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CARTA A MIGUEL DELIBES

CARTA A MIGUEL DELIBES

Estimado señor Delibes:

El motivo de esta carta es la realización de un ejercicio para la asignatura de Historia de la lectura perteneciente al Grado de Humanidades de la Universidad de Alcalá. Sé que en estos momentos ya no se encuentra entre nosotros y no puede leerla físicamente, pero estoy seguro que le hubiese gustado recibirla y por ello se la escribo, convencido de que, de alguna manera, la leerá.

Le ruego que continúe adelante y no se deje llevar por la primera impresión. Hay veces que se nos presentan oportunidades maravillosas nacidas de acciones interesadas, como es la ocasión. De una obligación he hallado un placer, el de poder dedicarle estas líneas, merecidas y sinceras que, aun llegando tarde, no dejan de ser un homenaje a su persona, no solo como escritor, sino como ser humano con valores y maestro de la vida.

Desde joven yo he sido lector de sus libros. Aunque ahora rayo el medio siglo ya desde mis doce o trece años tuve contacto con su literatura. Curiosamente, el hecho desencadenante poseía la misma naturaleza que el que me ha impulsado a escribirle estas letras, la obligación académica. Primero fue Las ratas, luego El camino. Ambas obras leídas para trabajos de instituto, lo reconozco. Constituían mis pasos iniciales en la literatura adulta, con los libros que nos acompañarán más tarde durante toda la vida, si llegas a amarlos. Yo así lo he hecho.

Usted fue también mi maestro, se lo hago saber, y los maestros nunca mueren, perduran en el tiempo, en sus alumnos y en sus obras. Escribía libros, y sus libros, al leerlos, escribían en mi interior. Al principio con tal suavidad que no me apercibí, en cambio ahora, tras las experiencias vividas, me doy cuenta de que calaron en mí y los rememoro consciente de su sabiduría.

La literatura, la buena, es una amante que el escritor engalana para el lector. A veces es cruel, a veces gratificante, difícil o hermética, ora se ofrece impúdica y exuberante, ora invita a la mesura y a la reflexión. Yo he viajado con la amante que usted me propuso. Algunos la verían con ojos poco favorables, más yo le confieso que siempre la vi hermosa y sabia, con una prosa sencilla en apariencia, que es el disfraz con que se disimula la complejidad de lo natural. Sus novelas son así, naturales, sin artificios, sinceramente humanas. Respeta a su lector y eso se nota, y es de agradecer.

Quiero que sepa que le considero un clásico, con el enorme peso que conlleva la palabra. Su obra habla del hombre con mayúsculas, enfrentado a los temas imperecederos de la literatura: el dominio del hombre por el hombre y la injusticia en Los santos inocentes, el hombre en y frente a la naturaleza en Las ratas, la infancia perdida y el sendero de la vida en El camino, la libertad y la conciencia junto con el amor maternal en El hereje, la tristeza y la lucha con la realidad en La sombra del ciprés es alargada, o el impresionante retrato femenino de Cinco horas con Mario.

Hay libros que al concluir su lectura y cerrarlos sientes el gusto amargo y desolador de la batalla eterna de la existencia, del mundo subyugando a la persona, de la incongruencia entre el exterior y el interior del hombre. Lo he encontrado en su obra y en El Quijote, en el final de su aventura, con Alonso Quijano apaleado y derrotado en su cama. Plasmarlo en un libro está al alcance de pocos escritores, y eso les hace inmortales.

Sin más, le doy las gracias por todo, por haberme divertido y por haberme mejorado. Le pido disculpas por la tardanza y le agradezco que me haya permitido pagar una pequeña parte de mi deuda como lector.

Miguel A. Marazuela Zapata

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