UNA HISTORIA A LA HORA DE LA MERIENDA
El ladrido de un perro, los cantos de unos pajarillos, el estruendo de una persiana levantándose, el rugido del viento de abril. Todos esos sonidos son audibles desde mi cuarto, menos el más común en la ciudad: el motor de un coche. Miro por la ventana: nada, todo sigue igual. Es inevitable no sentir un escalofrío por todo el cuerpo cada vez que contemplo esta escena. Da igual la hora del día a la que mire, el resultado será el mismo. Suspiro y miro el reloj, las 18:02, puedo permitirme desconectar un poco. Me levanto del escritorio y voy a la estantería a escoger un libro, ¿qué puedo leer hoy? Aún no he acabado El niño del pijama de rayas», pienso. Pero no me convence, necesito animarme. Me desespero. Muevo con tanta efusividad los libros que acabo tirando algunos. Mi instinto me pide que me aparte para que no me aplasten un pie.
Cuando veo que todos los libros que tenían que caer se encuentran en el suelo, me dispongo a recogerlos. Bajo la misma estrella, Perdona si te llamo amor, Buenos días, Princesa... ¡qué cursi soy con tanta novela romántica! Me agacho y me presto atención a un cuarto libro un poco viejo: La montaña parlante, un libro de Tea Stilton, ¿de qué año será esto? Cojo el libro y lo ojeo por encima mientras me dirijo al escritorio. Se me escapa una sonrisa conforme avanzo en la lectura. Le tengo mucho cariño a este libro rosa. Recuerdo la ilusión con la que recibí ese libro como si hubiera ocurrido ayer, aunque fue ya hace diez años…
***
Llamé al timbre emocionada varias veces, tanto que mi madre me tuvo que pedir que parara porque al final lo iba a quemar.
Abrieron la puerta y ahí estaba.
–¡Ayyyy madre! ¿Quién está aquí?
–¡Abuela! –me abalancé sobre ella y le di un fuerte abrazo –¿Y el abuelo?
–Ha bajado a tomar algo con los amigos, ahora subirá para comer. –me dio un sonoro beso mientras asentía. Me adentré en el pasillo para llegar al salón y sentarme en el sofá a ver los dibujos animados. Toda la casa olía que alimentaba. No había nada como la comida de la abuela.
Al cabo de unos veinte minutos se escuchó el sonido de la puerta abrirse. Me levanté de un brinco del sofá y me asomé para ver quién era.
–¡Abuelitoo! –fui corriendo a darle un abrazo.
–¡Hola, cariño! –me dio un beso en la frente –Mira, tengo algo para ti. Le miré muy atenta, ¿un regalo? ¡Pero no es mi cumpleaños!
Observé que mi abuelo metía la mano en una bolsa y sacaba algo. Me dio un objeto pesado, cuadrado y de color rosa.
La cara se me iluminó y me quedé boquiabierta.
–¿Era ese el que querías? –me dijo mientras sonreía. No supe ni qué decir.
Le miré y lancé mi mejor sonrisa.
–¡Sí! ¡Muchas gracias, jo! ¡Pero no hacía falta! Tenía dinero para comprarlo yo...
–Anda no digas tontería, con la ilusión que me hace. –sonrió de nuevo. Estaba tan contenta que me iba a estallar el corazón.
–¡Esta noche os lo leo! –y acto seguido fui corriendo a la habitación a dejarlo sobre la mesilla para no ensuciarlo ni estropearlo –¡Qué feliz soy!
***
El tono del móvil me saca de mis pensamientos. Me están llamando. Me giro y lo cojo corriendo.
–Hola, abuela, ¿cómo estás?
–Hola, cielo, muy bien, ya he merendado y todo, ¿tú qué haces?
–Nada –le digo mientras sigo pasando páginas del libro –, estaba leyendo el libro ese rosa con la montaña naranja que me regaló el abuelo hace años.
–¡Ah, sí! Ya me acuerdo, –se ríe sin ganas –no sé quién tenía más ganas de comprar el libro si tú o él. – Suspiro y sonrío.
–Sí... me hizo mucha ilusión cuando me lo compró y me gustó mucho más cuando me lo acabé. Es un libro bonito.
–Sí, sí, me acuerdo que nos leíste un poco a tu abuelo y a mi esa noche. A él le encantaba siempre que le leías. –noto que suspira.
–Abuela, ¿te leo un poco hoy también? –sonrío, aunque no puede verme.
–Bueno... un poquito. Seguro que el abuelo también te escucha.
–Sí... –me aclaro la garganta y comienzo la lectura en voz alta. –Los ojos le brillaban de alegría. –cada vez me vienen más recuerdos a la cabeza– Mientras descargaban el equipaje, Pamela, que aún estaba dormida, –noto que me emociono y cojo aire con fuerza –Entreabrió los ojos y olfateó el aire. –sigo como puedo y suelto lentamente el aire.
Abuelo, allá donde estés, siempre te leeré un poco, como esa noche, igual que todas las demás en las que traía un nuevo libro a tu casa. Siempre con la misma ilusión y tú siempre tan atento para escucharme.
Te quiero.
Natalia Pérez Ramírez.
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