Blogia
AEDO

Palabras de ayer, recuerdos de hoy

Palabras de ayer, recuerdos de hoy

Alcalá de Henares, 6 de febrero de 2023

Estimada Irene:

Me llamo Ángela Tradacete y soy alumna del doble grado en Humanidades y Magisterio de Educación Primaria de la Universidad de Alcalá. Aunque no creo que sea la primera persona, ni tampoco la última, en enviarte una carta, podrás pensar qué remota razón ha llevado a una universitaria a mandarte esta misiva. Pues bien, se trata de un proyecto para una de mis asignaturas de este segundo cuatrimestre: Historia de la Lectura.

Igualmente, te preguntarás qué hacen unos estudiantes de grado enviando cartas a escritores cuando vivimos en un tiempo en el que hemos acortado distancias gracias a un solo clic. Un tiempo en el que la comunicación tiene como ingredientes principales un teclado y una pantalla, en lugar de un boli y un trozo de papel. Aunque ya las cartas no constituyen esa herramienta de comunicación que durante siglos y siglos permitió a millones de personas en todo el planeta estar en contacto, en la actualidad se les ha otorgado una nueva utilidad: ayudarnos a reconstruir el pasado.

Tal y como nos ha contado nuestra profesora, las cartas suponen un elemento fundamental para elaborar la Historia de la lectura. El propósito con el que eran enviadas no era otro que el de ser recibidas por alguien que diera sentido a todas aquellas palabras que contenían. Palabras de todo tipo y en todas las lenguas que, unidas, daban forma a los pensamientos más íntimos de las personas. En el papel volcaban todo aquello que querían decir, pero que la distancia les impedía hacerlo cara a cara. Y es precisamente eso lo que nos ayuda a imaginar sus vidas, sus costumbres, el contexto en el que les tocó vivir y que hoy supone objeto de estudio para nosotros. Por tanto, este proyecto constituye un homenaje, una manera de recuperar ese instrumento que tan útil fue en el pasado y al que le hemos dado una segunda vida.

Mientras escribo, trato de hacer un ejercicio de empatía al intentar ponerme en el lugar de esos millones de personas para los que las cartas eran el único medio de comunicación. Para todos aquellos que, durante siglos, esperaban con ansias, emoción y, en algunos casos, angustia, ese trozo de papel. Porque resulta increíble cómo algo tan pequeño, tan fácil de fabricar, podía llegar a ser determinante para la vida de hombres y mujeres. Pienso en aquellas cartas que evitaron guerras, que impidieron la muerte de inocentes; aquellas que contribuyeron a la paz, que favorecieron el reencuentro después de mucho tiempo; en aquellas que no eran portadoras de buenas noticias, que causaron dolor a quienes las leyeron; en aquellas que fueron enviadas con la esperanza de una respuesta que jamás llegó.

El infinito en un junco llegó a mis manos una calurosa tarde de julio, pero no lo hizo por casualidad. Entré expresamente a la librería a por un ejemplar del que disfrutar durante las vacaciones estivales. Fue mi profesora de Literatura primero, y mi profesor de Historia medieval después, quienes me recomendaron encarecidamente su lectura. Y tengo que decir que no me defraudó. Está escrito de una manera tan bonita…

Además de disfrutarlo, su lectura me hizo pensar no solo en el contenido del propio libro, sino también de asuntos más personales. El nacimiento de los libros me recordó mis propios comienzos con las letras. Para mí llevan el nombre de mi padre porque fue él quien me enseñó a leer cuando apenas contaba con cuatro años. Cada tarde nos sentábamos juntos en el sofá de casa y con unos libros rojos de LeoLeo trataba de enseñarme. No recuerdo bien cómo fue el proceso de aprendizaje, pero sí lo nerviosa que me ponía porque quería hacerlo bien. Igualmente me acuerdo de las palabras de mi madre diciéndome lo útil que me resultaría saber leer y lo poco que entendía yo aquella frase. Ahora, y con la perspectiva del tiempo, comprendo su significado: leer nos da acceso al conocimiento, que a su vez nos abre la puerta de la opinión y del pensamiento crítico, ese que nos impide ser fácilmente manipulables. Leer nos hace libres.

En un capítulo de libro, hablas de la relación con tu profesora de griego con la que me siento especialmente identificada. Para mí, la literatura en castellano comenzó con la voz de mi profesora Sonia, porque fue ella quien me presentó a Lorca o Machado y también es la responsable de que te conociéramos a ti. Durante el último año de Bachillerato, nos daba artículos tuyos o fragmentos del libro para que los analizásemos. Dices que cuánto tardamos en reconocer a quienes nos van a cambiar la vida, y qué verdad es. Nunca he visto a nadie dar literatura como ella, con esa pasión con la que hablaba de las diferentes obras que nos contagiaba a todos los que la escuchábamos. Ahora que estudio para ser profesora, ojalá parecerme un poquito a ella.

Después de dejar atrás aquella etapa quise seguir en contacto con ella, tal y como tú hiciste con tu profesora de griego. Le envío correos cada cierto tiempo a los que ella me respondía de manera escueta y genérica al principio, pero que poco a poco se han hecho cada vez más extensos. Espero sus respuestas con impaciencia e ilusión, la misma con la que nuestros antepasados esperaban las cartas de sus seres queridos.

Dicen que los textos y los libros existen si hay alguien que los lea. Así que confío en que esta carta que ahora escribo pueda llegar hasta ti, tu destinataria, para que pueda existir.

Un saludo,

Ángela Tradacete

0 comentarios