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SER O NO SER

SER O NO SER

Todo comenzó el verano pasado. La mañana del 15 de julio terminé de hacer la maleta y me dispuse a salir por la puerta. De repente, escuché un fuerte golpe en el piso contiguo, en el cual vivía Marta, una mujer de unos cuarenta años con la que mantenía muy buena relación. No le di demasiada importancia al golpe que había escuchado y decidí partir en dirección a la estación de autobuses mientras revisaba mentalmente si se me olvidaba algo. Cuando apenas me quedaban dos minutos para llegar, eché en falta lo más importante. Se me había olvidado mi obra favorita, la que llevaba siempre a todos lados, Hamlet.

Regresé a toda prisa y, cuando fui a meter la llave en la cerradura, pude oír cómo mi vecina Marta gritaba. ¿Estaría en peligro? Fue entonces cuando decidí llamar al timbre, pero nadie contestó, así que insistí y llamé por segunda vez. Se escuchaban pasos acercándose a la puerta, pero la puerta seguía cerrada. Fue en ese momento cuando me empecé a poner nerviosa, temiendo por la integridad de Marta. Dejé de llamar al timbre y comencé a golpear la puerta de manera insistente. De repente, y sin que me lo esperase, la puerta se abrió de golpe. Detrás de ésta se encontraba un hombre, alto, moreno, de una edad cercana a la de Marta. Con un tono serio y una sonrisa algo forzada me preguntó si necesitaba algo y que, si seguía así, acabaría tirando la puerta abajo.

—¿Dónde está Marta? —Fue lo primero que pregunté.

—Marta está en el baño, no se encuentra muy bien —me dijo él.

Pero en su mirada noté algo raro. Mantenía una sonrisa nerviosa que me dejaba entrever que algo extraño estaba pasando dentro de esa casa.

—¿Puedo verla? Necesito hablar con ella, —continué diciendo.

Y justo en ese instante, un segundo antes de que aquel hombre me diese una respuesta, Marta empezó a gritar mi nombre y a pedir ayuda de manera incesante. El hombre cerró la puerta con violencia. Sin moverme del sitio, cogí mi móvil, llamé a la policía y les conté todo lo que había sucedido en cuestión de segundos. Enseguida vinieron dos patrullas de policía y comenzaron a golpear la puerta mientras amenazaban con tirarla abajo si no les obedecían. Así tuvo que ser. Los cuatro agentes entraron en la casa en fila de a uno, lentamente y dando pasos cortos. El último de ellos me ordenó que me quedase al margen, por lo que me quedé a unos metros de la puerta. Pasados unos tres minutos aproximadamente, dos de los policías salieron de la casa con aquel hombre esposado, intentando controlar su ira, mientras le informaban de sus derechos.

Entonces decidí adentrarme en la casa, pues la incertidumbre de no saber qué estaba pasando y cómo estaba Marta, me tenía en ascuas. Efectivamente, Marta estaba en el baño, sentada en el suelo, recién incorporada gracias a la ayuda de los policías. Pude observar restos de espuma en la comisura de su boca. Entre lágrimas y de manera desconsolada, Marta se levantó y me abrazó. Me dijo que le había salvado la vida. Aquel hombre misterioso era su hermano, quien había intentado matarla echándole unas gotas de veneno en el café. Me explicó que el motivo era que sus padres, recientemente fallecidos en un accidente de tráfico, habían dejado toda su herencia en manos de Marta, y, por lo tanto, dejado a su hermano fuera del testamento. Afortunadamente todo acabó bien. El día comenzó olvidando mi libro de Hamlet en casa y, al final, la realidad superó a la ficción y Hamlet se convirtió en una historia cotidiana, la cual viví más cerca de lo que me hubiera gustado. Un acontecimiento que me recordó a mi obra favorita.

 

Andrea Zorrilla.

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