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COMPRAR FRUTA Y LEER

COMPRAR FRUTA Y LEER

Ayer por la mañana fui a la frutería, a mi frutería. Es una frutería pequeña, de barrio, de estas fruterías de toda la vida, donde te conocen y siempre te dicen la verdad sobre lo que compras. Nada más abrir la puerta me quedé sorprendida. Mientras trataba de recitar de memoria y en silencio la lista de la compra a la que iba entrando vi, en la pared de la izquierda, un puestecillo de libros. Unos 15 ó 20 libros en una mesita en mi frutería. Le miré al frutero con ojos interrogantes y sin llegarle a preguntar nada me dijo: "son de un señor que vivía aquí arriba, justo aquí, en el segundo, y murió el hombre la semana pasada, estaba solo, y me pidió que repartiera sus libros, que se los regalara a quien quisiera porque le daba pena tirarlos y seguro que podrían servirle a alguien, así que, pues se me ocurrió ponerlos en la frutería y que cada cual los fuera cogiendo según quisiera". Así que compré manzanas, tomates, limones, kiwis, plátanos y mandarinas y me llevé "Bajo las ruedas" de Herman Hesse. De camino a casa, con el libro en la mano, pensé en cómo este señor, cuyo nombre ni conocía, habría ido reuniendo esa pequeña biblioteca personal a lo largo de su vida y cómo ahora ese conjunto a su muerte se estaba dispersando en manos desconocidas que se levantaban una mañana para comprar fruta y acababan el día en el sofá de su casa con un libro nuevo en la mano que había sido propiedad de un señor al que ni siquiera llegaron a conocer. Si los libros hablasen.

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