LA FELICIDAD EN LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN NAZIS. CARTA A IMRE KERTÉSZ
Estimado Sr. Kertész:
Quiero, primeramente, felicitarle sinceramente por la consecución del Premo Nobel de literatura en 2002. Realmente lo merece.
Aunque es entristecedora para mí su decisión de abandonar la escritura, reconozco que finalizar su carrera literaria a tan tardía edad muestra su gran vocación hacia la profesión, al igual que considerar por zanjado el tema del Holocausto corrobora que sentía usted el deber de realizar una función especial en la literatura. Por otra parte, tengo entendido que ha escrito usted sobre otros temas y que, incluso, ha traducido obras filosóficas de autores tan apreciados por mí como Nietzche, Freud o Wittgenstein. Todo ello me lleva a sentir hacia usted una gran admiración.
Desde mi preadolescencia, mi predilección hacia lo filosófico ha fundado en mí un fuerte interés por las causas, los fenómenos ideológicos y los hechos no específicamente militares de la controvertida Segunda Guerra Mundial, que nos hacen comprender el verdadero sentido de esta fase de la historia en la conformación del ser humano actual.
A los 15 años, cuando leí Sin Destino, había buscado en distintas fuentes información sobre el Holocausto, e incluso había visto documentales sobre campos de concentración y de exterminio; sin embargo, la lectura de su novela me dejó marcada, pues jamás había tenido entre mis manos la experiencia de alguien que hubiera vivido tal desastre humano en primera persona.
El Holocausto era para mí raíz de una incógnita que aún estoy por resolver, y cuya respuesta he buscado con mayor empeño desde el conocimiento de su obra. El nacionalsocialismo me hace constantemente cuestionar mi concepción positiva del ser humano. He intentado convencerme de que quizá los nacionalsocialistas no veían a sus perseguidos como personas, y no consideraban que hacerles sufrir era algo moralmente malo. Pero me resulta imposible creer que, en un contexto de gran desarrollo de los derechos humanos, naciera en Europa una posición política que negara la humanidad a individuos, que son, por definición, humanos. Los nazis veían que eran humanos a los que hacían daño, y todavía no puedo comprender cómo es posible que ese tipo de personas se reafirmaran en su posición, que no se arrepintieran de lo que hicieron.
A pesar de ello, el ejemplo está en mi propia familia: los tres hermanos de mi abuela materna fueron fusilados por los franquistas después la Guerra Civil, tras permanecer al menos un año encarcelados sin haber cometido delito alguno. Por otra parte, mi abuelo paterno, aun sabiendo esto y conociendo el Holocausto nazi sin negarlo, siempre fue fascista. Murió hace pocos años, esquelético por negarse a comer lo necesario y llevando una actitud que hacía que pareciera que sufría la vida en vez de vivirla. Nunca le comprendí ni le aprecié, y eso es algo que me resulta realmente muy triste.
Quizá preguntarle esto no me lleve a la respuesta de por qué existen personas así. Pero sí sé que, al menos, podrá hacerme comprender mejor al ser humano, y acercarme a la solución. Dice usted textualmente al final de su novela: “Incluso allá, al lado de las chimeneas había habido, entre las torturas, en los intervalos de las torturas, algo que se parecía a la felicidad. Todos me preguntaban por las calamidades, por los horrores, cuando para mí ésa había sido la experiencia que más recordaba. Claro, de eso, de la felicidad en los campos de concentración debería hablarles la próxima vez que me pregunten. Si me preguntan. Y si todavía me acuerdo.”
Estas palabras me provocaron una emoción realmente profunda. Es cierto, creo, como usted afirma, que el ser humano es capaz de ser feliz, si quiere, en las peores condiciones, y es esa una de las potencialidades que más valoro de nosotros, y que, como observo, puedo valorar en usted. Así, me gustaría preguntarle sobre su felicidad en los campos de concentración, si es posible que me conteste sobre ello, y si todavía lo recuerda, para que pueda comprender mejor cómo el ser humano llega a su propia felicidad. Pues a veces me parece creer que la felicidad procede del propio individuo y de su esfuerzo y método para encontrarla, lo que me lleva a pensar que, ojalá, quien hace el mal sea quizá porque no sabe cómo llegar a ser feliz.
Atentamente,
Diana Tejón Pérez.
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