BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA
La legendaria Biblioteca de Alejandría, la más célebre y grandiosa del mundo antiguo, la de Pérgamo, las imperiales Palatina y Octaviana, la Ulpia, fundada por el famoso emperador hispano Trajano, las deslumbrantes bibliotecas bizantinas, como la de Constantino, que seguía existiendo en 1453, o la de Santa Catalina en el monte Sinaí, la biblioteca del emperador Carlomagno, la cordobesa de al-Hakam II (a finales del siglo X), que llegó a tener 100.000 volúmenes, las primeras bibliotecas eclesiásticas y monásticas, como la de Cesarea, fundada por Orígenes en Palestina y destruida por los árabes en 637, la famosa Escuela de Traductores de Toledo del Rey Sabio y las bibliotecas nobiliarias de finales del siglo XV que anunciaban otra época, la del Renacimiento: en todos esos lugares estuvo depositada durante muchos años la memoria más antigua de la humanidad, aquella que hoy nos permite entender nuestro pasado, "semejantes a una huella en un campo nevado" (Walt Whitman). Los manuscritos que contenían eran copiados a mano y fueron escritos por y para una élite, sin que el pueblo, que aún no había aprendido a leer, tuviera acceso a ellos.
En un cuento de 1941, el escritor argentino Jorge Luis Borges imaginó una "biblioteca universal" en la que estarían reunidos todos los libros producidos por el hombre. En sus interminables anaqueles de forma hexagonal se contenía "todo lo que es dable expresar, en todos los idiomas"; obras que se creían perdidas, volúmenes que explicaban los secretos del universo, tratados que resolvían cualquier problema personal o mundial… Presa de una "extravagante felicidad", los hombres creyeron que con ellos podrían aclarar definitivamente "los misterios básicos de la humanidad".
Sin duda, el modelo de ese sueño literario se encuentra en la célebre Biblioteca de Alejandría. Creada pocos años después de la fundación de la ciudad por Alejandro Magno en 331 a.C., tenía como finalidad compilar todas las obras del ingenio humano, de todas las épocas y todos los países, que debían ser incluidas en una suerte de colección inmortal para la posteridad.
A mediados del siglo III a.C., bajo la dirección del poeta Calímaco de Cirene, se cree que la biblioteca poseía cerca de 490.000 libros, una cifra que dos siglos después había aumentado hasta los 700.000, según Aulo Gelio. Son cifras discutidas, pero dan una idea de la gran pérdida para el conocimiento que supuso la destrucción de la biblioteca alejandrina, la desaparición completa del extraordinario patrimonio literario y científico que bibliotecarios como Demetrio de Falero, Calímaco o Apolonio de Rodas supieron atesorar a lo largo de decenios.
Sin duda, la desaparición de la Biblioteca de Alejandría constituye uno de los más simbólicos desastres culturales de la historia, comparable tan sólo con la quema de libros que siguió a la toma de Constantinopla por los cruzados en 1204 o la que tuvo lugar en 1933 en la Bebelplatz de Berlín a instancias del ministro de propaganda Joseph Goebbels; eso por no hablar del incendio de la biblioteca de Bagdad, en 2003.
Sergio Haro Daganzo.
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