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AEDO

OTROS TIEMPOS

OTROS TIEMPOS

Recuerdo cuando era niña oír leer a mi abuelo. Él leía murmurando, muy despacio, pronunciando cada sílaba con claridad, palabra a palabra hasta que terminaba una frase, y entonces la repetía en voz alta con más fluidez. Su gesto era de sorpresa, como si acabasen de darle una gran noticia, mientras que su voz sonaba a una mezcla de confusión y diversión. Cuando terminaba la frase, me miraba y sonreía, después continuaba con su lectura, que nunca se prolongaba más de unas cuantas frases de una noticia del periódico o las instrucciones de algún producto.

A medida que fui creciendo, y con ello leyendo con más fluidez, me di cuenta de que había algo extraño en su manera de leer. Yo avanzaba, cada vez leía libros más complejos y era capaz ya de leer en voz baja, pero él continuaba leyendo con la misma inocencia y timidez que poco a poco yo iba perdiendo.

Una tarde de verano hace ya muchos años, los dos estábamos sentados tranquilamente en la cocina mientras escuchábamos la radio. Él cogió una revista que estaba encima de la mesa y comenzó a leer el titular que aparecía en la portada. Entonces me armé de valor y le pregunté que por qué leía tan despacio. Él se paró y levantó la vista para mirarme, se quedo pensando durante unos segundos, buscando las palabras exactas. Entonces comenzó a explicarme que él no sabía leer de otra forma, que con once años había dejado la escuela, en su casa había necesidad y tuvo que ponerse a trabajar para unos albañiles portugueses que construían casas.  Yo le miré asombrada, pues no me imaginaba a alguien de mi edad dejando la escuela para trabajar en una obra, él al notar que estaba estupefacta me dijo: Cariño, eran otros tiempos.

Ahora que soy más mayor, y especialmente en estos días de incertidumbre, puedo llegar a entender esa frase. Uno tiene que vivir con las circunstancias que le tocan. Mi abuelo leía así porque no pudo estudiar, sus tiempos no eran los míos. Para un niño de una familia pobre en la Galicia rural no había muchas opciones. Lo que para mí resulta casi tan fácil como respirar, para él era un lujo. El leía para sobrevivir, para poder entender el mundo que le rodeaba, para no perderse… aunque si lo pensamos bien no es tan diferente de cómo leemos nosotros.

Nuestros abuelos conocieron un mundo que nosotros no, y por eso no debemos olvidar nunca que leer es un privilegio.

Fátima Permuy Valín.

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