Blogia
AEDO

El amor a los libros, a la historia y a Dios

El amor a los libros, a la historia y a Dios

Estimado Jesús Sánchez Adalid:

No puedo sino en primer lugar darle la enhorabuena por el recién conseguido “Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio”. Creo sinceramente que dicho reconocimiento es el fruto de su gran obra literaria.

Es hace unos años cuando tuve la oportunidad de leer El Cautivo, y valga la redundancia, cautivo quedé yo de su arte de la escritura. Fue en mi colegio de Miajadas, donde alguna vez tuve la oportunidad de escucharle. Su serenidad y su sabiduría me sorprendieron a mi temprana edad. Y joven era también aquel Luis María Monroy de Villalobos que aún recuerdo nítidamente en mi pequeña memoria. Ese interesante retrato de época, en la que nuestro paisano extremeño para hacerse militar, siempre siguiendo los pasos de su padre, se pone a la servidumbre de un gran señor y lo que la vida le depara, narrado con esa capacidad suya, me ayudó a reafirmar algunas cosas que a esa temprana edad están aún en nebulosa. El proceso de aprendizaje del joven Luís María me hizo reflexionar mucho sobre el mío propio. La Sublime Puerta, segunda parte de este libro, también cayó en mis manos, o mejor dicho, en mis ojos, hace ya algún tiempo, así como lo han ido haciendo cada una de sus obras.

Y es que no puedo evitar sobrecogerme con la lectura de algunos pasajes, esos en los que describe la tierra extremeña, sus gentes, sus hazañas de entonces, aquellos hidalgos... Recuerdo especialmente como Luis María llega a Guadalupe y se deshace de las cadenas como en aquel tiempo hacían quienes acudían a la Virgen morenita, patrona de las Españas. Así que mientras escribo esto acudo al libro y copio dicho fragmento en esta carta, fragmento que tengo subrayado:

En la penumbra del templo, a pesar de las muchas velas y lámparas encendidas, parecía que Nuestra Señora brotaba de la nada, entre los humos, los resplandores de oro, la platería, las cintas, guirnaldas, flores, telas y bordados. Estaba la Virgen rodeada de exvotos de cera: cabezas, pies, mortajas y cabellos cortados. Pero, de entre todo ello, me sobrecogía la visión de una infinidad de grilletes, cadenas y anillos traídos por los cautivos liberados del suplicio de sus prisiones tras reclamar el auxilio de la Virgen de Guadalupe.

Ese amor a la Virgen de Guadalupe, patrona de Extremadura, que tan bien sabe usted transmitir, como los paisajes en los que se enclava el monasterio, me traen magníficos recuerdos, producen en mí emociones difícilmente descriptibles:

Pero, sentado en un peñasco, me distrajo enseguida la soberbia visión del inmenso santuario que se alzaba al pie de las montañas. Con la última luz de la tarde los muros parecían dorados, resplandeciendo por encima de ellos las claras yeserías de pulcros estucos, los esmaltes verdeazulados de los chapiteles y los detalles policromos de las chimeneas. Alcanzaba a oír el tañido alegre de la campana, persistente, neto, que llamaba a la oración de vísperas dejando que su eco se ahogara en el valle.

Y es que admiro de su obra esas descripciones tan bien hechas, tan reales, que me hacen sumergirme, como si de una película se tratara, en la propia obra; y no se puede obviar tampoco esa carga moral y espiritual de la que dota a todos sus libros. Pensando en esto me viene a la cabeza Félix de Lusitania, que asustado por esa nueva religión no aceptada en el momento, quedó preso de la misma, admirado de aquellos cristianos que, como se dice en la Carta a Diogneto, “están en el mundo como el alma en el cuerpo”.

No es mi intención importunarle ni que gaste su tiempo, ni tampoco hacerle un resumen de su propia obra, que nadie conoce mejor que usted, sino compartir las frases, los momentos, las ciudades, los pueblos, los campos que tan maravillosamente es capaz de reflejar sobre el papel...

Únicamente le puedo animar y alentar a que continúe escribiendo, a que lo siga haciendo, además, con el rigor histórico con el que lo hace, captando nuestros ojos, nuestro entendimiento y nuestra alma, que es lo más importante.

Al final de esta carta, en el primer borrador que preparé de la misma, le preguntaba cuándo saldría su próximo libro, pero hoy mismo me he enterado que Alcazaba acaba de publicarse, por lo que ya le tengo de nuevo entre mis próximas lecturas. Además, le hacía otra pregunta, que mantengo en esta versión final, y es que quería saber si ha pensando en escribir sobre la Extremadura de la Ilustración o del Siglo XIX en sus próximas obras.

Sin más, con el final del libro Félix de Lusitania, me despido. 

Ahora vuelvo a alegrarme al contemplar esta naturaleza que me parece sagrada, en la hermosura de sus paisajes, en su aire limpio y en la profundidad azul de su cielo; que me habla de Él. Porque abro los ojos, los ojos de la fe, que me hacen ver más allá, con una sabiduría más alta y un entender más sereno. Y comprendo que sólo hay una tierra y una ciudad, adónde todos queremos regresar. Él vive en ella, en el silencio de sus santuarios y en el bullicio de sus plazas. Este pensamiento alegra mi vida y me reconcilia con la existencia, con sus males y sus bienes, durante mi permanencia en este mundo.

Reciba un abrazo afectuoso.

Juan Jesús Gutierro Carrasco.

4 comentarios

Sara Alcalde -

Escribes genial, Jesus. Tu carta es muy original. Enhorabuena.

Ana Bravo -

No solo me asaltas con el arte de escribir, sino por esa pasión que le aportas a todos los matices de la palabra, ese gusto y placer por la escritura que reflejas en cada renglón, en cada párrafo. Enhorabuena.

Juan Jesús G.C -

Gracias Erika, no creo que sea para tanto, pero una vez más, gracias

Erika Fdez. -

Maravillosa tu carta. No sólo el contenido, escribes que da envidia!