INSTRUIR DELEITANDO EN EL SIGLO XIX: LA ENTRADA EN LA ESCUELA DE LA INFANCIA Y DE LA LECTURA INFANTIL
Durante el siglo XIX se incorporaron tres grandes grupos de lectores al mundo del libro: las mujeres, el proletariado y el público infantil. En este post nos vamos a centrar en cómo afectó la incorporación a la lectura del público infantil a las mejoras en la educación.
En el contexto de la industrialización se va a dar un gran cambio en la sociedad, pues se va a pasar de una sociedad absolutista a una más liberal, en la que se va a introducir, gracias a la Revolución francesa, el término “ciudadano” (abandonándose el de “vasallo”). Esto supone la sustitución de la sociedad estamental por la sociedad que clases, que va a tener unas nuevas necesidades y a presentar características diversas.
Es en este marco histórico de finales del siglo XVIII e inicios de la contemporaneidad, cuando surgen los sistemas educativos nacionales, cuyo objetivo será la formación de buenos ciudadanos y, con ello, la consecución de una igualmente buena mano de obra. Por toda Europa, sobre todo en Inglaterra, van a aparecer filántropos preocupados por la educación que van a fundar escuelas, como Joseph Lancaster o Robert Owen. En España, por ejemplo, se va a promulgar la Constitución de 1812, que constituye el primer texto legislativo que regula la enseñanza en nuestro país, estableciendo los principios de uniformidad y universalidad en la educación.
Todas estas novedades son inseparables de la entrada en escena en la Historia de la lectura de la infancia como sujeto lector. Los editores decimonónicos van a elaborar materiales de lectura destinados a los niños por vez primera, teniendo en cuenta sus posibilidades de lectura y sus gustos lectores, haciendo gala del lema del “instruir deleitando”. Aunque no faltaron las obras de entretenimiento, las publicaciones se enfocaron principalmente en la enseñanza, proliferando a partir de este momento manuales escolares sobre las materias que configuraban el currículo de aquel entonces.
De esta manera, con el gran impulso que recibe la Educación Primaria se abre un nuevo nicho de venta de libros que va a ser muy importante (de hecho, lo sigue siendo en nuestros días) y, al mismo tiempo, la llegada a las aulas del libro escolar va a provocar importantes cambios en las prácticas educativas, porque estos eran libros laicos y van a empezar a desbancar a los libros religiosos, como la Biblia, que eran los que hasta ese momento se habían empleado para enseñar a los más pequeños. Además, al adaptar los libros a los gustos y las necesidades de los niños se logra fomentar el gusto por la lectura -desde entonces esta de animar a leer es una de las principales tareas de la escuela- y se favorece la adquisición de conocimientos diversos e indispensables para la vida diaria.
Además, estos primeros libros escolares son el reflejo de cómo en esta época se desarrolla un interés por estudiar cómo aprenden y se desarrollan los niños y cómo se les puede ayudar y guiar en su desarrollo y aprendizaje. Es decir, muchos pedagogos idean y ponen en práctica ahora sus teorías educativas y las vuelcan, además de en tratados y revistas pedagógicas, en las páginas de estos manuales escolares. Al margen de las tendencias y propuestas propiamente educativas, no podemos olvidar que es en el siglo XIX cuando, al compás de la escolarización masiva, se deje de concebir al niño como un adulto en miniatura y se trate de entenderle como lo que es, un ser independiente con gustos, necesidades y preocupaciones propias.
Paula Santana García
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