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CARTA A TRUMAN CAPOTE

CARTA A TRUMAN CAPOTE

Señor Capote,

Truman, no puedo empezar esta carta de otra manera que no sea un bolero, cuyo autor padece de algo parecido a lo que te pasa a ti, pues su historia está inscrita en la memoria colectiva de las personas que conozco. Hablo de Manzanero en su analogía contigo, señor Capote. Quién no conoce el famoso Contigo aprendí… Quién no conoce la historia del asesinato en Holcomb de una buena familia, los Clutter, con las cabezas destapadas a cariñosos escopetazos. Quería decirte que contigo aprendí… Aprendí la fragilidad entre lo que popularmente se entiende como el bien y el mal. Fragilidad estéril, ya que doy por supuesta la inexistencia de tales conceptos.

Eso que llamo fragilidad, es algo que he ido asimilando y filtrando de alguna manera. Asimilar mi potencial de buen asesino, de la misma manera que pudiera hacer el medio indio Perry Smith. Ambos podemos tener la capacidad de atar cuidadosamente las manos de nuestros instrumentos de liberación que son las víctimas, apoyar sus cabezas en mullidas almohadas blancas para que estén cómodos y sufran lo menos posible cuando llegue el momento de romperlos a balazos... Por eso ya no me considero frágil, sino en perfecto estado de normalidad, porque si el medio indio pudo descargar ciertas tensiones y salir airoso de conciencia, yo también creo ser buen candidato para eso. Ser libre en conciencia como única forma de libertad. Ya no siento la locura rondante a punto de invadirme, ya no me acuerdo de Silvio Rodríguez (Si no creyera… en la locura). Siento poder torturar con cariño y evitar la violación como un triunfo personal y borrar pecaditos como acto de nobleza.

Como te decía antes, contigo aprendí… a que no son psicopatías, sino que son incipientes talentos inscritos en todos nosotros, y si no que vengan a negarlo empíricamente con alguna refutación más allá del informe psiquiátrico de algún médico. Te repito que son pequeñas cajas oscuras, pasiones recónditas de nuestros cerebritos las que nos llaman hacia la muerte ajena, un asunto casi biológico mermado por querer vivir democrática y liberalmente de forma organizativa, vivir en sociedad.

Pasaré a hablarte de un personaje que se encuentra perdido a medio camino entre la realidad y mi fantasiosa descripción. Por motivos evidentes poco tendrá en común con los compañeros y compañeras de clase. Este personaje parece cumplir los requisitos para un pequeño secuestro cariñoso, donde cuidarnos y querernos el uno al otro. No te voy a mentir Truman, sabes que en el fondo soy bueno, todos los somos. Y no somos necesariamente no malos, ya lo dijo el señor Pascual Duarte, el asesino que en el fondo tenía un buen corazón.

Te voy a hablar de Camile, de nuestro encuentro hace dos días. Es un ser andrógino de tez clara, pálida como Sacromonte a las nueve de la tarde en verano. Sentí emociones encontradas desde la diagonal del vagón. Sí, yo estaba en el tren garabateando un trocito de texto con la pierna cruzada llamando desesperadamente su atención. Sin tener aún claro su sexo percibí su intenso olor a ropa limpia. Era su abrigo largo que hacía juego con sus ojos opacos, como sin vida, como la ventana de un baño particular que deja pasar la luz e intuir el interior, pero nada más.

Mis miradas furtivas se iban sucediendo con más frecuencia intentando clasificar al personaje que tenía en la diagonal del vagón. Con el paso de las estaciones fui descubriendo su pelo corto estilo garçon y sus pantalones de pana de señor mayor. En un momento cruzamos la mirada y empecé a balbucear. Me di cuenta de que me había enamorado en el tren de camino a casa, donde me esperaba una vida tranquila con perro, facturas y una cama de matrimonio. Se nos venía encima el final de trayecto, y yo no podía hacer otra cosa más que retorcer las piernas de la forma más atractiva que se me ocurría para llamar sin éxito su atención.

Hasta que llegué a la única solución... Esperar que el destino me ayudara. Quizás un descarrilamiento o la muerte de todos los allí presentes por el estallido de una bomba, por ejemplo. Todos menos Camile y yo. Creo que la desgracia ajena me llenaría de fuerza para contemplar con nostalgia un tiempo pasado mejor (aunque hubieran sido 10 minutos atrás) y así unirme a Camile entre el olor a carne chamuscada y los escombros del tren. Mi deseo era soltar alguna gracia pseudo-intelectual sobre el destino, sobre su pelo afrancesado y conquistar su mente frágil por la desgracia. Pero el final de trayecto llegó de repente, me bajé del tren con los hombros erectos tapándome las orejas del frío alcalaíno.

Señor Capote, habrá podido intuir que Camile es un nombre inventado, ni siquiera me atreví a salir detrás suya y forzar un encontronazo en los torniquetes de salida. Salí corriendo a refugiarme en mi vida tranquila, aburrida, opaca, como sin vida.

Que sepa que todo esto se lo digo a usted como especialista en seres incomprendidos tachados de inmorales por querer desahogar de forma natural ciertas inquietudes hacia la muerte ajena. Piense en el concepto de lo natural, porque lo natural es irse al otro barrio por culpa de un pistoletazo como Larra. Lo normal es morir después de agujerearse uno mismo el paladar con cuidado y sosiego. Espero que se haya dado cuenta de que no busco más que su aprobación para cometer crímenes en el papel donde la vida me parece más real, alejada del mundo de la apariencia que, para mí, nada significa.

Tampoco he buscado la redención del suicida a través de la creación y del posterior asesinato de un personaje con el que me sienta identificado. En definitiva, soy un cobarde, señor Truman.

Un saludo para usted y una inocente carantoña a su queridísimo Charlie, nobleza en forma de bulldog. 

Pedro Verdesoto Chica

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