UN REFLEJO DE LA VIDA: LA COLMENA
Uno de los objetivos de la pintura ha sido siempre el de representar la realidad. Durante el Impresionismo el deseo de los pintores fue recrear a través de trazos de color un instante. Convertir lienzo en ventana. Leer La colmena se asemeja a contemplar un cuadro impresionista trazado con letras negras. Al igual que los pintores impresionistas, Camilo José Cela aspira (y consigue) reflejar un momento. Este momento se sitúa en el Madrid de la posguerra.
Observa la calle y fíjate en el ajetreo de la gente, lo que contemplas es lo que Cela intenta captar en su obra. Cela retrata personas de diferentes clases, ideologías y moral. Poseedoras de distintas esperanzas, motivaciones, objetivos e intereses. Entre los casi infinitos personajes no hay ninguno al que se pueda considerar protagonista de la obra. Tiene cierto sentido pues en la vida real no hay protagonistas más allá de nosotros mismos.
Pensándolo mejor, puede que sí haya un personaje principal. Es un personaje tan evidente que es fácil pasarlo por alto pero es al que se describe con mayor profundidad. No hablo sino de la vida. Una vida formada por momentos cotidianos y rutinarios y por encuentros casuales e inesperados.
Al inicio de la obra se intenta inocentemente recordar a cada uno de los personajes que progresivamente van apareciendo. La tarea es prácticamente imposible. Cela obliga al lector a rendirse y dejarse llevar porque, irremediablemente, los personajes acaban por confundirse y entremezclarse en la historia.
Es interesante que, pese a la casualidad que determina nuestra realidad, todos los personajes de la obra están unidos entre sí, ya sea de manera directa o indirecta a través de otros. Hay algunos enlazados por vínculos familiares o de amistad, otros a los que les une el trabajo y otros que lo único que tienen en común es compartir un lugar en un momento determinado.
Recomiendo la lectura de este libro por la habilidad de Cela para reflejar la cotidianidad y por su forma de eludir la estructura literaria que parece dominar la literatura. No hay nudo ni desenlace, solo personas y situaciones, solo realidad.
Y la obra no es más que eso. Como la vida misma. Gente que viene y va y el esbozo de un instante dibujado con palabras de tinta.
María Herrera Becerra.
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