmediatamente quise enmarcarlo en los trabajos que vengo realizando desde hace unos años en torno a la cultura y la comunicación escrita en los Siglos de Oro. Por un lado, quise incidir en formas de leer y en textos ajenos a los cánones habituales en los estudios sobre el libro y la lectura, de ahí la atención a la circulación y apropiación de hojas sueltas y todo tipo de textos «menores» en la calle y en otros espacios similares. Y por otro, me interesó proceder de este modo porque así podía acercarme a la recepción y consumo de esos textos por parte de lectores y lectoras comunes, indagando expresamente en las clases subalternas, que son las que más interés me despiertan. Como historiador, entiendo que la Historia debe restituir las voces de todos y de todas con independencia de la edad, la clase social, la condición sexual o la etnia. Enfocarse en quienes han sufrido y sufren diferentes formas de marginación es casi una obligación frente a tantos otros estudios volcados en las elites. Incluso diría que puede ser un acto de justicia histórica e historiográfica.
Gracias, profesor.
Entrevista realizada por Alma Jaraiz.
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