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La quema de libros

La quema de libros

La quema de libros tiene sus inicios desde casi el mismo momento en el que comienzan a escribirse y difundirse éstos, aunque especialmente desde el instante en el que la población que está fuera de las esferas privilegiadas y poderosas accede a la lectura. Esta puerta de acceso tiene mucho que ver con la extensión de la lengua vulgar y con la consolidación de lectura silenciosa, que surge de forma natural (aunque haya muchos condicionantes externos que lo permiten), como si siempre hubiese estado ahí, esperando a ser descubierta y convirtiéndose para muchos en una verdadera necesidad. 

La lectura silenciosa engancha. Es un acto mágico que permite una extraña, o mejor dicho, misteriosa conexión con el libro. Cuando los lectores medievales comienzan a leer de esta manera, encuentran en la lectura la llave maestra de su libertad. Leyendo en silencio, se puede interpretar libremente el texto, valorarlo según unos criterios, juicios y experiencias propios.  Y éste, sin duda, fue un hecho muy incómodo para quienes pretendían imponer sus ideas y creencias.

De este modo, el conocido dicho “qué atrevida es la ignorancia”  va tomando forma. Si echamos la vista atrás a lo largo de la historia vemos, más veces de lo que deberíamos, quemas de libros realizadas con intenciones diversas. En el caso de las autorizadas por la Iglesia católica, por ejemplo, con la única intención de propagar "la verdad" de una religión impuesta y relegar a las demás al ámbito de la mera superstición. Pero si vamos más allá, y pensamos en los regímenes dictatoriales contemporáneos, veremos cómo la religión no es la única culpable de la destrucción de los libros, sino que la política también juega un papel muy importante: ejemplos conocidos por todos son las quemas de libros judíos llevadas a cabo por el Nazismo en los años 30, las de libros "rojos" organizadas por los falangistas en la España de Franco o las 15.000 copias echadas al fuego de Las aventuras de Miguel Littín clandestino en Chile de Gabriel García Márquez en 1987, durante la dictadura de Pinochet. De una manera u otra, la quema de libros no es más que una respuesta al temor que provoca la pérdida del control, consecuencia de una ambición ciega de poder e ignorancia. Todo ello creo que se refleja muy bien en la viñeta que he elegido para ilustrar esta reflexión, obra de Mingote (un pequeño y humilde homenaje).

En definitiva, la lectura tiene un no sé qué (tal vez ese poder de abrir puertas) que permite que algo se mueva dentro del lector. Las palabras escritas caen dentro de uno mismo como semillas a punto de germinar. Sólo nos queda esperar que la ignorancia de unos pocos no impida florecer las inquietudes de muchos.

Elena F. G.

 

3 comentarios

Elena FG -

"Esto, las piras de libros, no forma parte de la memoria de la ciudad. Está sucediendo ahora. Así que esto, el arder de los libros, no sucede en un pasado remoto ni a escondidas. Tampoco es una pesadilla de ficción imaginada por un apocalíptico. No es una novela. Por eso el fuego va lento, porque tiene que vencer las resistencias, la impericia de los incendiarios, la falta de costumbre de que ardan los libros. La incredulidad de los ausentes.Bien se ve que la ciudad no tiene memoria de ese humo perezoso y reticente que se mueve en la extrañeza del aire. Incluso tiene que arder lo que no está escrito. Alguien acarrea desde la oficina municipal de turismo mazos de folletos con el programa de las fiestas, "carne fresca" es la expresión, quizá en referencia a la bañista que aparece en la portada junto a la leyenda "Clima ideal" y el blasón oficial de la villa, el faro con un libro abierto en lo alto que, al mismo tiempo, hace de lámpara de la que irradian los destellos de luz. Todo eso va a arder lentamente, también el libro del blasón, que ya no volverá a aparecer en el escudo de la ciudad.
"La República", de PLatón. ¡Ya era hora! ¿Y este? ¡"La enciclopedia de la carne"! ¡Puaf!"
Manuel Rivas, "Los libros arden mal"

Juan Jesús G.C -

El 29 de abril de 1976 en Argentina, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano... Dijo que lo hacía "a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas... para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos". Y agregó: "De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina". (Diario La Opinión, 30 de abril de 1976).

Erika Fdez -

" Y como antes, era bueno quemar. Montag se sintió borbotear en las llamas y el insensato problema fue arrebatado, destruido, dividido y ahuyentado. Si no había solución... Bueno, en tal caso, tampoco quedaría problema. ¡El fuego era lo mejor para todos!" (R. Brandbury, Fahrenheit 451)