CARTA A MARIO BENEDETTI
Querido Mario, salvador.
Tu no me conoces, nunca oíste hablar de mi,
nunca escuchaste mi voz,
nunca te estremeció mi lamento.
Cada mañana madrugué,
al amanecer,
cada mañana,
después de una ducha de agua templada,
vestirme apresurado,
sin ingerir alimento, sin ungüentos ni perfumes.
Cada mañana me acompañabas en mi viaje,
un viaje de ida y vuelta por el subsuelo.
Cada estación, cada capítulo,
cada carta en el metropolitano,
durante seis meses leí, releí.
Me acompañabas de esperanza,
anestesiando mi debilidad, impotente
Encarcelado en esos vagones,
entre desconocidos te soportaba en mis manos,
entre mis dedos, su piel agrietada, rayada como tu lomo.
La libertad robada, la libertad,
mi libertad entre tus líneas se desahogaba, vomitaba feliz.
Tu prisión era la mía, era la misma, diacronismo,
ese arco imaginario que nos unía.
Mi vagón era mi libertad encarcelada,
entre almas extrañas somnolientas,
tus palabras insuflaban pasión, emoción irreflexiva.
Lágrimas fugaces como las estrellas desplazándose a gran velocidad hasta ocultarse a mi mirada, leía,
releía tus desahogos.
Tus invenciones, tus esperanzas, sufrimientos, tu transcurrir, diacronismo,
arco de luz que nos unía.
Tu prisión en mi vagón,
apresado en mi libertad,
siempre de pie,
listo,
presto para correr,
para volar ese arco luminoso que me llevaba a ti.
Meses de sacrificios,
ritual,
de entregar mi conciencia consciente,
de pie,
erecta, a tus palabras.
Palabras olvidadas,
como criminal que olvida sus crímenes para sostenerse.
En esos vagones,
te olvidaba,
abandonaba durante unas horas,
en la superficie,
bajo el sol,
tu destino subterráneo, el mío.
Juan Francisco Muñoz Buenestado.
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