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CARTA A QUEVEDO

CARTA A QUEVEDO

Querido Quevedo:

 

No seré yo la que ponga en duda la ingeniosidad de la literatura española del Barroco, pues sería una idea absurda, pero eso no quiere decir que la literatura de esta época no me deje una sensación desagradable cada vez que me pongo en contacto con algunas de tus obras líricas, en las que plasmas tu sentimiento misógino, el cual ha dejado una explícita huella en nuestra literatura, de la que, por lo visto, tú estás muy orgulloso, ya que en tu época se alardeaba de este sentimiento como si fuera una virtud y algo muy normal.

¿Qué pensaría tu madre si levantara la cabeza? Pues no te olvides de que, por fortuna o por desgracia, estuviste ligado a varias mujeres durante toda tu viuda, en la que en varias etapas bien que les dedicaste poemas bajo pseudónimos. Desde la Baja Edad Media, las mujeres hemos recibido numerosos juicios descalificativos, que nos han teñido de prejuicios y estereotipos.

Te preguntarás por qué saco el tema de la misoginia cuando tú estás ya más que muerto y yo estoy en un siglo tan «adelantado». La respuesta está en que todavía queda mucho trecho que recorrer, pues, por ejemplo, el otro día navegando por Internet me topé con unas palabras que denotan, sin lugar a dudas, una gran intelectualidad a favor del literato Francisco Umbral: «A uno la violación le parece el estado natural/sexual del hombre. La hembra violada parece que tiene otro sabor, como la liebre de monte. Nosotros ya sólo gozamos mujeres de piscifactoría». (A éste yo también le dedicaba un par de «cartitas» allá donde quiera que se encuentre).

Para que te quedes más tranquilo, no te voy a echar toda la culpa a ti solo, pues, seguramente, serías uno de esos pobres hombres amargados víctimas de su propia sociedad que necesitan esconderse en los defectos de los demás para poder ocultar los suyos.

 

Un cordial saludo,

Judit Marqués.

 

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