DEMETRIO
— Odio Alemán.
— Ya empezamos –—susurré, no llevaba ni una hora estudiando para la recuperación y ya se estaba quejando.
— De verdad que lo odio.
— Pues haberlo aprobado en su día Julia, a mí qué me cuentas –—de verdad que a veces no la soportaba.
— ¿Qué lees? —preguntó.
Quería ignorarla, no solo porque ella necesitaba concentrarse, sino también porque no tengo ganas de hablar con nadie, solo quiero estar tranquila. Ni siquiera sé por qué he venido a la facultad, mis exámenes terminaron hace dos días y lo tengo todo aprobado, con lo bien que estaría en mi casa con mis perros.
— El sueño de una noche de verano —decidí responder al fin mientras daba un sorbo a mi Coca Cola Zero. Bien de cafeína a las diez de la mañana cuando la cafetera del bar del edificio no funciona.
— Ni idea, ¿de quién es?
— Julia… —respondí con resignación— ¿dónde ha quedado tu cultura general? Es una comedia de Shakespeare.
— Chica, yo qué sé –—volvió a fijar la mirada en sus apuntes y yo seguí leyendo.
…Y por ella se dice que el amor es niño, siendo tan a menudo engañado en la elección. Y como en sus juegos perjuran los muchachos traviesos, así el rapaz amor es perjurado en todas partes; pues antes de ver Demetrio los ojos de Hermia me juró de rodillas que era sólo mío; más apenas sintió el calor de su presencia, deshiciéronse sus juramentos como el grano al sol…
— Hallo Paula —no me lo puedo creer, pensé— wie geht es dir? Gott sei dank und dir.
— Julia —le dije con la poca paciencia que me quedaba— para tu mente, por favor.
— Mira, Marta, estás insoportable hoy, no sé qué te pasa —la ignoré y seguí leyendo.
… Yo le avisaré la fuga de la bella Hermia, y mañana por la noche le acompañaré al bosque para perseguirla; que si por este aviso me queda agradecido, recibiré en ello un alto aprecio, aunque si aspiro a mitigar mi pena, sólo es poder mirarlo a la ida y a la vuelta…
— Mira que es tonta —se me escapó un comentario a media voz.
— ¿Decías?
— Nada, el personaje, que me pone un poco histérica.
— ¿Por qué?
— Pues porque… —el sonido de las puertas del bar interrumpió lo que iba a ser una larga explicación acerca de la sororidad y la dependencia emocional que a veces sufrimos las mujeres por parte de machitos que juegan con nosotras. El que faltaba, pensé, rodeado de sus amigos del Doble Grado acababa de aparecer como si mis pensamientos le invocaran. Julia, que ya se olía el panorama, bajó la cabeza hacia sus apuntes. Yo, por mi parte, y con el libro abierto de par en par apoyado en la mesa, me dediqué a observarle. Ni siquiera se dignó a mirarme, pero sabía de sobra que yo estaba allí.
— Mamen, ponme uno de bacon y queso —dijo con su estruendosa voz. Era como si siempre quisiera llamar la atención.
— Enseguida Iván —respondió la cocinera. Yo no podía dejar de mirarle con el mayor desprecio que mi mirada podía transmitir. Ya no iba a agachar más las orejas por él.
De repente, algo hizo que hubiera un cruce de miradas entre nosotros, y no solo eso, sino que, a la vez, la cara de Iván al ver mi mirada fría y furtiva cambió en milésimas de segundo.
Ya no jugarás más conmigo, Demetrio.
Juno.
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