Carta de la pilota al chófer
Mi queridísimo Paco:
El 13 de junio hace 10 años que te fuiste y creo que no hay mejor forma de recordarte que escribiéndote una carta, la última que nos mandaremos jamás.
Aún recuerdo como olían las cartas que me mandabas desde Madrid mientras yo seguía en Candeleda. ¡Qué largos se me hicieron esos cuatro años! Madre decía que mi cuarto iba a oler demasiado a campo con tanta hoja de ahuehuete ahí colgada, pero a mí me encantaba guardármelas porque me decías que caminar por el Retiro te recordaba a mí. También guardé todas tus cartas, quería tenerte cerca mientras trabajabas para el Conde y le traías y llevabas por todo Madrid.
María no se puede creer que te declararas por una carta. Yo ya le había dicho que eras muy romántico, pero no me creyó hasta que no le conté nuestra historia; y eso que empezó de una manera muy complicada. Mis amigas no paraban de decirme lo guapo que eras y lo mucho que me mirabas. Yo no me cansaba de decirles que cómo un chico tan apuesto como tú que trabajaba para un conde en Madrid y conducía esos coches tan lujosos se iba a fijar en la “pilota”, la hija del carnicero. No solo eso, te recuerdo que por aquel entonces tú seguías con la Gloria, la hija de Don Augusto, que en paz descanse; por lo que todas las pamplinas de mis amigas no tenían ni pies, ni cabeza.
Tú venías todos los fines de semana de Madrid y yo te veía en la plaza, aunque es cierto que poco a poco te dejé de ver con la Gloria. Charito no paraba de hablar de ello a la salida de la iglesia: “El día menos pensado Francisco, el hijo de Don Felipe, está llamando a tu puerta para invitarte a un café”. La verdad que no llamaste a la puerta de casa de mi padre, quizás porque siempre le tuviste mucho respeto; pero me escribiste una carta para que tu amigo Marcelino, que volvía a Candeleda más a menudo que tú, se la diera a Charito y ella a mí.
Mis ojos releyeron la carta una y otra vez sin llegar a comprender lo que tus palabas decían. Me invitabas a un café la próxima vez que vinieras de Madrid y después a dar una vuelta por el camino del convento. El día que nos vimos no parabas de reírte y de decirme lo buena chica que te parecía. Yo te prometí que te escribiría pronto, a la misma dirección que ponía en mi carta y que te la harían llegar, ya que ibas a estar una temporada sin volver a Candeleda porque el conde se marchaba a San Sebastián y tú con él.
Así fue como nos empezamos a mandar cartas, ¿te acuerdas? Madre decía que eras un muchacho muy apuesto con gran corazón y, siendo sincera, le conquistaste la primera vez que me acompañaste a casa y os presenté formalmente. Aunque mi padre aún se mostraba reticente al pensar que su hija de 19 años se escribía con un hombre de 25 que trabajaba como chófer; mi hermano, que tú sabes que siempre te tuvo en gran estima, le lograba quitar de la cabeza esos pensamientos absurdos.
Siempre recordaré la carta en la que me decías que tenías algo muy importante que decirme, porque ese sábado me pediste matrimonio en el olivar de mi padre; o en la que te dije que tu madre estaba ya muy enferma y debías volver a Candeleda. Ahora te escribo esta última carta para recordar cómo empezó todo, hace casi 60 años gracias a una carta; para poder echar la vista atrás y afirmar que fuiste el amor de mi vida.
Siempre tuya,
Tu pilota.
Un relato de María Torres
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