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VOLVER A LEER ES POSIBLE

VOLVER A LEER ES POSIBLE

Dado a que la realidad de nuestros días se ve caracterizada por la inmediatez, muchos de los que fuimos ávidos lectores, nos hemos ido apartando de forma sutil del libro y la lectura, para ocupar cada vez más tiempo consumiendo contenidos exprés, como vídeos que duran unos pocos minutos, artículos cortos o tweets y mensajes de caracteres limitados. Esta demanda afecta también a las industrias dedicadas al entretenimiento que se ven determinadas, cada vez más, por la obligación de producir un mayor volumen de contenido, lo que resta importancia a la calidad del trabajo final, puesto que se prima la inmediatez de consumo.

Estas circunstancias provocan que las prácticas lectoras actuales sean muy diferentes a las que tenían lugar en décadas pasadas. Resulta una dualidad muy similar a la que existe entre el clásico menú del día y la incipiente avalancha de cadenas de comida rápida, pues la lectura deja de tener un espacio principal en nuestra rutina, siendo pocos, aquellos que se toman ya el tiempo para leer una novela o disfrutar de una buena comida. Esta problemática, no solo atenta contra las lecturas clásicas, sino que también perjudica a espacios como el cine o el teatro, donde se nos hace “difícil” centrar nuestra atención de forma completa en la trama, lo que supone un desafío, máxime cuando tenemos que estar un par de horas sin consultar el teléfono.

Al darme cuenta de la cantidad de tiempo que dedico a contenidos poco elaborados, llegué a la conclusión de que era necesaria una solución drástica. Por ello, y desde hace un par de meses no cuento con aplicaciones como Instagram, Wallapop, Twitter, Tick-Tock… Y, de las que he decido conservar, como YouTube o WhatsApp, he restringido el uso. El mayor inconveniente que encontraba a esta solución era el hecho de perder el contacto con muchas personas a las que no veo de forma recurrente. Pero la realidad es que, cuando frecuentaba estas redes, solo me dedicaba a consumir contenido, el tiempo empleado a la interacción directa con otros usuarios ocupaba un papel ínfimo, por lo tanto, al tener el contacto de aquellas personas con las que de verdad quiero seguir socializando, en WhatsApp o en mi agenda de contactos, supuse que mi vida social no cambiaría en gran medida.

En cuanto a los resultados de este pequeño experimento, puedo decir que he recuperado aquellos minutos antes de dormir como espacio propio de la lectura y, al eliminar el mayor foco de distracción en mi rutina, puedo percibir una mejora en el rendimiento de mis trabajos universitarios. Aunque estas son las ventajas que he podido comprobar, gracias a esta dosificación de las redes sociales, espero desarrollar un mayor ritmo lector con el tiempo. A modo de conclusión de este pequeño artículo, recomiendo a todo aquel que extrañe sostener una profunda lectura entre sus manos, que tome las medidas necesarias para hacerlo posible.

Jorge Pérez Bayo.

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