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CARTA A ALBERTO VÁZQUEZ-FIGUEROA

CARTA A ALBERTO VÁZQUEZ-FIGUEROA

Estimado Sr. Vázquez-Figueroa:

Soy una estudiante de segundo curso del Grado en Humanidades de la Universidad de Alcalá. Cuando hace unos días me dijeron que tenía que escribir una carta a un autor del cual hubiera leído algún libro, inmediatamente me vino a la memoria aquel título suyo que data de principios de los noventa y, que a pesar del tiempo transcurrido, no sé por qué, o sí, dejó una huella especial en mí. Recuerdo que la historia me conmovió profundamente, y que la fluidez de la narrativa me produjo cierta “envidia”. Es una cualidad que siempre he admirado.

Como quiera que esta carta se lleva a cabo dentro del contexto de la asignatura "Historia de la Lectura", me ha parecido oportuno rescatar un pasaje de la obra que se me antoja harto interesante, pues el haber aprendido a leer bien podría haber cambiado el destino del protagonista.

Tristemente, convendrá conmigo, o no, pues a pesar de estar escribiéndole no sé si está Usted todavía entre nosotros (esta indagación he preferido dejarla para después de terminar esta epístola), que por más que hayamos cambiado de siglo la dramática historia que contiene su Best Seller de finales del siglo XX sigue siendo hoy una realidad.

La obra a la que me refiero comienza así:

Si usted quiere que le cuente mi historia, señor, yo se la cuento. No entiendo de qué puede servirle a nadie una historia semejante, pero si ha venido desde tan lejos por conocerla, sus razones tendrá y no soy quién para negárselas.

Chico, como su progenitora lo llamaba, pues no le había puesto ni nombre, cuenta que su madre, puta, borracha, ladrona y probablemente drogadicta, cuya ocupación no era otra que la más antigua del mundo que las mujeres profesan, que no lo tenía para quererle, sino para hacerle partícipe de sus desgracias. Y en una de las ocasiones en las que su madre iba a “ocuparse” le pidió, como tantas otras, que saliera del minúsculo cuarto hediondo en el que habitaban. Chico lo hizo. Pero, en esa ocasión, para no volver.

Se trasladó al centro de la ciudad con un amigo, Ramiro, cuya amistad había nacido a fuerza de encontrarse vagabundeando por las calles del barrio mientras sus madres estaban “ocupadas”.  A partir de ese momento comienzan juntos un periplo hasta que Ramiro decide aprender a leer. No así Chico, que dice al respecto de la decisión de su amigo:

Ramiro quería aprender a leer. Para él las letras eran como una cosa mágica; una especie de hechizo o brujería que podría llevarle a mundos muy distintos, y siempre insistía en el detalle de que si ninguno de cuantos vivíamos en las alcantarillas sabíamos leer, mientras que la mayoría de los que estaban fuera sí sabían, estaba claro que conocer las letras tenía que servir de mucho. Yo le respondía que si me tocaban veinte mil pesos a la lotería poco necesitaba saber leer para vivir fuera de allí [...]. 

El saber leer, ese acto tan habitual para muchos, y del que otros están privados solo por el hecho de haber nacido en un lugar donde da la impresión de que los dioses se confabulan y permiten tropelías, no fue algo que interesara a Chico, un niño que vino al mundo en un ámbito en el que ni su madre, por no tener, tenía ni cariño para darle. El haber tomado la decisión de aprender a leer bien podría haber cambiado el rumbo de su vida. Pues él mismo, en un acto quizá de arrepentimiento, acabaría diciendo... 

A veces me pregunto qué hubiera sido de mi vida si hubiera seguido el ejemplo de Ramiro.

Y yo me pregunto, mejor dicho, le pregunto: ¿con qué talante una persona, en este caso Usted, se sienta frente a otra, el protagonista, y recibe ese chorro de drama y miseria, no solo, que ya es bastante, de la vida del protagonista, sino también del “terrible drama de miseria y desarraigo” de los niños abandonados que se ven abocados a buscarse el sustento en la calle cada día desde muy temprana edad?

Sr. Vázquez-Figueroa, por inconcebible que nos parezca ese fenómeno social, del que dio buena cuenta su magnífico libro, y que entonces ya “reclamaba profundos cambios sociales”, hoy, en los albores del XXI, sigue siendo, lamentablemente, una realidad. Y no solo en las grandes ciudades de América Latina. Aún hay muchos Chicos en el mundo que no saben leer.

¡Por cierto! Hablaba de “Sicario”.

Afectuosamente,

Mª Carmen Rodríguez Andrés.

P. D. Ya sé que sigue Usted aquí y muy cerca de la ciudad cervantina. ¡Qué sea por mucho tiempo!

1 comentario

Maribel, de Málaga -

Mª Carmen,
¡Qué bonito y qué bien lo que has escrito!
Yo también escogería una obra de Alberto Vázquez-Figueroa. De su mano "he recorrido el mundo y la Historia". Es una suerte poder seguir disfrutando de sus libros.