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AVENTURA EN ZAPATILLAS

AVENTURA EN ZAPATILLAS

Amanecía en Tobago. Olía a café y a sábanas limpias. Entraba aire azul por la ventana abierta. La casa aún con los ojos abiertos estaba en calma. Se puso las zapatillas. Empezaba una nueva aventura. Bajó a la playa y sobre él se abría una inmensa manta color turquesa, era el mar, la mar, que tantas pasiones durante siglos había suscitado. Arena y agua virgen, allí no había nadie, salvo él para perturbar su serenidad y el despertador que de pronto apareció apagando su frágil ilusión.

Era lunes por la mañana, y al igual que en su sueño, también olía a café, pero esta vez soluble. Al abrir la ventana vio que sobre el campo se extendía una inmensa sábana blanca, era nieve. Aquella noche había nevado por primera vez en Toledo. Ismael recodaba pocas nevadas, y las que había presenciado habían sido todas fuera de la capital, en pueblos cercanos. Se puso el traje y emprendió camino a la oficina.

De camino se encontró con un gran atasco propiciado por la nevada. Los toledanos no estaban acostumbrados a la nieve y en cuanto caían cuatro copos entraban en modo pánico. Ismael aprovechó el parón para imaginar, le encantaba delirar inmerso en sus propios pensamientos mientras hacía algo tan rutinario como conducir, limpiar o ir a hacer la compra. En sus pensamientos siempre aparecía él como protagonista. Esta vez, se decantó por volver a Tobago, había descubierto un paraíso mental para sus puntuales delirios, así que regresó. Su piel se inundó de agua y su boca de aire. Estaba nadando entre los corales. De pronto, notó que el coche que tenía delante avanzó así que tuvo que moverse. No pudo volver a Tobago en todo el trayecto.

Al llegar a la oficina, Ismael se dio cuenta de una cosa y es que no necesitaba hacer viajes constantemente a Tobago, sino que podía hacer lo que hacen los grandes escritores, vivir permanentemente en la atmosfera de su obra. Las escaleras para ascender hasta su despacho serían palmeras a las que tendría que llegar a por cocos, la tranquilizante y cálida luz del sol sería el flexo situado en su mesa y el mar, el delicado y transparente mar, sería esa preciosa sábana blanca que recordaba haber visto situada junto a su casa. Sin embargo, se le olvidó que en Madrid el paisaje está tomado por asfalto y calles por lo que la nieve se situaba en pequeñas islas donde la acción del hombre no podía llegar.

A pesar de todo, Ismael estaba feliz, era feliz por haber descubierto que lo cotidiano también puede ser extraordinario si utilizamos las herramientas adecuadas.  

Paula Alonso Lorente

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