Del uno al otro confín
Una biblioteca nos ayuda no sólo a saber dónde estamos, sino también a saber de dónde somos, en qué lugar podemos comprender nuestro sentido de pertenencia. Se trata de una relación más o menos ordenada con el pasado, el presente y el futuro. En un mundo muy acostumbrado a navegar entre el espacio y el tiempo, la biblioteca nos lleva a los puertos del ser y el estar.
Del uno al otro confín es el título que lleva la exposición que la Dirección de Cultura y Bibliotecas del Instituto Cervantes ha abierto al público recientemente en su sede central. Considero un acierto dejar que la canción de Espronceda, Viento en popa y a toda vela, cambie aquí sus cañones por los libros. En su red internacional de más de sesenta bibliotecas repartidas por todo el mundo, Asia a un lado, al otro Europa, y más allá Australia, África y América, la cultura navegue del uno al otro confín.
La exposición empieza por explicar quiénes somos y en dónde estamos. El espacio que da la bienvenida sirve para recordar, por ejemplo, que la biblioteca de Nueva York está dedicada a Jorge Luis Borges, que Octavio Paz está en París, Nélida Piñón en Río de Janeiro, María Zambrano en Roma, Francisco Ayala en Estocolmo, Federico García Lorca en Tokio, Nicolás Guillén en Dakar, Emilio Pérez Galdós en Rabat, Salvador Espriu en Palermo, Gabriel Aresti en Lyon, Gabriela Mistral en Sidney, Torrente Ballester en Lisboa y Rosalía de Castro camino de Curitiba.
Pero esta exposición, en la primavera de 2023, nos ayuda también a preguntarnos de dónde somos y en qué lugar nos pensamos, mientras resulta necesario participar en las innovaciones tecnológicas, las nuevas formas de lectura, los servicios de autopréstamos, las vías electrónicas y los panes y los peces de la transformación digital. Conviene dar la bienvenida a las invenciones del progreso, pero sin olvidarnos de ser precavidos para no pervertir el verdadero diálogo humano con el tiempo, la conversación que nos define, el enredo entre el pasado, el presente y el futuro. La superstición de las novedades es una mala manera de encarar el camino si la credulidad en las ofertas impide meditar sobre los peligros que acarrean. Resulta necesario valorar lo que merece la pena ser conservado o lo que conviene evitar como hoja de ruta.
La Inteligencia Artificial debe trabajar en beneficio de la dignidad de los seres humanos, no hacer que los seres humanos se pongan a las órdenes de las máquinas. Federico García Lorca, después de asistir a la Primera Guerra Mundial y a la crisis de Wall Street, resumió los peligros de un mal progreso en dos versos: “La luz es sepultada por cadenas y ruidos / en impúdico reto de ciencia sin raíces”. Criticaba el poeta la ruptura del pacto entre la ciencia, la técnica y las humanidades que favorecía una pérdida de respeto gravísima de los usos nuevos a la dignidad de las personas.
Envueltos por las imperiosas y necesarias demandas de la transformación digital, la muestra, organizada con los fondos antiguos de las bibliotecas Cervantes, ha significado para mí ese pacto entre ciencia, tecnología y humanidades fundamental en la raíz de la cultura a través de los siglos. Pasear entre la Gramática de Nebrija y el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias, hasta llegar a la poesía de Rafael Cadenas, último Premio Cervantes, supone el protagonismo de una herencia que nos constituye en comunidad.
Y en ese ámbito, en la conciencia que permite reconocer dónde somos, es importante identificar la unidad en la diversidad, la configuración de una biblioteca única e internacional que se detiene también a dialogar con las experiencias localizadas, el lugar de cada uno. No es extraño que en el sur de Francia tengan protagonismo los libros que recuerdan la guerra civil o el exilio republicano, ni que en la biblioteca de Manila esté presente José Rizal, otra víctima de una España que no supo gestionar y escribir su futuro.
Ningún gran escritor nace sabiendo escribir. Conviene no olvidar que el futuro tampoco nace sabiéndolo todo de sí mismo. Hay que invitarlo una y otra vez a que piense sobre sus posibilidades con la paciencia del adolescente que, apasionado por la lectura, necesita aprender a escribir. O aprender a mirar el esfuerzo con tachaduras del autor maduro que no se cansa de corregir lo escrito. En la exposición puede verse el borrador de La guerra del fin del mundo, mecanografiado y corregido a mano por Mario Vargas Llosa. También están los poemas adolescentes de Francisco Brines, poemas que nunca se llegaron a publicarse debido a la conciencia crítica de su autor.
Eso es una biblioteca, la historia de la conciencia de una cultura, el pacto entre la diversidad y la unidad que representan los libros, las palabras que nos han hecho, la imaginación que nos llama y nos espera, la herencia que avanza.
Aitana Márquez Pérez
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