¡ADIÓS, BUEN DAVID! ¡ADIÓS, BUEN ABAD!
Mi padre es periodista y siempre tenía entre manos algún escrito. Pequeños relatos, Felipe, el sereno de la esquina, por ejemplo, también poesía o alguna obra de teatro, teatro loco y divertido, muy similar al que escribió Wenceslao Fernández Flores (1885-1964). Recuerdo su tragedia en tres actos para ser representada sobre un armario, Los amantes de Sanlúcar de Barrameda, y alguna novela o libros relacionados con su labor profesional. En fin, sus cosas...
A mi padre le gustaba mucho escribir a mano, y corregía y anotaba al margen... Incluso hacía pequeños dibujos y composiciones antes de hacer el texto definitivo para llevarlo a imprenta. Puedo verlo aún en su mesa de madera, concienzudamente inmerso entre papeles, tintas y secantes.
En la imprenta lo esperaba siempre David, quien componía las páginas y le sugería, le indicaba, le aconsejaba..., y yo iba con él, y el sonido de las máquinas, de las linotipias, aún resuena en mi mente. Cuando llegábamos, mi padre, indefectiblemente, le decía, "¡Hola, buen David!", y él respondía, "¡Hola, buen abad! No sé por qué, nunca les pregunté a qué se debía ese saludo suyo. Entre mis recuerdos infantiles lo guardo y debía pensar que era una de tantas cosas de mi padre que tenía una gracejo especial y, dicho sea de paso, también era muy religioso (de ahí, quizás, lo del "buen abad").
Recientemente, con estas lecturas y el hecho de “contemplar” a los monjes en los monasterios copiando libros, y escribiendo glosas y comentarios en sus márgenes, he comprendido ese guiño cómplice y por qué se saludaban y se despedían de esa manera David y mi padre. Y hoy, cuando ya no se volverá a repetir ese saludo, ni podré comentarlo con ninguno, los vuelvo a oir a los dos, los vuelvo a ver despidiéndose en la puerta de la imprenta "Raimundo", en la Plaza de San Francisco de Sevilla...
¡Adiós, buen David! ¡Adiós, buen abad!
Isabel García Conde.
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