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AEDO

LECTORA COMPULSIVA

LECTORA COMPULSIVA

- Éste creo que no lo ha leído.

- Éste ya se lo llevé hace unos meses.

- Éste tiene la letra demasiado pequeña y luego se queja de que no lo puede leer bien.

- ¡Uy, éste seguro que le va a gustar porque es una novela histórica! Aunque luego se cree que es verdad lo que cuenta el autor y me tocará, como siempre, entrar en una discusión sobre los personajes.

¿Cómo, que de quién hablo? ¡Ah, no me había dado cuenta de que estaba acompañada y hablaba sola! Perdona, pero me has pillado en plena labor de elegir unos cuantos de mis libros para llevárselos a mi madre, porque me ha llamado por teléfono y me ha dicho que ha terminado la última remesa de hace un par de meses y que necesita más, ya que si no tiene nada para leer, no se queda dormida. Con esto no quiero decir que a ella un libro le sirva para dormirse, porque creo que (según me cuenta) todos los días apaga la luz sobre la una o las dos de la madrugada...

Para que te hagas una idea, te voy a hablar un poco sobre mi madre. Se llama Estrella, nombre que a mí me parece muy bonito, y que a ella no le gusta nada. Siempre alega que no le gusta porque en su tierra, Galicia, es un nombre que se pone a las vacas. No intentes que cambie de idea, porque no lo conseguirás. Nació en La Coruña y le tocó vivir tiempos malos a causa de la guerra, lo que supuso que su paso por la escuela fuera muy escueto, aunque le dio tiempo a aprender a leer, a escribir y saberse las cuatro reglas básicas de Matemáticas.

Desde que supo leer siempre tuvo en sus manos un libro o algo con lo que disfrutar leyendo. Los tiempos de su juventud no fueron nada propicios para el fomento de la lectura al escasear el papel. Además, tampoco se fomentaba la lectura en los hogares. ¡Había cosas más importantes en las que pensar y poder pasar el tiempo! La afición por la lectura le viene de mi abuelo, ya que tenía muchos libros que mi madre aprovechaba para leer. Curiosamente, mi abuela, que trabajaba en la Fábrica de Tabacos de La Coruña, era analfabeta. Nunca aprendió ni a leer ni a escribir, su firma era una cruz, pero fue una persona tan buena y siempre tan feliz que estoy segura que nunca echó de menos el no tener un libro entre sus manos.

Me cuenta mi madre que de joven se le pasaban las horas leyendo. Tal era la cosa que como hija mayor de una familia de ocho personas y estando encargada de los quehaceres de la casa mientras mi abuela iba a trabajar, en lugar de hacer los encargos diarios se entretenía con la lectura, gracias a lo cual, más de cuatro veces terminó castigada a causa de sus vicios.

Y ahí sigue, de devoradora de libros. Cae uno tras otro y por muy malo que sea el que le toque leer, ella siempre llega al final de la historia, nunca lo deja, tal y como yo le aconsejo, e inmediatamente percibo cierta mirada de regañina al oírme decir que lo deje, que no pierda el tiempo que tiene más. Pero no lo hará nunca, porque para ella es sagrado el terminarlo.

Voy a seguir con mi búsqueda, porque me acaba de volver a llamar para recordarme que no me olvide de sus libros.

Pero antes de terminar y, lo más importante de todo esto, es que mi madre acaba de cumplir 89 años y en su mesilla de noche hay siempre libros que conforman su lista de espera personal.

 Elisa Nuez Patiño.

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