Blogia
AEDO

EL REFUGIO DE LOS LIBROS

EL REFUGIO DE LOS LIBROS

En una casa en la ciudad de Berlín, Noa se arrodillaba en la ventana de su pequeño ático. Los últimos rayos de sol de ese día se filtraban a través de las persianas, iluminando los bordes ya desgastados y amarillentos de su libro favorito. Aún recuerda cuando se lo regalaron, antes de que toda esa barbaridad hubiese empezado. Se lo había leído más veces de las que podía contar con los dedos de sus pequeñas manos; era su tesoro más preciado.

Noa tenía nueve años. El mundo en el que ahora vivía se había convertido en un lugar horrible. Todos los rostros alegres que antes veía habían desaparecido, la calle que cruzaba feliz todos los días para ir al colegio ahora le aterraba y el canto de los pájaros que escuchaba por las mañanas se había transformado en el sonido de las bombas. La guerra lo había cambiado todo.

El parche amarillo en forma de estrella, bordado en su abrigo, era un recordatorio de que ya no era una niña como las demás. Ahora sus amigos y amigas la ignoraban, como Greta y Hans, con los que en el patio del colegio jugaba a saltar a la comba. Sin embargo, ahora cuando los veía en la calle, Greta bajaba la mirada y Hans se daba la vuelta como si no la conociera. En la escuela los profesores la trataban con desprecio, pero lo que más le dolía eran los gritos de los soldados que al verla le gritaban: “¡Judía!”, como si esa palabra fuese la única que la definía.

Pero cuando la noche caía sobre Berlín, Noa se refugiaba en su rincón del ático. Con su libro entre las manos, las palabras se convertían en su único refugio, el único lugar donde podía escapar de la horrible realidad que la rodeaba.

Hoy, como cada noche, abría las páginas de aquel libro. La historia de una princesa que vivía en un castillo lejano la envolvió en un abrazo. En su mente, todos aquellos gritos de los soldados se convirtieron en las risas de los niños y niñas que habitaban en su palacio, y la oscuridad de la guerra desapareció en los jardines de aquel reino lejano. Era en aquellos instantes cuando Noa se olvidaba de su estrella amarilla y del miedo que vivía cada día.

Sus padres la miraban desde el piso de abajo, y, aunque no se unieran a ella, la entendían. Intuían que los libros tienen un poder que la oscuridad de aquella guerra no podía tocar. Aunque el mundo fuese cruel y su futuro cada vez más incierto, Noa sabía que dentro de esas páginas nada podría alcanzarla. Así, en el mundo de su libro favorito, Noa era quien quería ser: una pequeña princesa que no tenía miedo y que era muy feliz en su reino.

Lucía Díez Castillo

0 comentarios