NOSOTROS Y VOSOTROS
Me sentía solo y algo sucio. El polvo iba cubriendo los bordes de mis páginas y cada día me sentía más cansado, menos esperanzado. De cuando en cuando, la misma mano, cuyo tacto había tenido el placer de sentir cerca en más de una ocasión, se acercaba a nosotros y, aunque dubitativa, siempre acababa decantándose por alguno de los compañeros que descansaban junto a mí.
Había perdido la cuenta de los días que llevaba adormilado en esa estantería de madera. Recuerdo como los mismos dedos que ahora parecían evitar rozarme, acariciaban llenos de ilusión la tapa que cubría mi cuerpo el día que me sacó de una caja repleta de otros tantos ejemplares como yo en una mañana soleada y alegre de mercado. Creo que ella iba acompañada y repetía constantemente la emoción que sentía al mecerme entre sus brazos. Decía que llevaba meses buscándome. Pensaba que la yema de sus dedos resbalaría por los pliegues de mis hojas en el mismo momento en el que llegásemos a casa. Nos sentaríamos en un sofá y compartiríamos juntos cada una de las aventuras que llevo escritas en mi interior.
Sin embargo, tras una larga espera ella siempre acaba escogiendo a otros. Entonces, me apenaba y pensaba que quizás, nunca llegaría a ser lo suficientemente bueno como para que alguien hablase a los cuatro vientos de lo fascinante que era mi historia, de lo interesante que era yo mismo.
Pero, como alguien dijo una vez: “el tiempo todo lo cura” y, abrazando a mi soledad, comprendí que quizás los libros y las personas no somos tan diferentes. Como ellas, nosotros deseábamos ser descubiertos, descifrados y queridos en mitad de una noche oscura. Como ellas, nosotros escondíamos nuestros defectos -como alguna que otra falta de ortografía o unas descripciones demasiado breves- tras los arbustos de las virtudes. Así, comprendí la razón por la que las personas y los libros se necesitan mutuamente: somos compañeros de un largo trayecto a quienes algunos llaman vida. En este camino existen diferentes etapas, en las que priman diferentes necesidades, gustos e, incluso, emociones. De esta manera, cada individuo escoge a la obra que mejor se adapte al pequeño hueco de su corazón y la trata con cariño, dejando que se convierta en una parte de él o ella.
Entonces entendí que, al igual que las personas, yo era válido y digno de afecto e interés a pesar de mis imperfecciones, solo debía esperar mi momento. Primero debía aprender a amar cada una de mis propias letras para que así, alguien pudiese adorarlas después.
Como alguien dijo una vez, el tiempo me curaría y yo descansaría feliz en esas viejas baldas hasta que llegara el momento de hacer volar la imaginación de alguien en su recorrido personal.
Ayla Chasco Arriarán.
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