¿Pero existe el caballo de Mestanza?
Sr. Javier Pascual:
Hace tiempo llegó a mis manos por recomendación de alguien el libro ¿Pero existe el caballo de Mestanza? Lo guardo en un estante al que podría llamar “de libros favoritos”, aunque la mayoría de las veces desconozco mi propio criterio para colocarlos ahí. Como es un librito pequeño y abulta poco se había quedado oculto entre otros más grandes, y como tengo muy mala memoria no sólo había olvidado la historia que contaba, sino su existencia misma. Sin embargo, cuando he tenido que abordar este trabajo de escribir a un escritor, casi por inercia he ido a ese estante de libros favoritos a buscarlo, porque yo sabía que lo tenía, solo que no lo recordaba.
Como hubiese sido absurdo escribirle por un motivo que no recuerdo, aunque sí intuyo, he vuelto a leerlo, y para mi sorpresa, descubro que las cosas que quisiera decirle acerca de su libro no puedo escribirlas, tan solo intuirlas, tal vez por esto lo puse donde lo puse. Aunque tal vez usted pueda entenderlo sin necesidad de explicarlo, porque esta incapacidad de transmitirle el por qué me gusta su libro es en sí misma el motivo por el que me gusta y eso no es más que mi modo de interpretar el sentido del texto. Así que podría decirle que el hecho de no entender su libro es la esencia misma de éste, y así, yo estaría entendiéndolo, y usted a mí. Por lo que tal vez debiera decirle simplemente: su libro me ha gustado, me ha gustado mucho; y dejar que usted interprete en ello lo que más convenga a su criterio, porque yo me dirijo a usted como escritor, pero usted me puede leer como escritor, como lector o como cualquier otra cosa que sus circunstancias le hayan llevado a ser. O dicho con sus propias palabras “el lector crea, más que descubre, el significado de un texto”.
Por si no me ha entendido, por eso de que “es el lenguaje, siempre el traidor lenguaje, el que comienza a decir cosas diferentes de su sentido literal”, lo que pretendo con esta carta no es hacer una crítica a favor o en contra de su libro, sino más bien, confesarle que he confraternizado de una manera muy especial con él. En caso de hacer crítica, haría crítica de la crítica, pues he leído sobre su libro lo siguiente: “La segunda parte está concebida como una explicación acerca de un determinado modo de entender la literatura” (L. BARRERA: Cuadernos de Extremadura, sábado, 27 de septiembre de 2003, p. VII).
En contra de esta opinión, lo que de la lectura de la historia del Caballo de Mestanza extraigo es que no hay modos sino circunstancias de entender la literatura. Pero más allá de eso, las palabras finales del libro: “una mierda, una enorme, asquerosa y bellísima mierda: las palabras”, me hacen interpretar, o más bien inventar, que todo cuanto hay escrito en él no es más que una queja, dirigida a ninguna parte acerca de lo que supone la tarea de escribir para quien irremediablemente, y contra su voluntad, se encuentra forzado a hacerlo.
Una lectora simpatizante,
Erika Fernández.
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Elena FG -