EL COMIENZO

¿Quién no se ha preguntado alguna vez qué hubo antes del Bing Bang? Y es que los comienzos, de todo lo que nos atrapa, secundan misterios. El comienzo tiene ese arranque, indescifrable, que dibuja un trazo continuo hacia un nuevo eslabón, seguido de otro. Construimos una secuencia desde un punto de partida que conocemos y caminamos hacia lugares aventurados para recalar en una fantasía.
Vemos lo que queremos ver. En ocasiones, creemos vislumbrar un sombrero, cuando en realidad es una serpiente que ha devorado un elefante. Olemos lo que queremos oler. Al entrar, el olor a almendras amargas nos recuerda los amores contrariados. Conocemos lo que nos enseñan, como cuando nunca hemos visto el hielo y nuestro padre nos lleva a conocerlo. Nos inquietamos cuando nuestro casero solitario se comporta en su soledad como un vecino que nos puede llegar a agitar.
Construimos una casa en un gran valle, al pie de la empinada ladera de una colina junto a un burbujeante arroyo y queremos viajar, en vez de hacer turismo, porque el viajero no pertenece más a un lugar que al siguiente y los turistas aceptan su propia civilización. Volvemos sobre el mito del eterno retorno. Lo que desaparece para siempre, no retorna; es nuestra propia sombra y nada significa. No tiene peso. Es leve.
Somos el resultado de un recorrido cuyo testimonio de fe descansa en los libros que nos visitan y se van. Del Origen de los Tiempos a la Insoportable Levedad del Ser, volvemos al punto de partida, para reaparecer como El Principito tras visitar planetas. En Tiempos del cólera Macondo nos abraza y avanzamos sobre los Pilares de la Tierra. Después de habernos sobrevivido, descendemos de Cumbres Borrascosas para detenernos y acabar bajo El Cielo Protector del desierto del Sáhara.
Cuando empezamos un libro, volvemos a terminar.
Cuando terminamos un libro, volvemos a empezar.
Alan Salgado
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