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AEDO

EL MIEDO A LA SOLEDAD

Volvía a estirar el brazo. Necesitaba cerciorarme de que él no estaba. Que se había largado. Mi mundo se desmoronaba un poco más cada día. Los secretos. Odiaba los secretos, odiaba no poder hablar o desahogarme con mis amigas. Me odiaba por no habérselo contado y fingir que soy feliz, que estoy bien, porque no lo estoy.

A veces pienso que me he vuelto loco, pero ¿quién no se habría vuelto totalmente loco en mi lugar? Mi novio me deja y me entero de mi enfermedad. No quería ser una víctima, no quería ser esa víctima que necesita que le abracen cada día y dar lástima.
Cada vez que pienso en la mirada de compasión de esa jodida doctora me dan ganas de lanzarme por la ventana.

Tengo muchísimo miedo. Tengo miedo a lo que me pueda pasar, miedo a lo que conlleve y miedo a la reacción de las chicas. ¿Cómo se lo tomarán? ¿Y si realmente me miran con lástima y si incluso me preparan magdalenas cada semana? ¿Y si acabo solo? No quiero morir, aunque empiece a volverme loco, aunque mi pelo se convierta en restos inertes alrededor de mi cabeza, aunque ningún tío esté dispuesto a tener una relación…, no quiero morir. Tengo miedo a no despertar. Tengo un miedo terrible a que una noche apague las luces y no vuelva a abrir los ojos.

Pero no creo que sea capaz, no creo que pueda seguir adelante, estoy jugando en el estadio cuatro, están a punto de lanzarme la bola y tengo dos opciones: utilizar el bate o abandonar la partida. Basta decir que desde que él se largó y me dejó solo, mis ganas de jugar aunque fuera al scattergories se esfumaron. Por ende, mis ganas de luchar, de batear fuerte, se habían desbanecido al enterarme del cáncer, quizá fuera cobarde, quizá sencillo, pero no creía que fuera capaz de seguir con la medicación y el tratamiento.

Y lo peor es que me lo he buscado yo, no digo que me lo merezca, no creo que por tomar el sol sin protección cada verano en Benidorm me hayan salido los dichosos bultitos, no creo que por ello merezca enfermar y morir. No lo creo. Pero es cierto que me lo he buscado yo. Es una enfermedad que la he encontrado por mis actos. Quizá la suerte influyera, pero ha sido mi culpa. Todos salimos a la calle cada día, sonrientes del día tan sumamente soleado que hay fuera, olvidándonos por completo la gran bola de cáncer que es en realidad esa estrella de fuego que nos hace tostarnos cada verano.

¿Qué si hubiera preferido una enfermedad venérea? Posiblemente sí, al fin y al cabo la habría conseguido por tener sexo sin protección, nada que ver con el uso de nivea y su dichoso balón. ¿Significa esto que acabaré sentado en una habitación acolchada durante el resto de mi vida? ¿Con miedo a que me rechacen por tener pelo de rata moribunda? ¿Y si me extirpan un testículo? ¿El otro seguirá funcionando? ¿Y si no hay nadie que me sostenga la mano mientras sigo dormido por la anestesia de la operación? ¿Y si despierto solo? ¿Y si él no viene para reunirse conmigo?

Apago la luz mientras me acurruco en la cama. Dejo que las sábanas me atrapen mientras comienzo a estirar lentamente el brazo. Pero él no está. No está.

Él no iba a volver, yo lo sabía, era evidente. Jamás volvería a estar en mi cama. ¿Cómo iba a volver? No lo hará. Es imposible. Pero, ¿por qué? ¿Por qué se fue? ¿Por qué tuvo que irse justamente él? Yo era feliz, pese a los últimos meses, yo era feliz. No pensaba en esas veces que había otros. No pensaba en ellos. Era feliz, de acuerdo, no todos los días que duró la relación, ni a todas horas, pero era bastante feliz.

Pero no entiendo por qué se fue. Tuvo que ser mi culpa. ¿Fue realmente mi culpa? Sí, soy yo quien lo ocasionó. Fue mi culpa. Aunque a veces no quiera verlo así, aunque mis amigas me suplicasen que no lo viera de esa manera, tenía claro que yo era el culpable de que él se fuera.

Cuando ocurrió, cuando él se fue, me pasé tres días en la cama. No salí de ella, tan solo para hacer pis y comer bollos de chocolate que me traían mis amigas. No podía creerlo, me negaba a que fuera verdad. No podía ser, no tenía sentido. Me hinchaba a valiums para poder pegar ojo por las noches y del chute me pasaba el día medio adormilado y sin dejar de llorar. Le quería. Le quería muchísimo y me dejó solo.

Yo había soportado constantes engaños, sus incontables escarceos con otros mientras yo esperaba sentado a la mesa con la cena caliente en el horno, esperando a que viniera, para luego sonreír y fingir, fingir quizá porque le quería demasiado como para decirle adiós, o fingir simplemente por el miedo a que se fuera, por el miedo a quedarme solo, por el miedo a que nunca más me sacaran a la pista de baile.

No me atrevía a salir de casa, el mundo real me daba demasiado miedo y no tenía valor para enfrentarme a él. Cada día realmente parecía más duro que el anterior, porque cada día que pasaba era más evidente que él no volvería. Nunca había dejado de quererle, es cierto quizá que mi amor por él pareció ir en un ligero descenso desde que me propuso lo de la relación abierta, pero aún así, el día que se fue, le seguía queriendo muchísimo y habría hecho lo que hubiera estado en mi mano porque volviera.

El tiempo no lo hacía más fácil, porque cada día que pasaba era no únicamente otro día más sin él, sino un día más en que me daba cuenta de que él no volvería. Que me había dejado. Me había dejado solo.Todo se volvía horrible y sin sentido. Cada día le veía: iba a tirar la basura y ahí estaba él. Tan alto y guapo. Con el pendiente en la oreja izquierda. Pero no era él. Ni siquiera se le parecía. Mi mente me comenzaba a causar muy malas pasadas cada día creyendo verle donde no estaba. A menudo le veía sentado en un autobús o incluso una vez le vi anunciar cereales en la televisión.
Tenía que ser él, pero no era él. A veces preso de la desesperación corría al teléfono y empezaba a marcar, dejaba escuchar los tonos y su voz me ofrecía dejar un mensaje. No dejaba mensaje. Pero me consolaba escuchar su voz. ¿Relajarme? No está claro. Nada está claro desde que se fue.

A diario paseas entre la gente, intentas evitar mirarles a la cara, toda la calle está plagada de él. Cada persona a la que miras directamente, aunque sea calvo o lleve el pelo verde, es él. No volverá. Lo sabes. Sabes que no lo hará. Intento no pensar, evitar pensar en que él ya no está y no volverá. Pero no es fácil. Esperas verle, esperas que el tiempo pase y le recuperes. Pero cada mañana te das cuenta al despertar que el otro lado está frío. Está vacío. Lo estará mucho tiempo. No puedes hacerle volver, por muchos planes que intentes diseñar, él no volverá. Nadie vuelve. No, nadie lo hace. Cada día esperas que se meta en tu ducha y te enjabone la espalda, pero no ocurre, ni ocurrirá. No volverá. Cada noche me meto en la cama esperando que vuelva, que llame al telefonillo, que abra con sus llaves y se meta conmigo en la cama. Notarle en mi espalda.

Me odio por ello. Me odio por volver a pensarlo. Hacía dos meses que me había dado cuenta de la realidad. Hacía algo más de dos meses que había aceptado que él no volvería, que mi vida había cambiado y debía pasar página. Pero con el tema del cáncer todo había vuelto a mí. Mi desesperación, mi dolor y la angustia por su abandono me golpeaban de nuevo en la cara cada noche.

Conseguí aceptar que no volvería a verle. Aceptar que seguía con mi vida, aunque sin olvidarle, sin olvidar toda nuestra historia, pero seguía caminando. Lo había aceptado, lo había entendido, pero ahora de nuevo me veía impulsado a hacerme preguntas, a desear que volviera, a esperar realmente que algún día volvería de verdad. Que  llegaría y olvidaríamos todo. Que estaría a mi lado.

Me quede dormido. Pero en plena noche me desperté y, de nuevo, como cada noche, alargué el brazo entre sollozos. Pero ahora no estaba vacío. Había algo o alguien. Su olor invadió la habitación. Él había vuelto. Me senté en la cama y le miré. Estaba realmente guapo. No veía gran cosa y me daba miedo encender la luz por si eso le hacía alejarse de mí, por si le hacía desaparecer de nuevo, por si me mostraba la realidad:

-¿Has vuelto?

-No Fran, pero tenía que decirte algo.

-¿Cómo es posible que estés aquí?

-Siempre estaré contigo, jamás dejaré de amarte, pero debes seguir. Debes seguir. Debes seguir aunque no esté contigo. Debes cuidarte y ni se te ocurra pensar en no seguir el tratamiento. Debes hacerlo Fran. Debes hacerlo por ti y por mí, por nosotros. Debes luchar por vivir. Te vigilaré. Estaré atento de ti y jamás dejaré que te sientas solo... Siempre estaré contigo. Te quiero.

-Yo también te quiero.

Él desaparece justo después de besarme en una mejilla, pero su lado de la cama pese a todo está helado. Me recorre un escalofrío... Él está muerto. No volverá. Nadie vuelve de allí. Aunque es un consuelo saber que siempre estará junto a mí, guíandome. Justo en ese instante noto un cosquilleo en mi mejilla. Sí, lo estará.

Carlos Yebra Castillo.

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