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COPLAS CONTRA EL TIEMPO

COPLAS CONTRA EL TIEMPO

Anabel era una niña de 7 años muy alegre y risueña. Ese día se despertó emocionada porque por fin iban de viaje al pueblo de sus padres, Villamanrique. Después de las casi tres horas de viaje en coche, que a ella se le hacían como veinte horas, llegaron al pueblo. Aparcaron al lado de la casa de su abuelo, Modesto. Anabel llamó a la puerta con la aldaba. Siempre era ella quien llamaba. Abrió su abuelo.

—    ¡Moza! ¡Qué mayor estás!

Modesto siempre recibía así a su nieta. Se saludaron todos y metieron las maletas en casa. De comer, migas. ¿Qué mejor forma de llegar al pueblo? Luego Anabel se fue a jugar con Jorge, su hermano pequeño, mientras sus padres y su abuelo se echaban la siesta.

Pasado un rato, Anabel salió de su habitación a ver qué hacían los mayores. Su abuelo estaba en la mecedora leyendo.

—    ¿Qué lees, abuelo?

—    Este es mi poemario de Jorge Manrique, Anabel. ¿Sabes quién es?

—    No. ¿Quién es?

—    Jorge Manrique fue un poeta del siglo XV. Gracias a su padre, Rodrigo Manrique, nuestro pueblo hoy es independiente. Antes pertenecía al pueblo de al lado, ¿sabes? Se llamaba Belmontejo, pero en su honor le cambiaron el nombre a Villamanrique. Ambos vivieron aquí, y Jorge escribió unas preciosas coplas cuando su papá murió.

—    Hala, no sabía que este pueblo tuviera tanta historia, ¿y es eso lo que estás leyendo?

—    Sí, eso es. Me emocionan mucho las coplas que escribió, me recuerdan a los que ya no están. ¿Quieres que te lea un poquito?

—    Sí, porfi.

—    “Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando;

cuán presto se va el placer,

cómo después de acordado

da dolor,

cómo, a nuestro parecer,

cualquiera tiempo pasado fue mejor” —recitó Modesto. Anabel se quedó perpleja.

—    No has entendido nada, ¿eh?

—    La verdad es que no, pero suena bonito. Lees muy bien, abuelo.

—    ¿Sabes qué? Su casa aún está en pie en el pueblo, ¿quieres ir a verla? Es muy vieja, pero es la típica casa manchega, te va a encantar—. Modesto sabía que su nieta era muy curiosa y que le encantaban estas cosas, por lo que no se iba a poder resistir a esa oferta.

—    Pero, ¿cómo vamos a entrar?

—    Tu abuela vivió con su familia en una parte de esa casa cuando era niña. Como era muy grande, la dividieron en muchas partes para que la gente pudiera vivir allí. Su parte ahora es nuestra.

—    ¡Hala! ¿La casa de Jorge Manrique es nuestra? ¡Qué guay!

—    Sí, vamos antes de que se haga de noche.

Modesto y su nieta fueron al centro del pueblo. Resulta que la casa de Jorge Manrique era la casa grande que había al lado de los bares. Modesto abrió la puerta de fuera y la volvió a dejar cerrada.

—    Mira Anabel, este es el patio. Está muy desgastado por culpa de la humedad, pero es un patio típico manchego, con sus columnas y soportales.

—    ¡Qué bonito! Me gusta mucho. ¿Y cuál es nuestra parte?

—    Mira, ven por aquí.

Se dirigieron a la derecha de la puerta de entrada y abrieron otra puerta. La casa de su abuela tenía dos plantas. Era bastante grande para ser solo una de las muchas partes de esa casa.

—    Si esto solo es enorme, ¡ese tal Jorge vivía a cuerpo de Dios!

—    Sí, Anabel, es lo que tiene pertenecer a la nobleza. —dice Modesto, riéndose.

—    ¡Eh! ¿La bebé de esa foto de la pared soy yo? — pregunta Anabel al ver una foto de sus abuelos con una niña de pocos meses en brazos.

—    Sí, es una foto de tu bautizo. Tu abuela y yo pasábamos aquí mucho tiempo y decidimos poner aquí esa foto que nos mandaron tus padres.

—    Lo que menos me esperaba encontrar en casa de una persona famosa era una foto mía— dijo Anabel entre risas. —Oye, cuántos libros tienes aquí, ¿no? ¿Puedo mirar?

—    Claro.

Anabel se puso a rebuscar en la estantería, leyendo los títulos de los libros. Nada llamaba demasiado su atención, pero de repente creyó leer “Jorge Manrique” en un libro. Volvió la mirada y allí estaban: las coplas a la muerte de su padre de las que le había hablado su abuelo.

—    Abuelo, aquí tienes otra copia del libro de Jorge Manrique.

—    Ah, sí, no me acordaba. ¿Sabes que esa copia perteneció al padre de la abuela Isabel? Este libro tiene más años que yo y mira que soy mayor.

—    ¿En serio? ¿Cuántos años tiene?

—    Compruébalo tú misma.

Anabel abrió el libro, pasó una página en blanco y en la siguiente página descubrió que el libro fue impreso en 1918.

—    Abuelo, ¡si tiene casi 100 años!

—    Sí, es una reliquia… ¿Sabes qué? Te lo regalo. A partir de ahora te pertenece. Pero cuídalo bien y dentro de unos años léelo y seguro que ya lo entenderás.

Ese libro se convirtió en el mayor tesoro de la niña. Al volver a Madrid lo colocó en su estantería. Lo leía a pesar de no entender nada. Con ese libro fue perfeccionando su forma de leer, de recitar. Y cuando fue más mayor y estudió a Jorge Manrique en el instituto, lo volvió a leer y no solo lo entendió, sino que le emocionó tanto que se convirtió en su poema favorito. Su abuelo ya había fallecido unos años atrás, por lo que los versos de ese poema le recordaban a él enormemente. Gracias a su abuelo y a ese libro Anabel se convirtió en una amante de la lectura, y cuando recuerda a su abuelo lo lee para sentirle cerca.

Ana Isabel Nieto Alfaro.

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