Portadores de fuego/3
Llevaba meses recabando información, y ahora que todas las piezas del puzle empiezan a encajar, un enorme miedo se apoderaba de mí. Esto era demasiado. Cómo no me había dado cuenta antes de sus planes, de las intenciones que tenían…mi cabeza no paraba de darle vueltas a todo, y no era capaz de pensar en otra cosa. Debía ir en busca de la verdad, y si mis sospechas eran ciertas, tratar de solucionarlo y evitar miles de muertes literarias o al menos una de ellas.
Para mí la literatura siempre había sido mi zona de confort, lo que más me animaba incluso a pintar. Siempre he sido un tipo un tanto peculiar y solitario, de pocas palabras; sin embargo, eso cambió cuando conocí a mi buen amigo. Aún recuerdo aquella tarde de otoño en la que coincidimos en aquella cafetería del centro, y cómo al servirnos a uno el pedido del otro nos percatamos de que leíamos el mismo ejemplar de la Ilíada. Y es ahí cuando comenzó nuestra amistad. Desde entonces comenzaron un sinfín de charlas literarias, regalos, e incluso el sentimiento de paz que me transmitía y por el que le di una copia de las llaves de mi piso…
Un momento.
Él era el único que podía entender todo si mi ausencia se prolongaba demasiado. Era un chico joven, pero muy inteligente y sabía ver y valorar los pequeños detalles, o pequeñas pistas que podría dejarle. No sería fácil, no querría exponerle al mismo peligro que corría mi vida, pero debía intentarlo…
Una semana antes de la desaparición
Habían sido días eternos y noches en vela para dejar todo preparado, para que mi amigo pudiese hilar todas las pistas que tenía para resolver este entramado de misterios y mentiras.
No podía evitar sentirme como un personaje más de una novela policiaca, como todas aquellas que comentábamos riéndonos sobre los inesperados finales o en el extraño pero común uso de gorros y gabardinas para ser un buen detective. Pero esta vez no íbamos a comentarlo, íbamos a vivirlo. Todas las emociones, los misterios, descubrir más pistas e incluso los peligros que ello conllevaba…
Tres días antes de la desaparición
Era consciente de que hoy había sido la peor sesión con mi hermana; no sabía qué decir, cómo responder a sus miles de preguntas y cómo salir del círculo vicioso de pensamientos que me iban comiendo por dentro.
Sabía que me quedaba poco tiempo y las despedidas no estaban en la lista de cosas que hacer. Aun así, no lograba callar una vocecilla que me decía que no podía irme de aquella sala sin decirle algo que no fuese acompañado de malas caras, refunfuños o gritos.
Pero no lo hice.
Es por eso por lo que a la noche rompí todas las reglas de mi elaborado y estudiado plan y salí a la calle con un rumbo fijo. Me quedé en la calle media hora, pensando qué decir, cómo decirlo y lo más importante cómo no alarmarla o asustarla. Eso era lo más difícil. Yo era un tipo complejo y algo introvertido, pero ella sabía ver tras toda esa fachada que había construido durante años y descifrar mis verdaderos sentimientos o pensamientos.
No hallé mejor manera de disculparme que gritando hacia su ventana. Sin embargo, justo antes de alzar mi amarga voz, vislumbré una sombra tras un árbol en la otra acera. Sabía perfectamente quiénes eran. Pero era tarde, me había dado cuenta demasiado tarde y mi grito se elevó por toda la manzana. Iba a tratar de correr y huir justo cuando la vi asomarse a la ventana.
Me maldije a mí mismo por mi irresponsabilidad. Había dejado que supiesen algo más sobre mí, y con ello le había puesto en peligro a ella también, así que hui lo más rápido que pude pensando en que probablemente debería adelantar mi marcha para evitar más involucrados.
El día de la desaparición
Ya no había marcha atrás. Me iba a enfrentar a alguien a quien muchos osarían llamar el diablo. Confiaba plenamente en mi amigo, él sabría qué hacer.
Antes de salir por la puerta quise leer una vez más la carta, y con ella las últimas palabras que quizá le dedicaba a mi amigo.
“… estoy seguro de que sabrás leer a través de las líneas de algunos de los libros que más hemos disfrutado juntos, confío en ti amigo y recuerda que, si sirves a muchos maestros, pronto vivirás.”
Solo esperaba que se diese cuenta del error de aquella frase y leyese el libro del gran poeta Homero, en el que se encontraba el mapa para comenzar a desenterrar esta locura que descubrí la pasada primavera y que me llevaba persiguiendo demasiado tiempo..
Sofía Pulido Gertrúdix
0 comentarios