ESTIMADO D. ANTONIO...
Estimado D. Antonio:
Me ofrecieron, hace unos días, que le escribiera una carta para hacérsela llegar, pero entre unas cosas y otras, el tiempo ha pasado y, de pronto, me veo con la necesidad de que le tengo que escribir para contarle que nuestro amigo Fernando Ibáñez hace una semana que decidió emprender el último y el más largo viaje que puede hacer un ser humano.
¡Qué sencilla es la muerte, qué sencilla,
Pero qué injustamente arrebatada;
No sabe andar despacio y acuchilla
Cuando menos se espera su turbia cuchillada!
Quiero recordarle que, hace un año, Fernando le escribió una bonita carta en la que le hacía llegar su admiración por su gran obra. Había tenido la suerte de disfrutar viajando con su familia, hace mucho tiempo, a través de escenarios sorianos en donde usted, don Antonio, supo recrear su pluma. ¡Cómo se notaba a nuestro amigo que estaba disfrutando al describir sus vivencias! Porque Fernando escribía muy bien y, además, últimamente con una pluma preciosa, regalo de su familia por Navidad. Según él, era con pluma como realmente se tenía que escribir. Nada de bolígrafos y menos aún de ordenadores.
Ahora, sus amigos nos encontramos con que Fernando se ha ido sin despedirse de nosotros; demasiado deprisa, sin ser el momento. Y como sé que usted le va a ver muy pronto, necesito que le diga que cada tarde seguimos encontrándonos con su presencia en clase, en los pasillos y las escaleras de la Facultad, en la cafetería, y que no nos importaría que se comiera de nuevo las galletas que nos ponen con el café con leche… ¡Ojalá que pudiera hacerlo!
Antes de despedirme le ruego que cuando le vea, le entregue este mensaje (y disculpe que no sea obra suya, don Antonio):
A las aladas almas de las rosas,
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas.
Compañero del alma, compañero.
Atentamente,
Elisa Nuez Patiño.
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