EL DÍA QUE LEÍ EL MIEDO
No había forma de conciliar el sueño y ya era muy tarde. Daba vueltas en la cama sin saber en qué postura ponerme, en qué más pensar ni qué hacer. Me incorporé sobre la cama y encendí la luz de la mesa de noche. Abrí uno de los cajones, el último concretamente. Ese que nunca se abre porque solo sirve para acumular aquello que no sabes si tirar o guardar. Entre revistas, la caja de un antiguo teléfono, algún cable y una gorra, encontré una libreta, algo pesada y con fotos metidas entre las páginas.
Las fotos eran recientes, la más antigua tendría cuatro años. Sin embargo, aquella libreta era preciosa, de color morado con letras grabadas que cumplía casi los diez años. Lo recuerdo como si fuese ayer, fue un regalo de mi tío. Siempre que iba a casa de mis abuelos invadía su biblioteca y buscaba obras bastante impropias para un niño de diez años. Obras de Edgar Allan Poe o la de El Exorcista (hay que admitir que mi tío tenía unos gustos algo siniestros). Me podía pasar noches enteras leyendo fragmentos del libro, preguntado aquello que no entendía y por supuesto fantaseando y escribiendo mil historias parecidas. Dejaba la habitación llena de folios con mala letra y tachones. El día que me regaló esa libreta me dijo: «Ya tienes donde escribir sin que se pierda, intenta escribir todos los días una línea». Ipso facto abrí la libreta y vi una bonita dedicatoria con una frase que jamás conseguí cumplir pero que me marcó en aquel momento, nulla diez sine línea, que significaba: ningún día sin una línea.
Comencé a leer el contenido de la libreta, tenía apuntadas partes de letras de canciones que me gustaban, citas célebres, alguna reflexión, entradas de tipo diario… Me detuve en una página que comenzaba con el título El Miedo. Faltas de ortografía y no muy buena expresión pues era una de las primeras entradas que hacía. Pero en cuanto al contenido, no tenía palabras. No sabía que con esa edad tenía esa opinión, no lo recordaba. Hablaba de que el miedo era algo que formaba parte de nosotros desde que nacemos hasta que morimos y que quizás cuando morimos es porque ya hemos superado todos nuestros temores después de toda una vida. Por ejemplo, si me tiro desde un rascacielos, ¿por qué me muero realmente? ¿por el impacto contra el suelo o por superar el miedo a la caída ya que he sido capaz de saltar? ¿si me muero por causas naturales, es porque por fin he superado el miedo a vivir? Durante la vida, ¿tenemos miedo a esta? Hablaba también de lo que tiene para mi acompañarse de buenos compañeros durante la vida, de que las personas estamos fabricadas para estar acompañadas, para compartir nuestros mejores y peores momentos y exprimir ambos al máximo.
Hoy en día, casi siete años después, continúo pensando igual, con la salvedad de que antes lo admitía sin pudor en una libreta. Ahora es todo más difícil, o así nos lo ponemos, pero me di cuenta de que, en estos días de aislamiento, quizás lo que más me pese no es el no salir de casa, si no el sentimiento de soledad por no poder estar con todos los míos. Cerré la libreta, apagué la luz y me dispuse a dormir después de haber hecho una de las lecturas más raras, pero a la vez más constructiva en mucho tiempo. Después de haberme leído a mí mismo, a mi propio interior, a mi pasado, mi presente y a mi miedo.
Salvador Barreiro Miguel.
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