YO TENÍA UN DIARIO
Otro estúpido y aburrido día se avecina, qué pereza me dan las clases de Gema. Me cae bien, pero nos llena la cabeza con tonterías que no tienen que ver con la asignatura. Llego tarde, como siempre, con una fruta en la mano porque no me ha dado tiempo a comer. Empiezo a bajar las escaleras corriendo intentando coordinar mis piernas cuando de repente… ¡PAM! Menudo golpe me he llevado, he bajado dos escalones de culo. Pero no te creas que ha sido culpa mía únicamente, me he tropezado con un libro. Y no uno cualquiera de lectura, una libretita rosa muy bonita de purpurina y pegatinas de corazones, y un escrito en la primera página: Diario secreto de Rosa, ¡Juan no mires! Qué gracioso me ha parecido, no sabía que tenía una vecina pequeña llamada Rosa. Me ha recordado a mi infancia a todas las veces que intenté escribir diarios contando mis dramas de niña pequeña y que al final abandonaba porque la constancia no es lo mío.
He decidido que una caída por las escaleras es bastante excusa para no ir a clase y que Gema seguro que me perdona. He subido a casa y he dejado el diario en la mesa, he creído que una cosa tan privada no tendría que estar al alcance de cualquiera y que podría investigar en qué piso vive Rosa y dárselo después de las clases. Me he preparado un café y un poco de hielo para mi trasero y al sentarme en el sofá, ahí estaba el diario mirándome.
—A lo mejor si lo leyera un poquito podría descubrir de quién es… —intentaba convencerme a mí misma para saciar mi faceta de maruja de escalera.
—¡No puedes hacerlo! Un diario es algo privado y la niña podría sentirse ofendida si lo hicieras.
Después de esta conversación conmigo misma en voz alta, he encendido la televisión y daban «Mentes Criminales», así que me he quedado embobada un rato. De golpe, me ha empezado a sonar el reloj. ¡Vaya! Ya son las tres, hora perfecta para devolver el diario. Me he dirigido al 4C, con un poco de vergüenza, pero con toda mi buena fe. He tocado al timbre y me ha abierto una señora con pelo teñido de rojo y cortito, de unos cuarenta y largos años.
—Toma Rosa, creo que esto es tuyo. He visto tu nombre en la primera página y no creo que te apetezca que lo tenga alguien que no eres tú.
La señora ha puesto cara entre de preocupación y de alivio. Te preguntarás que cómo he sabido que esa mujer era Rosa. Pues de la misma manera que me he enterado de que cree que su marido la está engañando, que su hija ya no quiere que la llamen María sino «la Mari», que su novio, el Rulas, no termina de transmitirle confianza, y que pesa los tomates en el supermercado y luego pone algunos más en la bolsa para sentir algo de emoción en su vida. Si es que esto de escribir tus secretos en un diario es muy peligroso, alguien que no quieres puede encontrarlo y leerlo. Además, las cosas en papel ya están obsoletas, ahora se lleva más escribir lo que te pasa en plataformas de la web, como hago yo contigo «MiDiarioOnline», mucho más seguro, nadie puede acceder a una nube en la red, ¿o sí?
Alicia Moll.
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