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LAS MUJERES Y LA NOVELA: UN DISCURSO FICTICIO DE UNA LECTORA DECIMONÓNICA

LAS MUJERES Y LA NOVELA: UN DISCURSO FICTICIO DE UNA LECTORA DECIMONÓNICA

¡Buenas a todos/as, chicos/as!

Os quiero dejar una especie de "discurso" ficticio que he escrito y que bien podría ser obra de una de esas nuevas lectoras decimonónicas de las que hablamos la semana pasada en las clases de "Historia de la lectura". Como vimos, fue en el siglo XIX cuando la mujer comienza a transformar sus gustos lectores al tiempo que va cambiando de mentalidad, de intereses, de expectativas, etc., gracias al despertar de la conciencia de género y a su inserción en el mundo laboral.

He escrito este "discurso" releyendo "Una habitación propia" de Virginia Woolf (¿os acordáis de que la profesora dio mucha importancia a las habitaciones propias en relación a esa conquista de la lectura femenina que empieza a hacerse realidad en este siglo?).

Me gustaría, pues, que os imaginaseis a una de esas mujeres, como la retratada en este lienzo de la artista australiana Florence Ada Fuller, “Mujer leyendo” (1900), que se dirige a otras mujeres que, como ella, están inmersas en ese proceso de luchar por la "peligrosa relación" entre la mujer y la lectura, y por ello deciden rebelarse. Las frases en cursiva son de Virginia Woolf. 

¡Disfrutadlo!

LAS MUJERES Y LA NOVELA

Las mujeres y su modo de ser; o las mujeres y las novelas que escriben; o las mujeres y las fantasías que se han escrito sobre ellas; o quizá estos tres sentidos inexplicablemente unidos (Virginia Woolf).

Las mujeres y la novela seguiremos siendo problemas sin resolver. Este collar que nos habéis atado al cuello, nos hace bajar la cabeza. La vida se nos apaga sutilmente sobre las manos que sujetan un libro.

A nosotras, las mujeres pasionarias de rubor carmesí en las mejillas, de espléndidas lágrimas que las recorren al crecer entre las verjas. A nosotras, las que tenemos corazones pájaro-cantores, cáscaras de arcoíris que chapotean sobre nuestros labios subterráneos. A nosotras, ¡sí, nosotras! Nuestros maridos nos están quitando a Tólstoi y a Flaubert, nos desaconsejan leer cualquier cosa que no sea La cuisinière bourgeoise ¡Y estamos hartas de leer consejos sobre la cocina y el hogar o los buenos modales! ¡Tenemos que dejar actuar a la revolución, que para nada es catástrofe! No deberíamos estar llenas de hilos ni de cuerdas como si perteneciésemos al corazón de un avaro. Aquí estamos, pensando en todas las mujeres, y un millar de estrellas relampaguean por los desiertos azules del cielo... Releo cualquier novela por entregas y se me salta desde un precipicio el corazón excitado, ¡qué pasión! Yo estoy harta, no quiero que me prohíban leer en voz baja cualquier amorío en mi propia habitación con la luz y los cantos de los pájaros por la ventana… Pero os estoy viendo las caras, y lo comprendo… Seguimos con miedo al veneno. Sigue resultándonos difícil abrazar a aquellos instintos e ilusiones más primarios que son desagradables para otros que lo único que quieren es que no nos apartamos del camino correcto.

Pero, mujeres, que estáis aquí presentes, ¿acaso no seguimos teniendo nuestras manos, nuestras mentes? Abrid las palmas, poco a poco y hacia arriba. ¿Veis vuestras manos? Las vuestras. Vuestros dedos, vuestras plumas, y vuestra libertad escondida entre las uñas. Ahora, enganchemos mano con mano, punta con punta, y ¡rasguemos esta tela de araña por el medio! ¡Ardamos como faros en esta sociedad machista, burguesa y patriarcal!

¡Somos heroicas, mezquinas, espléndidas y sórdidas, infinitamente hermosas y perfectamente libres! ¡Somos tan grandes como los hombres, de esquina a avenida, de un par de páginas de revista de moda a libro sobre carpintería o anatomía! Somos recipientes derramados para dejar fluir todas las fuerzas que nos acompañan en esta noche de reunión.

Vale, ahora calmaos. No os agobiéis por no estar viviendo la vida que queréis. Yo hablo de defender nuestra igualdad al hombre, a todos los hombres. ¡Hablo de poder tener una habitación propia! ¿No lo entendéis? Yo lo sé. Somos raras, desequilibradas, pero sobre todo, somos reales. Sí, reales. Imperfectas. A veces escondemos un guiño, una sonrisa o quizás una lágrima, pero desde nuestro corazón y siempre hacia el vuestro -mujeres y hombres luchadores- no podemos escondernos. Mujeres que estáis aquí presentes, os miro directamente y os digo: Quien quiera censurarnos, que lo intente. Que nosotras, poco endebles, hemos consumido todos los obstáculos volviéndonos incandescentes, que no caeremos por injusticias ni tampoco deberán esperar que carezcamos de intereses. Nuestra esperanza de éxito nunca, jamás, debería volver a no-superar los temores, ¡pues el fuego arde de calor en nuestro interior!

No somos culpables, amigas, compañeras. Somos mujeres. Somos mujeres. ¡Ahora bien, levantaos! ¡Vamos a correr como si tuviésemos alas en los talones y pudiésemos volar después! Vamos a hacerlo, amigas, compañeras, mujeres; sí, porque, aunque nos las quieran cortar, las tenemos.

Sofía Morante Thomas

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