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LA MUJER LECTORA

LA MUJER LECTORA

Pensar la Historia de la lectura desde una perspectiva de género es algo relativamente reciente. Las mujeres antaño es cierto que leían poco y en menor medida que los hombres, pero todo ello se debe a distintos factores de índole social y cultural.

Gracias a diferentes fuentes iconográficas, podemos saber que las prácticas de la mujer lectora eran mucho más ricas de lo que otras fuentes, como libros o testimonios nos hacen pensar. En un libro tan famoso como es Don Quijote de la Mancha, aparecen mujeres que además de leer sabían escribir, y que se interesaban especialmente por la novela de ficción. Incluso podemos hablar de que las mujeres leían bajo cierto criterio femenino; en la obra de Juan de la Cueva titulada El Infamador (1582) aparecen dos mujeres que queman libros de carácter misógino. Las mujeres eran conscientes de la situación de inferioridad en la que estaban y de la dominación patriarcal, es por ello que utilizaban la lectura como un acto de rebeldía para combatir ese sistema de control y represión.

Si atendemos solo a la información de ciertas fuentes, tradicionalmente escritas por hombres, la mujer aparece como poco alfabetizada, inculta, limitada, pero eso no es así. Si por el contrario nos disponemos a observar las distintas fuentes iconográficas, el tópico de la mujer como inculta y poco alfabetizada parece perder credibilidad: hay imágenes en las que aparecen representadas mujeres leyendo desde el siglo XIII, y que irá in crescendo a partir del siglo XV.

Esta estrecha relación de la mujer con el libro fue bien asentada, hasta que la mujer empezó a leer el género de ficción a partir del siglo XVI, donde la mujer lectora empezó a considerarse como un peligro. Este miedo hacia la mujer lectora queda plasmado en las obras pictóricas: si nos atenemos al ejemplo de la Anunciación, se puede observar como desde el siglo XIV, la mujer lectora en esos cuadros aparece como el elemento que domina la obra, sin embargo, a partir del siglo XV, esta imagen de la mujer poderosa desaparece.

Pero el querer ocultar a la mujer culta, formada y lectora no es solo cuestión del Siglo de Oro, sino que también ocurría durante la Antigüedad, como ocurrió por ejemplo con Aspasia de Mileto. Aspasia era milesia, hija de Axíoco. Fue profesora de retórica y tuvo una relevante posición en el círculo de Pericles, su marido, con quien tuvo a su hijo Pericles II, aunque fue sometida a un proceso de impiedad. Cuando falleció su esposo y quedó viuda se casó con Lisicles, del que tuvo un segundo hijo llamado Poristes, aunque es un hecho que no se ha determinado con exactitud. Lo más llamativo de todo es que, si tenemos datos hoy en día de lo que fue una gran mujer, es gracias a los escritos de hombres, ya que de su obra quedó nada. Cuando falleció su segundo esposo hay un vacío en su biografía, por lo que no hay información de Aspasia de su vida anterior al matrimonio de Pericles ni posterior al fallecimiento de Lisicles, es decir, la biografía de Aspasia es conocida en función de su relación con hombres.

Este tipo de situaciones se han dado en numerosas ocasiones a lo largo de la Historia de la lectura, en la que la mujer ha sido completamente silenciada; es por ello que no debemos de fiarnos completamente de las fuentes, sino que hay que llevar a cabo un estudio más en profundidad para conocer realmente la situación de la mujer y de la lectura a lo largo de la historia. Como se suele decir, la historia la escribe el que vence, y como no, la historia la escribió el patriarcado.

Referencias:

BERNÁRDEZ, Asunción: «Pintando la lectura: mujeres, libros y representación en el Siglo de Oro», Edad de Oro, 26, 2007, pp. 67-89.

Sobre el cuadro: La Ciudad de las Damas de Christine de Pizan (1410).

Astrid Castro Vergara

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