YOU DON´T GET IT, YOU JUST DON´T GET IT
Diana se había conectado a la clase online de filosofía, desde hacía días no se sacaba de la cabeza el libro que de una vez por todas se había atrevido a leer. Era todo lo que había podido imaginar y más, tenerlo entre las manos la hacía poderosa, la llevaba a comprender por qué su madre le había dicho tantas veces que se lo leyese antes de hacerse adulta.
Mientras sus compañeros contaban cómo les estaban yendo esos días de cuarentena, sonaba en su cabeza Bubblegum Bitch de Marina y se sentía imparable, esperando a su turno para compartir con toda la clase su lectura.
El profesor ya sabía que Diana era una romántica y se perdía por cualquier libro que fuese un clásico escrito por mujeres sobre mujeres; de hecho, era él quien le había prestado Middlemarch hace varios meses. Con la mejor sonrisa falsa, se lo había quedado un par de semanas antes de devolvérselo sin haberlo abierto. Ni de broma se leería ese ladrillo.
Cuando por fin le preguntó con qué había estado llenando las horas de sus largos y repetitivos días, ella volcó todo lo que ocupaba su mente en aquel momento sobre el libro: las fuerzas y conexiones con la protagonista, lo identificada que se sentía con ella, y por eso todo lo que se enfadaba ante sus decisiones, cuanto había llorado por sus reflexiones, que inevitablemente hacían a Diana ver un futuro que se aproximaba estrepitosamente y la lanzaría por un abismo conocido como vida adulta.
Dijo que le parecía el mejor libro jamás escrito, debía ser lectura obligatoria en el instituto y que estaba a la altura de las obras maestras filosóficas de Freud, Nietzsche, Aristóteles, Schopenhauer y compañía. En ese momento la interrumpió una carcajada del profesor, cuando al fin paró dijo que ¡cómo iban a mandar leer Mujercitas si era un libro para niñas! Niñas que vivían en un mundo ideal que no existía y era excesivamente repipi. Entonces, entró en escena el chico independiente, alternativo y moralmente superior al resto de la especie humana para reírle todas las gracias al profesor y decir que ese libro no le transmitiría a él nada, no se veía corriendo por un campo recogiendo flores; sino sentado, leyendo y reflexionando sobre cuestiones más complejas.
Su amiga Lucía le dijo después por mensaje que, durante todo el discurso pronunciado por esos grandes sabios, había superado todas las caras de asco puestas hasta la fecha por ella – y por todo el mundo seguramente.
Desde ese día Diana odió a su profesor, se desenganchó de aquel magnetismo. Ella sabía que era mejor que él y el modernito de su compañero. Ninguno de ellos, y todos aquellos que pensaban igual, podrían llegar jamás a aquel nivel de comprensión, de empatía y de angustia existencial. Veía ahora sus vidas dolorosamente simples, sus luchas eran simples pasatiempos para divertirse hasta que su madre o su mujer les llamasen para cenar.
Nunca podrán comprender los detalles, los sentimientos que nos despiertan a nosotras o lo identificadas que nos sentimos; no porque nos haya sucedido lo mismo, sino porque hemos experimentado ese sentimiento palabra a palabra con la que lo describen.
Mientras escribía esto, Diana se daba cuenta de que estaba sentada encima de su edredón blanco y se había olvidado de ponerse un tampón, pero le daba igual porque se estaba desahogando y tenía puesto Bubblegum Bitch en bucle para que le volviese esa sensación.
Lola Torija López
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