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AQUELLO QUE NO SE DICE AL INSTANTE

AQUELLO QUE NO SE DICE AL INSTANTE

Vivimos en la era de la inmediatez. Recibimos mensajes antes de tiempo, respuestas vacías que se escriben sin pensar, palabras automatizadas… ¿Qué lugar queda para la palabra consciente, para la intención real detrás de lo que decimos? Entre toda esta marea de mensajes instantáneos, escribir una carta casi parece anacrónico.

La escritura epistolar implica silencio, hacer una pausa consciente, reflexionar acerca de qué quieres transmitir al otro y elegir con cuidado las palabras. Las cartas permanecen y nos acompañan; podemos acudir a ellas, como quien regresa a una conversación que no se ha perdido con el paso del tiempo. No hay prisa en su escritura, nos ofrecen espacio. Un diálogo interno en el que llegas a conocer partes de ti que no conocías. En muchas ocasiones suponen una revelación. ¿Cuántas veces no has escrito algo que rondaba tu mente sin ser consciente de ello hasta que apareció sobre el papel? Sin duda, requiere de un acto de vulnerabilidad que muchas personas no están dispuestas a asumir, porque supone exponerse ante uno mismo y al lector.

A diferencia de los mensajes digitales, la escritura manual refleja nuestra personalidad. Todo en ella comunica, desde el trazo de la letra, a la elección del papel o el modo de entregar la carta. No hay correcciones instantáneas, dejamos constancia de todo lo que pensamos y no se pueden replicar. La carta es un recordatorio de que no todo tiene que decirse en tiempo real. La propia espera, tanto de quien escribe como de quien recibe la carta, le aportan significado. No se trata de decir todo al instante, sino de sentir de verdad lo que decimos.

Laura Padilla Pizarro

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