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CARTA A D. BENITO PÉREZ GALDÓS

CARTA A D. BENITO PÉREZ GALDÓS

Querido D. Benito:

Disculpe si me dirijo a Vd. en un tono tan intimista, pero mi admiración por sus obras me hace quererlas y, como consecuencia, quererle a Vd. por escribirlas. Este pensamiento no es solamente mío, y como prueba de la gran admiración que sentimos todos los españoles en general, le adjunto una fotografía suya que el Banco de España decidió poner en los billetes de 1.000 pesetas que circulaban por España hace algunos años.

He tenido la ocasión y el placer de leer, así como de ver representadas en el teatro o trasladadas a la televisión, algunas de sus obras más representativas e interensates, como "Doña Perfecta" o "Electra" (se preguntará qué es eso de la televisión, así que sin entrar en detalles le diré que es un artilugio semejante a una caja que contiene gran cantidad de cables que permiten ver y oír cualquier cosa desde la propia casa, por muy lejos que se encuentre uno, pero este aspecto será objeto de explicación más profunda si continuamos con nuestra relación epistolar).

Y volviendo a lo que le quiero decir en esta carta, he observado en su literatura que de forma reiterada utiliza dos tipos de argumentaciones sobre las que se desenvuelven casi todos los personajes de sus novelas. Por un lado, y debido al gran conocimiento que posee de la sociedad de su tiempo, le permite centrarse de una forma casi constante en la figura del "cacique", un ser corrupto, dominante, manipulador, despiadado, me atrevería a decir también que inculto en algunas ocasiones, que lo domina todo y a todos.

Por otro lado, su opinión sobre el clero, es decir, la Iglesia y los miembros que la componen, a los cuales retrata como seres más interesados en acercarse a los grandes y poderosos que en socorrer y ayudar a los más necesitados, cuya miseria material e intelectual no parece molestarles demasiado, sujetos a unas prácticas más impuestas que sentidas, como mandaban las buenas costumbres en aquellos momentos.

Pues bien, para su conocimiento y tranquilidad (dicho esto en sentido metafórico, porque a Vd. conocimiento y tranquilidad le sobran), le diré que de estos dos aspectos mencionados, el primero sigue en auge cada día más y no porque no hayamos avanzado en el campo cultural y del saber, sino porque nuestra condición humana es inalterable a lo largo del tiempo y no se deja influir por cuestiones de tipo moral o social por muy ilustrado que se pueda ser. Respecto al segundo, sí creo que hemos cambiado considerablemente, y aunque le parezca casi imposible, aquí y ahora en esta España nuestra se puede creer o no creer en Dios e incluso decirlo abiertamente, ser practicante o no, es más, yo diría que se ha convertido en un acto social en muchos casos. Eso sí, creo que la gran mayoría de personas que hoy se acercan a la Iglesia y a sus ritos lo hacen convencidos y sin presión ninguna. En esto hemos conseguido que cada uno piense y actúe según sus convencimientos religiosos, nos hemos liberado de costumbres más o menos arbitrarias del pasado y hemos superado la famosa frase del "que dirán".

En fin, con mi carta solo pretendía manifestarle la gran admiración que siento por Vd. y aprovechar para informarle de algunas novedades que se han producido en nuestra sociedad durante su larga ausencia. ¡Cómo hemos evolucionado en poco más de un siglo! Y ya que resulta del todo imposible poder felicitarle personalmente, allá donde esté deseo hacerle estas palabras.

Una ferviente lectora suya,

Asunción Cobo Gómez.

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