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LA MESA

LA MESA

Cuando era pequeña, mi madre siempre nos regañaba a mi padre y a mí por dejar libros encima de la mesa del salón, entorpeciendo así la decoración de la misma. Ahora, años más tarde, es una batalla que ya da por perdida ya que la mesa siempre está inundada con torres de libros e incluso alguno que otro es suyo. Ayer llegué a casa para pasar las vacaciones de Semana Santa y lo primero que hice fue sacar de la maleta el libro que me estoy leyendo. Al ir a dejarlo en la mesa del salón, comprobé que mi padre había cambiado de libro. Tiene gracia, pero en mi casa solemos hacer cadenas de libros, me explico: las cadenas de libros en mi familia consisten en que alguien compra o coge de la biblioteca un libro y si está bien, va pasando por todos los miembros de la casa. Es muy entrañable cuando en las comidas nos ponemos a debatir sobre lo que hemos leído, y ahora que estoy fuera es una de las cosas que más echo de menos.

En estas fechas me acuerdo mucho de mi abuelo que murió hace un año. Gracias a él empecé a ver en los libros a auténticos amigos, confidentes mediante los cuales puedes convertirte en otro personaje sin necesidad de moverte de casa. En sus últimos momentos, El médico de Noah Gordon se convirtió en un compañero que alivió su dolor. 

Es curioso como hay libros que recuerdan no sólo a personas, sino también a lugares, experiencias y aventuras. Simplemente combinando palabras pueden hacerte sentir diversas emociones. Para nosotros, que nos creemos los reyes del mundo, qué contraste nos supone que unas cuantas hojas nos moldeen a su antojo.

 

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