La lectura en la cotidianeidad
En la sociedad actual, llena de frenesí y ritmos vertiginosos, la lectura se devalúa. A pesar de las últimas estadísticas, que afirman un aumento de lectores, realmente no reflejan esa culturización social. El libro y el hábito de leer se ha convertido en un elemento más al servicio del puro consumismo, de nuestra sociedad capitalista. Las editoriales publican libros tras libros, edición tras edición, sin parar a analizar el qué se publica. El último best-seller, libros de recetas culinarias, libros de autoayuda… se cae en ese consumismo voraz y sistemático a los modos de vida del ser humano, en el que buscamos en la lectura las respuestas a nuestro modo de vida. Incluso se está volviendo a reinterpretar el estoicismo como consecuencia de la vida frenética en la que nos encontramos, dando falsas esperanzas al ser humano de adaptarse a estos tiempos. Pon tu mejor cara, sé indiferente a las condiciones humanas en las que estás sometido.
La lectura como actividad secundaria aumenta. Mientras vamos en el autobús, mientras esperamos en la sala de espera del médico, mientras descansamos y desconectamos del día tras llegar del trabajo… Pero la comunión con la lectura se ha perdido. El ser humano no tiene tiempo para dedicarse a la lectura. El cine, la prensa, la música… se ven abocadas a este mismo sistema de vida humana. La última superproducción de la industria cinematográfica, el último sencillo del artista de turno, el último artículo publicado por el periodista oportuno; todo está supeditado a las características de nuestras vidas. La película medida en los minutos necesarios, el artículo con las palabras justas, la canción con la duración exacta; todo forma parte de un círculo de consumismo sistemático.
Aporto este fragmento del libro que estoy leyendo actualmente, El arte de amar, del filósofo y psicólogo Erich Fromm, que analizaba esta misma situación allá por 1959. Poco, o más bien nada, ha cambiado:
“Además de la conformidad como forma de aliviar la angustia que surge de la separatidad, debemos considerar otro factor de la vida contemporánea: el papel de la rutina en el trabajo y en el placer. El hombre se convierte en “ocho horas de trabajo”, forma parte de la fuerza laboral, de la fuerza burocrática de empleados y empresarios. Tiene muy poca iniciativa, sus tareas están prescritas por la organización del trabajo; incluso hay muy poca diferencia entre los que están en los peldaños inferiores de la escala y los que han llegado más arriba. Aun los sentimientos están prescritos: alegría, tolerancia, responsabilidad, ambición y habilidad para llevarse bien con todo el mundo sin inconvenientes. Las diversiones están rutinizadas de forma similar, aunque no tan drástica. Los clubs del libro seleccionan el material de lectura; los dueños de cinematógrafos y salas de espectáculos, las películas, y pagan, además, la propaganda respectiva; el resto también es uniforme: el paseo en auto del domingo, la sesión de televisión, la partida de naipes, las reuniones sociales. Desde el nacimiento hasta la muerte, de lunes a lunes, de la mañana a la noche: todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas. ¿Cómo puede un hombre preso en esa red de actividades rutinarias recordar que es un hombre, un individuo único, al que sólo le ha sido otorgada una única oportunidad de vivir, con esperanzas y desilusiones, con dolor y temor, con el anhelo de amar y el miedo a la nada y a la separatidad? [...] “Todo el mundo es feliz hoy en día”. La felicidad del hombre moderno consiste en “divertirse”. Divertirse significa la satisfacción de consumir y asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas; todo se consume, se traga. [..] Nuestro carácter está equipado para intercambiar y recibir, para traficar y consumir; todo, tanto los objetos materiales como los espirituales, se convierten en objeto de intercambio y de consumo.”
Diego Sánchez-Horneros Pérez
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