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Una breve historia de la lectura

Una breve historia de la lectura

Érase una vez, nuestro ancestro más antiguo conocido. En el siglo II nació Papel. Un cortesano chino llamado Ts`ai Lun, le había dado a luz con seda, bambú y redes de pesca. Rápidamente Papel fue muy famoso y, como sirvió incansablemente para la nación, esta lo conservó con cautela dejando en secreto las circunstancias de su nacimiento; pues se temían que su querido fuera secuestrado.

 Nuestra familia crecía y cambiaba por años, él tuvo descendencia: Kozo, Mitsumanta y Gampi, se llamaron. Sin embargo, la discreción de la nación se acabaría en el siglo VI d.C. pues el monje budista Dam Jing no podía permitir que nuestra familia se quedara encerrada por más tiempo en solo un rincón del mundo, así se llevó a nuestra familia a la tierra de Japón, su tierra.

A nuestros familiares les gustó la experiencia, sin embargo, jamás imaginaron que irían más allá del mar oriental. En el siglo XVI d.C. unos piratas de aguas extrajeras los secuestraron en Samarcanda y se lo llevaron Arabia para desentrañar sus secretos. No lloréis por esta tragedia porque nuestra familia haya donde fuera siempre estará viva mientras haya quién de su legado defienda. Entonces, las siguientes generaciones fueron de cáñamo y lino que crecerían con una educación pasadas por agua: deshilachados primero, maceados de las hilachas de aguas segundo y después sumergidos en un tamiz que recogía las fibras maceradas filtrando agua. Finalmente fueron prensados y secados para luego ser cubiertos en una película de almidón de arroz.

Tampoco nos podemos olvidar de vuestras abuelas que tendrían un inicio más hermoso floreciendo del papiro. Ellas también viajarían hasta la Grecia Arcaica, donde solo les interesaba los trabajos que más importancia daban los griegos así que, en un principio, eran filósofas y científicas. No sería hasta el siglo V a.C. cuando se darían cuenta que las historias también eran dignas de atención, así que algunas de sus descendientes se dedicaron a enseñar canciones a los aedos y rapsodas. Mas tarde los sofistas se fijaron que tenían grandes talentos para la educación así que estos también las contrataron. Su fama fue tal que hasta las rocas les quisieron imitar, aunque su objetivo era otro, honrar a los muertos concretamente.

Del siglo V a.C. al I a.C. Don Códice y Don Volumen tampoco se quedarán atrás porque expandirían sus empresas con todo tipo de géneros: cartas de amor, obras trágicas… Aunque también es verdad que estos se llevaban bastante mal, mientras uno era pequeño y pasional con gran entusiasmo para cualquier viaje, el otro era más sabio, portando más conocimiento, pero muy vago para irse a otro lado. Por ello discutían muy a menudo, al igual que sus seguidores por motivos empresariales, funcionales, etc. Había de todo.

¡Oh! ¿y os he hablado ya del tío-abuelo segundo? Ya sabéis, el Códice eclesiástico, ¿no? ¿el que hablaba a dos columnas y nació de piel animal? ¿ese de la edad media que solo se dignaba a enseñar a unos pocos adinerados? ¿sí? ¿no? ¿ese que vestía con pinturas brillantes? ¿ahora sí? Perfecto, pues en ese caso continuamos.

Por suerte para vosotros, vuestro padre era menos selectivo en cuanto a profesiones se refería, así que este dio a innumerables hijos de todo tipo de género: enciclopedia, sumas y comprendidos diccionarios. Es una lástima que en la Alta Edad Media muchos fallecieran por culpa de los ignorantes que querían doblegar el pensamiento de los demás, en fin, la vida sigue. Por fortuna para nuestra demografía, en el siglo XV la imprenta aseguró nuestro legado y protección después de los peligros que superamos. Llegó la generación de los Libros, sí, esos si los conocéis muy bien ¿verdad? En ese caso, ya os sabréis el resto y aquí termino el cuento.

Y antes de que me empecéis a proclamar la razón de vuestros apellidos “¿por qué nosotros somos parte de la familia Lectura si estamos hecho de materia viva?” Pues la respuesta es bastante simple. Los Lectores formáis parte de ella porque sois su vida misma, sin nadie que leyera a nuestras parientes de materia muerta, estas habrían fallecido para siempre.

Triana Maceda Martín

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