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AEDO

Cuando era pequeño me gustaba imaginar que era un cazador de historias y misterios, allá a donde deambulaba llevaba conmigo un saco en el que iba recopilando aquellos objetos únicos en su especie. A veces tenía suerte y encontraba reliquias dignas del ajuar de un faraón, como un escarabajo pelotero verde que estaba perdido en el césped de mi vecina Luisa. Otras veces me encontraba objetos perdidos o abandonados, como un anillo, o una carta de amor… Mi singular actividad no tenía ningún propósito en especial, pero me gustaba recopilarlos y al final del día darles vida. Mi misterio favorito se llama Frany, un collar de gato rosa como las Betónicas silvestres que pertenecía a una gata siamesa llamada Mía, o eso me imaginé.

Sin duda tenía una necesidad de dar vida a las cosas olvidadas por el hombre, de darles un nombre y una historia, pues sus anteriores dueños se las habían arrebatado. Siempre tendré en mente un misterio que revolucionó mis esquemas, este ha sido mi preferido hasta el día de hoy y su historia, por supuesto, no tiene parangón. Un día lluvioso de octubre decidí dar una vuelta por mi querida ciudad en busca de algún que otro misterio, los días lluviosos eran peculiares porque la gente se desesperaba por huir de aquella inevitable naturaleza en estado apoteósico, los urbanitas en su intento de huida dejaban caer sin esmero alguna que otra cosa, que si se encontraban en el momento y el lugar idóneos se podían salvar. Ese día, volviendo a mi casa de la expedición vi a lo lejos algo oscuro debajo de un árbol, me acerqué y vi que era nada más y nada menos que un libro con encuadernación de cuero negro que pedía a gritos su salvación de aquella lluvia maltratadora. Cuando lo recogí me pregunté si tendría salvación, aunque estuviera debajo de un árbol, no se había salvado de las gotas que resbalaban por las hojas frondosas de aquel árbol.

En cuanto llegué a mi casa me dispuse a secarlo sin más demora. Tras la ardua tarea vi que tenía un ligero grabado en la portada, pero no era visible debido a que el cuero había perdido la forma debido al agua. En cuanto me dispuse a ojear su interior me di cuenta de que era un libro escrito a mano, sólo se podían leer algunas vagas palabras como «cuervo», «oscuridad» o «travesía», estas palabras no me ayudaban a saber su historia por lo que se me ocurrió apodarle Cuervo oscuro, las dos primeras palabras visibles que llamaron mi atención, muy acordes a su aspecto en cierto modo.

Al día siguiente entendí que el libro debía ser restaurado, ya que el agua no le había sentado bien a su cuero y a sus páginas, por lo que decidí buscar a algún librero o algún restaurador de libros que me pudiera ayudar. Tras un largo recorrido vi una pequeña tienda escondida en la esquina de una calle solitaria, me dispuse a entrar y el librero me recibió. Tras una breve conversación con el librero me aseguró que haría todo lo posible para salvarlo pero que no me aseguraba nada. La duda me carcomía, ¿de dónde había salido?, ¿era de algún famoso escritor o de un escritor amateur?, tal vez era el diario de algún o alguna joven que lo abandonaría al ver que empezaba a diluviar… No paraba de dudar y dudar, me llamaba en exceso su misterio y la necesidad de saber su historia o por lo menos si tenía algún título.

A los tres meses el librero me llamó, he identificado a tu libro, dijo, y como si de un nuevo compañero se tratase, corrí en su busca para saber su nombre. ¡Por fin!, me dije. Cuando llegué a la tienda le di las gracias al librero y le pagué lo debido, tras salir de la tienda me paré en seco y abrí la bolsa en la que estaba metido el libro, cerré los ojos con fuerza, quería que fuese una gran sorpresa, noté el tacto de cuero del libro, que era suave y mullido, e incluso olía a cuero nuevo. Rocé con mi palma su portada, su grabado poseía más definición de la que tenía antes. Entonces, abrí los ojos, Fate… encantado de conocerte al fin, Fate.

 

Iciar Payol Guerrero.

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